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En las actuales
circunstancias del país, la fuerza del contrapoder es la mejor opción
para enfrentar a la oligarquía. La etapa de las guerrillas sería
suicida en la actualidad, porque las fuerzas armadas están preparadas
para aniquilarlas y así justificar la represión contra el pueblo.
Táctica y estratégicamente no hay bases para derrotar al Estado
oligárquico, si no es con la fuerza del contrapoder. Por eso conviene
definir en qué consiste y cómo se puede usar de manera que las clases
mayoritarias no carguen con el peso de una derrota histórica.
El contrapoder es la fuerza
del pueblo, adquirida con una sólida formación política de las
dirigencias de las organizaciones progresistas. Es preciso señalar que
no bastaría tal requisito si éstas no cuentan con la suficiente calidad
moral para refrendar su liderazgo. Aquí cobra relevancia el dicho de
que se debe predicar con el ejemplo. Esta ha sido la base, a lo largo
de la historia, del éxito de los movimientos que han impulsado avances
fundacionales de nuevas etapas de progreso social. Sus dirigentes han
tenido plena claridad sobre el imperativo de contar con la suficiente
autoridad moral para enfrentar a las cúpulas del sistema caduco que se
opone al desarrollo integral de la sociedad.
La ética política es el
factor esencial para que sea efectiva la fuerza del contrapoder, es
decir la del pueblo concientizado para dar una lucha frontal contra
fuerzas materiales muy superiores, pero al mismo tiempo muy debilitadas
por la carencia de ese factor básico, sin el cual un Estado va directo
al fracaso, como lo está demostrando el Estado mexicano en la
actualidad, luego de más de tres décadas de una acelerada
descomposición. Vale decir que todo el poderío que han logrado
conjuntar las fuerzas armadas del país, de nada valdría si el pueblo
tuviera conciencia de su capacidad moral, muy superior cualitativamente
al poderío militar del Estado al servicio de la oligarquía.
Por eso el sistema de
partidos políticos de México está metido en una trampa de la que no
podrá salir. Así lo demuestra la realidad, razón por la cual el
Movimiento Regeneración Nacional (Morena) se organizó sobre bases
ajenas a dicho sistema, que obedece a los intereses de la oligarquía,
no al imperativo de fundar un Estado democrático. Morena es una
organización política de ciudadanos comprometidos con el reto de salvar
a México de las garras de los poderes emblemáticos del capitalismo
salvaje que, hoy por hoy, es el que prevalece en el mundo.
La fuerza del contrapoder
descansa en una ciudadanía consciente de que la corrupción es una de
las principales causas del resquebrajamiento del Estado oligárquico.
De ahí la viabilidad de que el pueblo se convierta en un poder real,
más fuerte que el poder que descansa en una casta militar al servicio
de los intereses más mezquinos y negativos, lo que los lleva a ser
derrotados, como así sucedió en la Revolución Mexicana, que culminó con
la derrota del ejército al servicio del dictador Porfirio Díaz. Así
habrá de suceder en nuestro país, sin que el pueblo tenga que recurrir
a la violencia ni caer en las provocaciones que le ponga la élite
burocrática, con la finalidad de llevarlo a la desesperación y de allí
al uso de las armas.
La fuerza del contrapoder es
la del pueblo “armado” de ideales, de solvencia moral, de firmeza en
sus convicciones progresistas. Recuérdese que por eso triunfó el
movimiento que encabezó Francisco I. Madero, con un uso casi simbólico
de las armas, pues el ejército a las órdenes de Porfirio Díaz fue
diezmado previamente por la corrupción de los altos mandos, su
insolvencia moral y total menosprecio a las masas sumidas en la miseria
y en la desorganización. Pero a cambio de todo ello, el grupo de
hombres y mujeres liderado por Madero tenía autoridad moral, ética
política y firmes principios que suplieron la falta de recursos y
material bélico.
El actual régimen está
cavando su tumba sin necesidad de que haya una sangrienta confrontación
armada, porque no cuenta con autoridad moral, mucho menos con
principios ni metas que favorezcan un mejor futuro para la nación. Su
“proyecto” es esencialmente inmoral, pues obedece a fundamentos
patrimonialistas, de un egoísmo excluyente sin parangón en la historia.
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