La Muestra
Carlos Bonfil
María Félix y Arturo de Córdova en un fotograma de La diosa arrodillada
Aun
cuando la Muestra Internacional de Cine rebasa los ámbitos de su
exhibición primera en la Cineteca Nacional, alcanzando circuitos
comerciales y una distribución territorial cada vez amplios, es
evidente que sigue claramente identificada a ese importante organismo
oficial de preservación y difusión de cine. Por esta razón, sus
obligaciones y responsabilidades en el ámbito cultural son mayores que
las que pudiera tener, o desear atribuirse, cualquier cadena de
exhibición comercial. En esencia, son muy distintas.
Si bien se comprende que los esquemas de programación de la Muestra
hayan deseado mantener una tradición heredada de la vieja Reseña de
festivales, que consistía en mostrar lo mejor y más premiado de la
cinematografía mundial, debe recordarse que ese esquema respondía
básicamente a la escasa oferta de cine de calidad en la cartelera
cinematográfica de aquellos primeros años. Las exhibiciones de las
primeras Muestras tenían un carácter casi excepcional. Los cinéfilos
acudían a ver las películas seleccionadas por temor a no poder verlas
después en una corrida comercial, y por ello cada encuentro se esperaba
ansiosamente, y tenía sentido magnificar su importancia y acentuar su
glamour en exhibiciones que devenían verdaderas galas en escenarios
privilegiados, aquellas grandes salas de cine hoy desaparecidas.
Hoy todo eso ha cambiado radicalmente. La oferta en la cartelera
comercial incorpora con regularidad creciente las propuestas artísticas
de los grandes directores, aun cuando siga saturada por el hegemónico
cine hollywoodense. Los festivales de cine proliferan a lo largo del
territorio nacional y sus perfiles favorecen cada vez más al cine de
autor. El comercio informal ha sido, paradójicamente, el involuntario
difusor mayor del cine de arte, y las redes sociales e Internet han
vuelto muy accesible aquel cine de calidad que antaño se distribuía a
cuentagotas.
A esas
realidades debe hoy responder la Muestra con imaginación y un claro
espíritu renovador. Algo que hasta el momento sólo consigue
parcialmente. Resulta ya un poco obsoleto dedicar un Foro de la
Cineteca a las películas de autor, de corte más innovador o
experimental, y dejar que la Muestra se convierta paulatinamente en el
espejo de una cartelera comercial que cada vez incorpora más a los
autores prestigiosos. ¿Tiene algún mérito o alguna distinción exhibir
en ella El gran hotel Budapest, de Wes Anderson, cuando su
estreno comercial es inminente? ¿Inaugurar rutinaria y oficiosamente la
Muestra con un clásico del cine nacional, en este caso, La diosa arrodillada, de
Roberto Gavaldón, para rendir un tributo más a María Félix, cuando lo
que la Cineteca debería contemplar en su programación habitual es una
retrospectiva de ese estupendo director nacional tan insuficientemente
valorado? ¿Tener al Instituto Mexicano de Cinematografía festejando un
ritmo anual de producción de cine mexicano de más de 100 títulos,
cuando ninguno de ellos pudo tener cabida en la presente Muestra?
La Muestra Internacional de Cine ofrece en esta edición películas
estupendas, eso es indiscutible. Es tiempo ya, sin embargo, de que
encuentre un perfil original y verdaderamente propio. Exhibir, por
ejemplo y en lo posible, únicamente aquel cine que aún sigue siendo
desdeñado por las exhibidoras comerciales, y no dejar esa tarea sólo al
Foro de la Cineteca. Hacer de la Muestra un espacio permanente de
búsqueda innovadora en materia de programación, sorteando los múltiples
problemas que evidentemente existen para conseguir las cintas idóneas
para tal efecto. Lo contrario será seguir cumpliendo decorosamente con
la función de anticipar o replicar una oferta fílmica que terminará
teniendo foros de exhibición mejor repartidos en la ciudad y
eventualmente más atractivos.
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