La Universitat de València analiza la construcción de estereotipos femeninos mediante la imagen
La pregunta es si los
medios de comunicación, especialmente los audiovisuales, forjan
estereotipos de la mujer que favorezcan la violencia machista. Un
documental de la cineasta Isabel Coixet –“La mujer, cosa de hombres”-
plantea una posible respuesta. Por un lado anuncios televisivos de los
años 60, con expresiones como “tu marido trabaja muchas horas; procura
que cuando llegue a casa no le falte una copa de coñac”; también mujeres
predestinadas para el matrimonio, que aspiran a conservarse “jóvenes y
guapas” o que son el centro de la tranquilidad en el hogar limpiando con
la aspiradora o encendiendo el horno. Anexas a estos anuncios, imágenes
de mujeres agredidas y violentadas.
La cuestión previa es si se
imparte en las escuelas la formación necesaria para leer mensajes
audiovisuales y decodificar imágenes. Se enseñan habitualmente las
metáforas del lenguaje escrito, pero no del cine y la televisión. Por
eso los escolares aprenden a realizar análisis de texto, pero no de
imágenes. ¿Cuáles son las consecuencias de este desarme de la audiencia?
“El lenguaje audiovisual se nos da ya completamente estilizado; y nos
ofrece una imagen de la mujer que construye identidades”, ha afirmado la
directora de cine Isabel de Ocampo en una jornada organizada por la
Universitat de València.
La realizadora y ganadora del Goya al
mejor corto de ficción (“Miente”) en 2008, subraya que a partir de las
imágenes, “que son artificios, se construye una identidad de la mujer
que perpetúa roles del pasado”. Estos constructos audiovisuales se
expanden porque el ser humano aprende por imitación, como demuestran las
“neuronas-espejo”. El punto final del proceso es, a juicio de Isabel de
Ocampo, el machismo, “una construcción social y cultural que también
afecta a las mujeres y que nada tiene que ver con la biología”.
Los estereotipos se filtran casi de manera inadvertida hasta que
terminan por naturalizarse. La perpetuación de los roles femeninos se da
en muchos casos casi por inercia. De Ocampo cita el ejemplo de un
anuncio reciente de Gas Natural, en el que un agente comercial ofrece el
producto al hombre (el competente para resolver los problemas
domésticos), mientras la mujer –en un rol pasivo y subalterno- sólo
aparece al final para llevar el teléfono a su pareja. El anuncio no es
una mera anécdota. “Estamos bombardeados por la publicidad”, concluye la
realizadora.
Isabel de Ocampo trabaja actualmente en un
documental sobre la construcción del género masculino. El motivo del
audiovisual responde a una preocupación empírica: “Hay muchas
resistencias todavía que vencer, pues el mensaje de la violencia de
género no está llegando a los hombres”. Y ello, pese a que en una década
cerca de 700 mujeres han resultado asesinadas en episodios de violencia
machista. La directora constata esta insensibilidad masculina a partir
de las numerosas conferencias que imparte, a las que asisten
fundamentalmente mujeres. Además, pese a la crudeza de las cifras, “la
violencia de género no ha sido en los últimos años la principal
preocupación de la sociedad”.
El análisis de los discursos
permite observar el fondo del problema. Muchos de los hombres se
refieren a su parte emocional como el “lado femenino”, mientras que la
sexualidad es tenida como la “parte animal” del varón (una vez excitada,
la responsabilidad de lo que pueda ocurrir recaería en las mujeres).
Así pues, concluye Isabel de Ocampo, “si las emociones no son del varón
–responden a estímulos externos- tampoco tiene por qué hacerse
responsable de ellas” (hay maltratadores que consideran que su acción es
una respuesta a la provocación de la mujer).
La película
“Carmen”, dirigida por Vicente Aranda en 2003, y protagonizada por Paz
Vega y Leonardo Sbaraglia, representa un ejemplo de crimen de género
debidamente edulcorado. “No voy a permitirte que te burles de mí en
brazos de otro hombre”, empieza por decir el asesino, que no entiende la
respuesta negativa de la mujer e incluso parece ser objeto de una
provocación. El maltratador aparece suplicante. Cuando saca el cuchillo,
ella se excita, siente una especie de atracción hacia la muerte, la
busca, es como si se diera una ambigüedad en el tratamiento
cinematográfico del crimen. Así, la culpa del asesino se diluye.
Acuchillada, Carmen experimenta un orgasmo y, en un gesto final de
ternura, se postra de rodillas ante el criminal.
Isabel de
Ocampo señala otro punto que comúnmente pasa inadvertido: la
representación de la mujer en el mundo de la pornografía (en muchas
ocasiones mujeres con gesto de dolor en el rostro). “Hoy acceden al
porno muchos adolescentes”, apunta la cineasta, “cuando la pornografía
–hay una evolución- se está volviendo muy violenta y machista”. “¿En qué
punto de la adolescencia masculina la excitación estuvo asociada al
rostro de una mujer sufriendo?”. Una pregunta abierta para la reflexión.
