Madrid, 28 julio. 15, AmecoPress. (Publicado en Boletín ECOS, nº 31, de FUHEM Ecosocial) Vivimos
en un mundo indiscutiblemente organizado alrededor de,
fundamentalmente, dos sistemas de dominación material que son, además,
dos dispositivos ideológicos que se retroalimentan y se fortalecen
mutuamente: el patriarcado y el capitalismo. Aunque podrían existir por
separado (y de hecho, han existido por separado la mayor parte de la
historia) en este momento histórico ambos son, prácticamente, una misma
cosa, un mismo nodo de significados simbólicos y materiales cuyos hilos
se enredan hasta hacerse a veces indistinguibles. Ambos comparten,
además, una misma o parecida presencia (muda) en los medios de
comunicación. El patriarcado, actualmente, se (re)produce, se enseña, e
incluso se introduce ideológicamente en cada resquicio social, y
también en nuestros cuerpos, a través fundamentalmente de los medios de
comunicación de masas. Pero lo hace en silencio, es el sistema, el
hábitat, que no se nombra. Y sin embargo, no solo vivimos en un sistema
de dominación patriarcal, sino que los medios de comunicación son
también –como no podía ser de otra manera- inequívocamente
patriarcales; son de hecho, el espacio cultural de reproducción del
patriarcado por excelencia, pero no se reconocen como tales.
Los medios de
comunicación son patriarcales en dos sentidos: se inscriben en una
forma de organización social que está basada en el dominio de lo
masculino sobre lo femenino y, al mismo tiempo y como cualquier otro
poder, este también está detentado por los varones que,
mayoritariamente, son los dueños, los directores, los accionistas y los
periodistas. El poder de estos medios para la reproducción del orden de
género es indudable: «[…] su poder de construir creencias y opiniones
que se estructuran como reglas sociales. Desde luego, los medios
realizan dichas representaciones apegados a las normas y principios de
construcción de la realidad del grupo social, sin embargo, tienen el
poder de influir en la conciencia social, y por lo tanto, de
transformar la propia realidad». Así que los medios de comunicación de
masas no solo cuentan, sino que construyen el mundo desde el poder.
Si hubo un
momento en el que la construcción social, económica, cultural, se
legitimaba desde el relato religioso-mágico y después a través de los
distintos relatos culturales transmisibles desde distintas instancias,
ya fueran científicas, cultas o populares, escritas u orales, hoy día
son los medios de comunicación los que ofrecen una
explicación/legitimación totalizadora del mundo que deja pocos
resquicios a relatos alternativos. Es ahí, en la construcción de
relatos alternativos donde la disidencia política, social, económica,
cultural etc. se esfuerza. No obstante, estos relatos alternativos no
consiguen arañar siquiera la superficie de una realidad que se
introduce literalmente en prácticamente todos los hogares del mundo a
través de la televisión o de internet.
Los medios de
comunicación construyen la opinión pública y el sentido común y su
poder es persuasivo y mediato. Y, en ese sentido son hoy día, el
vehículo más eficaz en la educación y el disciplinamiento patriarcal de
todas las personas. Los discursos mediáticos que (re)producen y
refuerzan los modelos patriarcales aparecen en los medios a través de
todos los vehículos posibles: desde las noticias políticas a la
publicidad, desde las noticias deportivas a las culturales, y lo hacen,
además, sin dar nombre a eso que constantemente (re)construyen o
(re)crean. El patriarcado (como el capitalismo) está siempre presente
sin estar, sin ser nombrado; está como está el oxígeno que respiramos,
pero no vemos. Esta invisibilidad es, precisamente, uno de los
mecanismos de aculturación más poderosos: no poner nombre al artefacto
que, sin embargo, no deja de representarse y de recrearse. La palabra
“patriarcado”, el nombre de este sistema que divide a la humanidad en
dos géneros sociales, situados en posición jerárquica, este sistema no
existe para los medios, no se nombra y, en consecuencia, no se reconoce
«una estructura social jerárquica ni se reconocen, tampoco, la
persistencia de los instrumentos simbólicos de conocimiento, de unas
categorías conceptuales, de una organización económica / cultural
/educativa / institucional, de unas tradiciones, de unos estereotipos,
que postulan la dominación masculina y la subordinación de las
mujeres».
La manera en
que los medios (in)visibilizan la existencia del patriarcado y su
reproducción ha contribuido a naturalizarlo de varias maneras. Para
empezar, los medios parten de una situación que se presenta como nada
problemática y en la que se asume la igualdad entre hombres y mujeres
como una situación incuestionable y ya conseguida. Así, lo que en otros
momentos históricos pudo ser objeto de controversia, hoy ya no lo es.
