5/24/2015

A mí no me invitarían a Tomorrowland


Una frase que se repite con insistencia en Ratatouille (Bird, 2007) es "anyone can cook", así es como el Chef Gusteau ilustraba su visión sobre el arte de la cocina, un arte que no le pertenece a un grupúsculo sino que está abierto a todo aquel que quiera aprender, aunque sólo algunos logren hacerlo de manera realmente extraordinaria.



Alejandro Alemán
El Salón Rojo

Esa preocupación por el arte y quien lo ejerce está presente de manera preponderante en Tomorrowland, la nueva cinta de Brad Bird con guión de él mismo junto con Damon Lindelof (el de la serie LOST).




La trama, compleja y llena de giros de tuerca, tiene como protagonista a Casey Newton (Britt Robertson), una chica adolescente, con grandes aptitudes para la ingeniería, heredadas de su padre, también ingeniero, que trabaja para la NASA. Sin embargo, el hombre está a punto de perder la chamba luego de que la base espacial para la cual trabajaba será desmantelada.

Casey recibe de manera sospechosa un broche que, al tocarlo, la transporta de inmediato a este lugar fantástico y futurista llamado Tomorrowland, un lugar de gente volando en jetpacks, monorrieles que surcan los aires, naves espaciales y grandes rascacielos. Este mundo es creado y habitado por las mejores y más innovadoras mentes (los llamados 'Plus Ultra'), con el único propósito de continuar creando un mundo mejor. En Tomorrowland el progreso es ley y destino. Pero, ¿de dónde salió el pin?, ¿cómo se llega a ese lugar maravilloso?, ¿se trata realmente del futuro? En su búsqueda por respuestas, Casey topará eventualmente con Frank Walker (George Clooney), un huraño y pesimista individuo que vive en una casa llena de gadgets y que al parecer sabe cómo llegar a Tomorrowland. Si hay algo que hace bien Bird en esta película es construir un momentum de suspenso, donde las respuestas se ofrecen a cuentagotas, elevando el misterio y haciendo que las escenas de acción tengan un peso dramático más allá de ser simples obstáculos para la trama.
La gran estrella de esta cinta es el diseño de producción. Los breves lapsos en los que estamos en Tomorrowland son apabullantes, sobre todo en una toma extendida en plano secuencia donde seguimos a Casey, admirada, en su deambular por este lugar maravilloso donde el progreso se huele y se palpa, al contrario del mundo actual, lleno de cinismo, guerras, y muerte.
Las escenas de acción, que son varias pero sumamente bien filmadas, junto con el diseño de producción nos recuerdan al Minority Report de Spielberg, de la cual es obvio que Bird abreva en cuanto ritmo y estilo.
Estamos, además, en una película dominada por mujeres, ya sea la muy competente Britt Robinson, o Raffey Cassidy, pequeña niña actriz que resulta toda una revelación y que inyecta emoción y vértigo a la cinta.
Lo que hace de Tomorrowland una experiencia decepcionante es el tono. Si bien Bird logra extender el suspenso lo más que puede, este cae penosamente rumbo al final, donde el velo se levanta para descubrir las verdaderas intenciones del filme: estamos frente a una de esas cintas “de mensaje”, una oda al optimismo, la ciencia y los emprendedores en tono aleccionador
Más afín a un panfleto o un comercial, Tomorrowland se acerca peligrosamente a la charlatanería del nuevo management, donde sólo los soñadores, los emprendedores (nunca el gobierno ni las instituciones, y para el caso ni tus padres) serán quienes nos salven. Lejos estamos de aquel "anyone can cook" del Bird de la era Pixar, aquí sólo los científicos, artistas y soñadores, sólo unos cuantos, tienen derecho de piso en ese futuro limpio (con estética de aeropuerto), aséptico y donde los críticos y los pesimistas cuentan con el destierro como única opción.
No sé si Bird (un auténtico prodigio que a los trece años dirigió su primer corto animado) se vea a sí mismo como uno de los 'Plus Ultra' que habitan Tomorrowland, de ser así, esta película sería el exceso de la autocelebración; un acto onanista que ensalza la dominación nerd actual: si los medios ya son nuestros, el futuro también lo será, sólo hay que seguir soñando.
Anton Ego, el crítico de comida en Ratatouille, no tendría cabida en este mundo feliz de Brad Bird. Supongo que yo tampoco.



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