7/29/2015

La esquizofrenia caracteriza al régimen del PRI neoliberal


    
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La esquizofrenia caracteriza al régimen del PRI neoliberal. El más obvio ejemplo lo está dando quien nominalmente es su líder sexenal, Enrique Peña Nieto, cuyo discurso en el acto organizado el sábado por la cúpula priísta, es un claro testimonio de la enfermedad mental que padecen los dirigentes de un sistema político carcomido por la corrupción, el cinismo, la voracidad y el total desapego a los valores patrios más elementales. Llevan tres décadas arruinando al país y se dicen sus salvadores, lapso en el que ha quedado comprobada su irresponsabilidad, su rechazo a las reglas democráticas, su rapacidad que no tiene límites, al extremo de entregar el territorio nacional a intereses extranjeros.
Nunca nadie, en la historia patria, ha tenido un comportamiento tan inmoral y ajeno a valores cívicos básicos, como el grupo tecnocrático que se hizo del poder de manera ilegítima, y lo sigue conservando con iguales procedimientos, aunque cada vez con mayor cinismo y desvergüenza. En su perorata esquizofrénica, Peña Nieto llamó a reformar y actualizar al PRI, “para que siga siendo el partido de la transformación nacional”. En sus delirios, o para aquietar su mala conciencia, debe hacerse a la idea de que en estos últimos treinta años México se ha transformado. De hecho así ha sido, pero no en el sentido que supone el inquilino de Los Pinos.
La tecnocracia al servicio de los grandes intereses trasnacionales, no del pueblo de México, condujo a la sociedad nacional al callejón sin salida de la pobreza que obliga a la gente a vender su fuerza de trabajo en calidad de esclavos; a una galopante descomposición del tejido social que nunca antes se había visto, con resultados dramáticos inéditos, cuyos saldos sangrientos no tienen parangón en América Latina; a una dictadura del capital financiero que ha empobrecido a las clases mayoritarias, orillándolas a tomar actitudes indignas. Tal “transformación” no la queremos más de cien millones de mexicanos, ochenta de los cuales han visto descender su calidad de vida de modo acelerado.
En el colmo del cinismo, o de la enajenación mental, Peña Nieto afirmó que “si algo ha caracterizado al PRI es su responsabilidad y seriedad para ofrecer soluciones viables”. ¿Llama responsabilidad a las políticas públicas que tienen a México en la picota de su destrucción como sociedad organizada? ¿Cuál responsabilidad puede haber en la entrega de las principales riquezas del país a una camarilla oligárquica voraz, comprometida tan sólo con sus socios extranjeros? ¿Acaso es una muestra de responsabilidad haber hipotecado al país, aniquilando así las esperanzas de una vida mejor a las nuevas generaciones?
Y para que no quede duda, a los expertos en psiquiatría, de que la esquizofrenia es el mal que aqueja al régimen del nuevo PRI, dijo: “Diversos países que se consideraban democracias consolidadas porque tenían una sociedad civil fuerte, medios de comunicación independientes, e instituciones sólidas, hoy han dejado de serlo a causa de liderazgos irresponsables”. Debe suponer que México no encaja en esta caracterización, aunque como es fácilmente verlo, hizo una descripción de las causas internas del fracaso del régimen. México nunca ha tenido una sociedad civil fuerte, mucho menos medios de comunicación independientes (ahora hay excepciones en la prensa escrita, impulsadas por las redes sociales). Podría aceptarse que tuvo instituciones sólidas, pero en el régimen de la Revolución Mexicana, el cual se encargó de liquidar la mafia tecnocrática que sigue liderando Carlos Salinas de Gortari.
Para que no quedara duda de su total compromiso con los grandes intereses globales, afirmó: “Hoy la sombra del populismo y la demagogia amenazan a las sociedades democráticas del mundo”. La élite del Grupo de los Siete llama “populismo” al compromiso de gobiernos democráticos por el bienestar de las clases mayoritarias. Si no renuncian a dicho compromiso, son fuertemente atacados, como acaba de suceder en Grecia. En cambio, no es antidemocrática la extrema concentración de la riqueza en élites cada vez más reducidas, en monopolios que obligan al cierre de miles de pequeñas y medianas empresas.
No deja de ser una burla la consigna con la que la camarilla priísta convocó a cerrar filas con Peña Nieto: “Unidad para continuar la transformación de México”. Tal unidad fascista es improbable que la consigan, a menos que quieran meter al país en una espiral de violencia cada vez más salvaje. Todo tiene un límite y el de la paciencia del pueblo ya fue rebasado ampliamente.

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