Lydia Cacho
Plan B
Foto: Archivo Cuartoscuro
Cientos
de miles de madres de todas las edades caminan por las ciudades, llevan
en sus brazos y en el pecho el estandarte de la fotografía de su hija,
su hijo, su nieta; la multitud corea como un mantra la palabra justicia.
Las madres de los jóvenes de Ayotzinapa lo han dejado todo: sus milpas, sus hogares, su vida cotidiana, para entregarse en cuerpo y alma a la búsqueda.
Ellas saben mejor que nadie que sus hijos han sido víctimas de una
persecución política, que su desaparición tienen visos concretos de
limpieza social; no es su imaginación, sino su conocimiento y una vida
en resistencia lo que les da fuerza.
Las madres de los pequeños muertos en la guardería ABC
han dejado la vida normal en el pasado, su persistencia no tiene fin,
porque conocen el amargo sabor del silenciamiento orquestado por el
gobierno, por las autoridades judiciales. Porque a ellas, como a las
miles de madres y abuelas de personas desaparecidas, desde
migrantes hasta gente de pueblos y ciudades, desde estudiantes hasta
policías y soldados honestos, desde niñas y mujeres de Chihuahua,
Guanajuato y el Estado de México, los políticos en el poder
les han negado el derecho a conocer al verdad, les han negado el acceso
a una justicia posible, les han negado la existencia de su dolor y su
pérdida.
Detrás de cada injusticia en México está la crueldad de los
servidores públicos que encubren, ocultan, mienten y promueven la
ineficacia de las instituciones.
Detrás de esos hombres de poder que nos gobiernan, que llevan en sus
manos las llaves de las procuradurías de justicia, hay una ideología en
la que debemos reparar.
Para comprender a gobernadores que persiguen, difaman y encarcelan a
quienes exigen que sus derechos sean respetados, hay una ideología
concreta que manda su proceder día y noche.
Tal vez Javier Duarte, de Veracruz; Eruviel Ávila, del
Estado e México; y Roberto Borge, en Quintana Roo, entre otros, tengan
cierto grado de delirio pinochetiano tropical, pero detrás de
ellos no hay un ideal de Nación, ni un deseo de servir para pasar a la
historia, ni siquiera un proyecto de trascendencia histórica de buen
líder. Son los ideólogos del desamparo: todo para ellos, nada para la
sociedad.
Por eso les irrita, les indigna y les pone rabiosos la crítica
sustentada, las manifestaciones, la fuerza de las madres que buscan a
sus hijas e hijos, les molesta la verdad, porque viven sumidos en la
ficción del poder oligárquico. Ellos creen en someter a la sociedad
para simular su democracia por el bien del progreso económico; creen en
la estabilidad aparente como símil de mejoramiento.
Juan Villoro dijo recientemente “Quien está preso en un estilo de
pensar ideológico no tiene por qué aceptar que su creencia se deba a
intereses particulares, porque él sólo ve razones. En realidad, si
aceptara que su creencia es injustificada y que sólo se sustenta en
intereses, no podría menos que ponerla en duda. Por eso la crítica a la
ideología no consiste en refutar las razones del ideólogo, sino en
mostrar los intereses concretos que encubren“.
De allí que cuando analizamos a estos políticos debemos tomar en
cuenta que los motivos ulteriores de su ideología son única y
exclusivamente obtener y mantener el poder para enriquecerse.
A ninguno de ellos los mueve, como diría Carl Jung, la fuerza del alma
empática, su motor es el ego, de allí que ante la ausencia de liderazgo
real, se fabriquen una credibilidad de cartón utilizando periodistas
corruptos, negociando con las televisoras que cobran por minuto la
ficción de un falso buen gobierno.
Son ellos los ideólogos de un país de mentiras, los
que con su pequeño dedo pulgar intentan ocultar el inmenso sol radiante
que arroja luz sobre las 22 mil desapariciones forzadas y los miles de
presos de conciencia; sobre los cien mil asesinatos; sobre los seis
feminicidios que suceden a diario; sobre el ignominioso e inolvidable
incendio que cobró la vida de niños y niñas en Sonora.
Sin embargo aquí están millones de personas que toman las calles
para recordarles que de éste lado de la frontera ciudadana caminan las
y los creyentes en la democracia, que mientras más crezca el puño de
hierro del gobierno, más fuerza tomará la marcha por la libertad ganada.
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