La esquizofrenia
caracteriza al régimen del PRI neoliberal. El más obvio ejemplo lo está
dando quien nominalmente es su líder sexenal, Enrique Peña Nieto, cuyo
discurso en el acto organizado el sábado por la cúpula priísta, es un
claro testimonio de la enfermedad mental que padecen los dirigentes de
un sistema político carcomido por la corrupción, el cinismo, la
voracidad y el total desapego a los valores patrios más elementales.
Llevan tres décadas arruinando al país y se dicen sus salvadores, lapso
en el que ha quedado comprobada su irresponsabilidad, su rechazo a las
reglas democráticas, su rapacidad que no tiene límites, al extremo de
entregar el territorio nacional a intereses extranjeros.
Nunca nadie, en la historia
patria, ha tenido un comportamiento tan inmoral y ajeno a valores
cívicos básicos, como el grupo tecnocrático que se hizo del poder de
manera ilegítima, y lo sigue conservando con iguales procedimientos,
aunque cada vez con mayor cinismo y desvergüenza. En su perorata
esquizofrénica, Peña Nieto llamó a reformar y actualizar al PRI, “para
que siga siendo el partido de la transformación nacional”. En sus
delirios, o para aquietar su mala conciencia, debe hacerse a la idea de
que en estos últimos treinta años México se ha transformado. De hecho
así ha sido, pero no en el sentido que supone el inquilino de Los Pinos.
La tecnocracia al servicio de
los grandes intereses trasnacionales, no del pueblo de México, condujo
a la sociedad nacional al callejón sin salida de la pobreza que obliga
a la gente a vender su fuerza de trabajo en calidad de esclavos; a una
galopante descomposición del tejido social que nunca antes se había
visto, con resultados dramáticos inéditos, cuyos saldos sangrientos no
tienen parangón en América Latina; a una dictadura del capital
financiero que ha empobrecido a las clases mayoritarias, orillándolas a
tomar actitudes indignas. Tal “transformación” no la queremos más de
cien millones de mexicanos, ochenta de los cuales han visto descender
su calidad de vida de modo acelerado.
En el colmo del cinismo, o de
la enajenación mental, Peña Nieto afirmó que “si algo ha caracterizado
al PRI es su responsabilidad y seriedad para ofrecer soluciones
viables”. ¿Llama responsabilidad a las políticas públicas que tienen a
México en la picota de su destrucción como sociedad organizada? ¿Cuál
responsabilidad puede haber en la entrega de las principales riquezas
del país a una camarilla oligárquica voraz, comprometida tan sólo con
sus socios extranjeros? ¿Acaso es una muestra de responsabilidad haber
hipotecado al país, aniquilando así las esperanzas de una vida mejor a
las nuevas generaciones?
Y para que no quede duda, a
los expertos en psiquiatría, de que la esquizofrenia es el mal que
aqueja al régimen del nuevo PRI, dijo: “Diversos países que se
consideraban democracias consolidadas porque tenían una sociedad civil
fuerte, medios de comunicación independientes, e instituciones sólidas,
hoy han dejado de serlo a causa de liderazgos irresponsables”. Debe
suponer que México no encaja en esta caracterización, aunque como es
fácilmente verlo, hizo una descripción de las causas internas del
fracaso del régimen. México nunca ha tenido una sociedad civil fuerte,
mucho menos medios de comunicación independientes (ahora hay
excepciones en la prensa escrita, impulsadas por las redes sociales).
Podría aceptarse que tuvo instituciones sólidas, pero en el régimen de
la Revolución Mexicana, el cual se encargó de liquidar la mafia
tecnocrática que sigue liderando Carlos Salinas de Gortari.
Para que no quedara duda de
su total compromiso con los grandes intereses globales, afirmó: “Hoy la
sombra del populismo y la demagogia amenazan a las sociedades
democráticas del mundo”. La élite del Grupo de los Siete llama
“populismo” al compromiso de gobiernos democráticos por el bienestar de
las clases mayoritarias. Si no renuncian a dicho compromiso, son
fuertemente atacados, como acaba de suceder en Grecia. En cambio, no es
antidemocrática la extrema concentración de la riqueza en élites cada
vez más reducidas, en monopolios que obligan al cierre de miles de
pequeñas y medianas empresas.
No deja de ser una burla la
consigna con la que la camarilla priísta convocó a cerrar filas con
Peña Nieto: “Unidad para continuar la transformación de México”. Tal
unidad fascista es improbable que la consigan, a menos que quieran
meter al país en una espiral de violencia cada vez más salvaje. Todo
tiene un límite y el de la paciencia del pueblo ya fue rebasado
ampliamente.
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