En 1798 el médico
inglés William Jenner descubrió la vacuna contra la temible viruela,
patología hoy ya erradicada en todo el planeta. Fue el principio, hace
más de dos siglos, de la posibilidad de inmunización frente a múltiples
enfermedades: poliomielitis, difteria, sarampión, tétanos, tuberculosis,
tos ferina (tos feroz), influenza, rubéola, paperas, hepatitis,
neumonía, rotavirus y, últimamente, la vacuna contra el virus del
papiloma humano.
Existen otras vacunas pero no son de
aplicación universal. Es el caso de las vacunas contra el cólera, la
fiebre tifoidea y la fiebre amarilla. Se aplican solamente cuando
ciertas condiciones específicas lo hacen necesario o conveniente. Y en
al ámbito de la medicina veterinaria, son bien conocidos los casos de la
vacunación contra la rabia y contra la fiebre aftosa.
En
México, además de la viruela, están erradicadas la poliomielitis y la
fiebre aftosa. Y se encuentran casi erradicadas o próximas a la
erradicación algunas otras dolencias.
De modo que más de dos
siglos de experiencia y práctica de la vacunación universal son prueba
más que fehaciente de la eficacia preventiva de las vacunas y de su
inocuidad.
Por eso llamó tanto la atención el caso en el sureño
estado de Chiapas de dos docenas de niños que enfermaron por causa de
la vacunación que recibieron contra la hepatitis, asunto en el que hubo
que lamentar el fallecimiento de dos infantes.
Las autoridades
sanitarias del país y concretamente las del Instituto Mexicano del
Seguro Social (IMSS), responsable de ese proceso de vacunación, han
declarado que enfermos y fallecidos lo fueron por una hasta ahora
inexplicable e inexplicada contaminación bacteriana de las vacunas o de
los dispositivos utilizados en su aplicación. Habrá que esperar los
resultados de la investigación científica y judicial emprendida para
conocer con exactitud qué fue lo que pasó.
Investigación
científica y judicial, porque enfermos y fallecidos lo fueron por, al
menos, negligencia. En el derecho mexicano y universal esos casos son
denominados delitos imprudenciales y, como cualquier otro delito,
conllevan una sanción penal.
Pero cabe además la posibilidad de
que enfermos y fallecidos hayan sido producto de un acto deliberado. La
hipótesis es pertinente porque en el mundo, en México y concretamente
en el estado de Chiapas existen poderosos grupos religiosos muy
conservadores que se oponen a las vacunaciones. ¿Y qué mejor que algunos
enfermos y muertos que puedan atribuirse a un proceso de vacunación
para reforzar y relanzar esas siempre presentes campañas religiosas,
altamente conservadoras y peligrosamente anticientíficas, contra la
inmunización.
Es larga y cruenta la historia de las luchas
políticas e ideológicas que se han valido del crimen para hacer avanzar
posiciones conservadoras o para frenar los avances de la ciencia.
Durante décadas, en México de modo intermitente se han desatado rumores
sobre supuestos efectos mórbidos o lesivos de ciertas vacunas. Alguna
vez, hace varios años se rumoró sobre los efectos esterilizadores de las
vacunas en infantes y adolescentes. Naturalmente, el rumor fue
derrotado por la simple realidad. Pero esto no quita el propósito
perverso de la desacreditación de una de las mayores conquistas de la
ciencia y de la humanidad.
Y quién no recuerda el caso, hace
menos de seis años, del incendio de la guardería infantil ABC en el
estado de Sonora en el curso de una campaña electoral, siniestro en el
que murieron o quedaron lesionados decenas de niños, y que se sospecha
fundadamente fue producto de un acto deliberado para inclinar la balanza
electoral en favor del Partido Acción Nacional (PAN), cuya raíz nazi
está bien documentada.
Blog del autor: www.miguelangelferrer-mentor. com.mx
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