Ese debate ha desaparecido y se da por superado. La igualdad formal
entre mujeres y hombres es socialmente no solo aceptada sino requerida,
y los medios participan de ese estado de opinión. Hombres y mujeres son
iguales, se asegura. Y en ese sentido, quien niegue o cuestione esta
situación es inmediatamente situada fuera del sentido común, una
persona hipercrítica o exagerada; se crea así la imagen de la feminista
pesada, histérica, protestona. Asumir acríticamente que la igualdad ya
está conseguida es una estrategia que busca desactivar una lucha
socialmente prestigiada, puesto que aquella es, en las sociedades
democráticas, un valor indiscutible. Si ya somos iguales, no vale la
pena seguir insistiendo en ello. De esta manera la desigualdad queda
invisibilizada, no se ahonda en la lucha por un cambio estructural, ni
en la crítica de las múltiples estrategias de desigualdad con las que
nos encontramos día a día. Una vez que se da por seguro un suelo de
igualdad básico (aunque falso), los medios de comunicación de masas
difunden, crean, inventan y constantemente refuerzan los estereotipos
sexistas; invisibilizan, naturalizan y justifican los roles y
estereotipos de género.
Las
representaciones del mundo social, simbólico, cultural, relacional,
personal, psicológico… que muestran los medios de comunicación están
destinadas a reforzar un universo binario en el que los hombres y las
mujeres son entes completamente diferentes. Cada vez de manera más
acusada, los medios presentan a hombres y mujeres como antagónicos
física, psicológica, intelectual y emocionalmente. Mujeres y hombres
son dos reinos separados por un abismo que, sin embargo (y casi diría
que de manera misteriosa), se acercan y se necesitan para relacionarse
romántica y sexualmente. La lógica binaria que construye dos ámbitos
diametralmente opuestos y que se relacionan jerárquicamente, es
omnipresente en los medios y apenas existen representaciones
alternativas. Las mujeres son presentadas siempre como seres humanos
absolutamente diferentes en todos los aspectos a los seres humanos
hombres, que son, en todo caso, la norma. Las mujeres son siempre la
alteridad y la diferencia. «Las divisiones constitutivas del orden
social y, más exactamente, las relaciones sociales de dominación y de
explotación instituidas entre los sexos se inscriben en dos clases de
ámbitos diferentes, bajo la forma de corporalidad opuesta que conduce a
clasificar todas las cosas del mundo según unas distinciones reducibles
a la oposición entre lo masculino y lo femenino».
Resumiendo
mucho las estrategias que utilizan los medios para (re)construir ese
universo binario (y que son de sobra conocidas), podríamos decir que
para empezar todos los medios participan, tanto en publicidad, como en
ficción o no ficción, de una acusada infrarrepresentación femenina
teniendo en cuenta que las mujeres constituimos la mitad de la
población. Cuando aparecen mujeres no lo hacen en papeles o situaciones
centrales o importantes. Los hombres son los héroes y son lo importante
de la noticia o de la historia; las mujeres tienen a ser las ayudantes,
novias o esposas de las figuras principales o las protagonistas de
noticias secundarias, poco importantes, relacionadas siempre en todo
caso con el ámbito de lo considerado femenino. Cuando se trata de
personajes femeninos centrales, no comparten nunca las características
masculinas o éstas no tienen en ellas el mismo valor que en ellos;
ellas son siempre “lo no masculino”, ellas lloran y necesitan ayuda,
son emocionales, son mandonas o autoritarias etc. En sus facetas
profesionales, los medios presentan a las mujeres siempre como posibles
objetos sexuales e incluso aquellas que ocupan roles protagonistas o
profesionales necesitan aparecer marcadamente femeninas y demostrando
preocupación por su aspecto físico: maquilladas, peinadas y vestidas
como la moda femenina impone. La belleza es un aspecto fundamental en
aquellas que trabajan a la vista del público: locutoras, periodistas,
etc. Los ámbitos, los espacios del mundo que hombres y mujeres ocupan
siguen siendo presentados como organizados en torno a la esfera
doméstica/esfera pública y poco importan las cifras de ocupación o
liderazgo femenino que las mujeres van a seguir siendo representadas a
cargo de la esfera doméstica, responsables del buen funcionamiento de
la familia, responsables de las relaciones afectivas, del cuidado etc.
Finalmente,
quizá lo más importante de todas las representaciones con las que
contamos es que éstas aparecen siempre como naturalizadas y no
cuestionadas, y no se deja pasar ocasión de alegar un sustento
biológico o natural a cualquier teoría que apoye el binarismo sexual,
mientras que incluso las pruebas de que los condicionamientos
biológicos como tales no existen difícilmente van a encontrar hueco en
los medios de masas. Así, estos medios han construido o se han
convertido en un baluarte de un supuesto sentido común que se pone
siempre de parte de un extremo y radical binarismo sexual.