Una buena fuente de información es el trabajo “Cómo somos los hombres”,
del sociólogo Hilario Sáez. La realizadora cita testimonios no tan
extraños como: “Me gusta Nacho Vidal (actor porno) porque coge a una tía
y la revienta”. Se da también el caso de adolescentes que asisten muy
frustrados a consultorios por no tener penes enormes y erecciones
gigantescas. Puede, incluso, que el bombardeo de mensajes con carga
sexual sea tal, que la saturación llegue a generar insuficiencias en la
líbido.
De Ocampo subraya que construir un plano audiovisual
resulta muy complicado. Hay veces en que se da más información, o en un
sentido diferente, al pretendido. Por ejemplo, imágenes que quieran
denunciar la violencia machista, pero acompañadas de una música
trepidante, pueden generar un efecto de incitación. “El lenguaje
audiovisual se nos puede escapar de las manos si no vamos con cuidado”.
Algunos de los problemas se le han planteado a Isabel de Ocampo en su
documental sobre la masculinidad, cuando se ha propuesto hablar con
clientes de la prostitución. “Darles voz puede suponer un riesgo, pues
también es darles la oportunidad de un discurso políticamente correcto
que no se corresponda con lo que realmente piensan”, explica Isabel de
Ocampo. En definitiva, “es otorgarles poder”.
En el documental,
avanza la realizadora, se abordan los mensajes sobre los que el hombre
construye su masculinidad, por ejemplo, el rol del macho proveedor.
“Ésta es una idea que hace mucho daño a los hombres, pero también a las
mujeres”, afirma. Hay muchas veces en que la violencia masculina es una
manera de exteriorizar depresiones y frustraciones.
La
industria del cine no es ajena a la discriminación de género. El estudio
“La situación de las mujeres y los hombres en el audiovisual español”,
dirigido por la profesora Fátima Arranz, señala que los directores
(37,9%) incorporan muchos menos personajes femeninos que toman la
iniciativa (de cualquier tipo) que las directoras (93,3%). De los ocho
filmes analizados, dirigidos por hombres, en los que aparece la
violencia machista, sólo en dos hay una reprobación; en el resto se
muestra una cierta complacencia. En cuanto a las películas infantiles,
informa el estudio, “los temas interesantes están ligados a la cultura
viril; a las niñas o mujeres lo único interesante que les sucede es el
encuentro con el género masculino”.
La profesora de Derecho
Administrativo y exdirectora del Instituto de la Cinematografía, Susana
de la Sierra, recuerda que sólo el 7% de los puestos directivos en el
sector cinematográfico están ocupados por mujeres. Ello tiene
consecuencias directas en los contenidos: qué temas se abordan, cómo se
cuentan las historias, si aparecen o no mujeres en roles protagónicos…
Además, anota de la Sierra, “hay en el cine español –en general- una
banalización de la violencia contra las mujeres, que en ocasiones llega a
tratarse en tono de comedia”. Desde un punto de vista legislativo, “ha
habido una escasa intervención en el ámbito de los contenidos; la
tendencia general es hacia la autorregulación de los medios”, afirma la
profesora. Añade que la violencia machista está anclada en patrones
culturales muy hondos, por lo que requiere mecanismos concretos,
diferentes a los de otro tipo de violencia.
Queda mucho por
hacer. Hasta la constitución del Observatorio contra la Violencia
Doméstica y de Género, en 2002, no existía una contabilidad rigurosa de
las muertes ocasionadas por el machismo. Para afrontar la cuestión,
explica Susana de la Sierra, “es cierto que el lenguaje audiovisual
sirve para la creación de estereotipos, pero también para lo contrario”.
Además, “los anuncios no son la única causa de la violencia contra las
mujeres”. La profesora constata una “cierta involución” en los últimos
tiempos, perceptible por ejemplo en algunos comportamientos de jóvenes y
adolescentes: el tipo de relación entre ellos, las cosificación de la
mujer, el uso de determinados calificativos (como “puta” entre ellas) o
mecanismos de control masculino a través de las redes sociales… “Es
posible también que a los niños se les esté convirtiendo precozmente en
adultos para generar nuevos ámbitos de mercado”.
¿Debería
entrar el Código Penal en la relación entre publicidad y agresiones
machistas? El profesor de Derecho Penal de la Universidad de Barcelona,
Víctor Gómez, considera que la cuestión capital es la formación, no el
uso de herramientas punitivas. El artículo 510 del actual Código Penal
(que se modificará con la Reforma que entre en vigor el 1 de julio)
castiga la provocación al odio, la violencia o la discriminación. Pero
en los años de vigencia, el artículo 510 no se ha aplicado a anuncios
que pudieran provocar la violencia de género. Ahora con la reforma del
código, se abren las posibilidades al “fomento”, la “incitación” y la
“promoción” del odio, la violencia y la discriminación. Pero “tengo
dudas de que el Código Penal pueda aportar cosas a este debate”, asegura
Víctor Gómez. “Lo fundamental es la educación; España continúa siendo
un país sociológicamente machista”.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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