La publicidad
sería un punto y aparte en este capítulo. Medios de comunicación de
masas y publicidad son dos cosas diferentes, pero hoy día no se
conciben de manera separada. Por una parte, los medios de comunicación
dependen de los ingresos publicitarios para subsistir y, por la otra,
las marcas necesitan de los medios para insertar su publicidad. Además,
ambos se imbrican y en muchas ocasiones no se distinguen. No siempre es
fácil distinguir, por ejemplo, un reportaje sobre moda de la publicidad
de una marca, y los contenidos de algunos de los suplementos de
determinados medios son indistinguibles de la publicidad que los
financia. La publicidad ha dejado de ser únicamente una herramienta que
pretende incitar al consumo de una marca para convertirse en una
poderosísima herramienta de transmisión ideológica, quizá la más
poderosa en la actualidad. Los anuncios construyen identidades
socioculturales, maneras de entender el mundo, imágenes personales.
Pero sobre todo en las últimas décadas, la publicidad se ha convertido
en un pilar de la imagen patriarcal de las mujeres. Las mujeres
actuales tienen en las imágenes publicitarias el modelo al que
parecerse físicamente. El hecho de que las imágenes publicitarias estén
falseadas mediante técnicas de Photoshop y muestren a mujeres que en
realidad no existen ni puedan existir, no parece ser un freno. Un
cuerpo femenino inalcanzable e irreal se ha convertido en el vehículo
para excitar el deseo a partir del cual vender cualquier clase de
producto. Más allá del impacto sobre el consumo, sobre el producto en
cuestión, el impacto sobre la imagen que las mujeres tienen de sí
mismas y el que la sociedad exige de ellas es muy potente. Esas fotos
trucadas imponen un modelo brutal por inalcanzable y que tiene en esa
imposibilidad un potente estímulo para el consumo de todo tipo de
productos y de artículos que se venden, precisamente, ofreciendo como
señuelo la posibilidad de acercar el cuerpo o el rostro real a ese otro
cuerpo en realidad inalcanzable. Además, imponen a la mujer el duro
trabajo de estar siempre pendiente de su imagen, minan la autoestima de
quien no consigue siquiera ser un reflejo de la modelo que aparece en
las fotos falsas y fundamentalmente colocan a todas las mujeres en
posición de objeto sexual, posición a partir de la cual se va a
dilucidar su valía. El mensaje de la publicidad es que no importa el
punto de partida porque, si se gasta lo suficiente y se esfuerza una lo
suficiente, será posible para cualquiera acercarse a esa imagen que
define el triunfo o el fracaso social y personal. La mujer de la
publicidad se ha convertido en la imagen social de las mujeres; pero
esa mujer no existe ni puede existir por lo que el aspecto de todas las
mujeres reales se convierte en un drama sin solución.
Para concluir,
no es exagerado afirmar que la influencia de los medios de comunicación
en el patriarcado contemporáneo es tan importante que si el feminismo
no consigue introducir discursos y representaciones alternativas con
eco social suficiente podemos encontrarnos con que los logros de la
igualdad formal conseguidos tras duras batallas terminan convirtiéndose
nada más que en pálidos reflejos de la verdadera igualdad.
R. Güereca
Torres, Feminismos, tecnología y comunicación: La construcción de una
voz propia en las sociedades de la información, UNAM-FCPyS-FES Acatlán,
2012, p. 10.R. Caldas (ed.), «Discurse, Power and Access», en Critical
Discourse Analysis, Sage, Beverly Hills, 1992.
P.
Mayobre, «Micromachismos invisibles. Los otros rostros del
patriarcado», ponencia presentada en el VI Congreso Estatal de Isonomía
sobre Igualdad entre Hombres y Mujeres: Miedos, culpas, violencias
invisibles y su impacto en la vida de las mujeres. ¡A vueltas con el
amor!, Castellón de la Plana, 16-18 de septiembre de 2009.
P.
Bourdieau, La Dominación masculina, Bellaterra, Barcelona, 2000, p. 45.
P. López Díaz, «Representación, estereotipos y roles de género en la
programación infantil», en M. Bengoechea, M. J. Díaz-Aguado, L. Falcón,
P. López
Díez y Á. Pérez, Infancia, televisión y género. Guía para la
elaboración de contenidos no sexistas en programas infantiles de
televisión, IORTVE e Instituto de la Mujer, Madrid, 2005.
A. Walzer, y C. Lomas, «Mujeres y publicidad: del consumo de objetos a objetos del consumo, Pueblos, 15, marzo 2002, pp. 18-19.
Fotos: archivo AmecoPress
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