Llama
la atención el enorme interés que despertó en los medios la andanada
especulativa sobre el futuro del ex entrenador de la selección mexicana
de futbol, Miguel Herrera, cuando el país está plagado de problemas
estrujantes que afectan sobremanera a las clases mayoritarias, sin que
la opinión pública se haga eco de una realidad que merece no sólo
serios análisis de la ciudadanía, sino un interés propositivo de todos
los sectores sociales. Sin duda, otra muy diferente sería la realidad
nacional si los medios, particularmente los electrónicos, mostraran
igual o parecido interés que el demostrado por la suerte del llamado
“Piojo”.
Es obvio que los medios al
servicio del régimen no desperdician cuanta oportunidad se les presenta
para distraer al pueblo, controlarlo y hacerlo olvidar la dramática
cotidianeidad en que sobrevive. Es parte de la estrategia de
incomunicación social que practican los regímenes antidemocráticos, en
una complicidad cada vez más cínica con los medios que practican la
autocensura, que ofrece buenos resultados en sociedades donde la
participación ciudadana es mínima o prácticamente nula, como en nuestro
país. Han sido varias semanas de distracción mediática, con el frenesí
futbolero que surgió a partir de que “El Piojo” se mostró incapaz de
controlar su temperamento.
Mientras lo que realmente
debe interesar a la población, la demagogia de un régimen en
bancarrota, pasa desapercibida. De ahí que Enrique Peña Nieto no tenga
empacho en seguir con su proclividad discursiva, con la que pretende
ocultar las verdaderas intenciones de su “gobierno”. Según acaba de
aceptar, no bastan las acciones de política social para combatir la
pobreza, pues “lo fundamental para realmente asegurar condiciones de
mayor calidad en la sociedad, es el dinamismo de nuestra economía”. Sin
embargo, las políticas públicas del régimen tecnocrático están
instrumentadas con el fin de obstaculizar ese necesario dinamismo.
Los hechos demuestran que
desde hace poco más de tres décadas, la estrategia económica oficial
está orientada a frenar el crecimiento. Todas las decisiones
gubernamentales en la materia, están dirigidas a restarle dinamismo a
la economía en su conjunto, porque actuar en el sentido correcto,
sensato y lógico es considerado “populismo”, como lo señaló en días
pasados el propio inquilino de Los Pinos.
Sin embargo, la experiencia
histórica demuestra que los graves desequilibrios socioeconómicos no
son achacables al combate efectivo a las causas de la pobreza, sino a
las políticas públicas que sólo favorecen al sector menos comprometido
con la calidad de vida de las clases mayoritarias, como sucede en
nuestro país. Tal realidad se agrava en México, pues como lo afirma el
Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social
(Coneval), la orientación del presupuesto del gasto tiene un “alto
componente político”. Destacó que desde los tres niveles de gobierno,
hasta el Congreso, “los actores (de la vida pública) buscan asignar
presupuesto en actividades que maximicen su presencia política o que
minimicen sus costos políticos”. Sobran ejemplos de tal comportamiento.
Y cuando lo que urge es
dinamizar el crecimiento real de la economía, como lo acepta Peña
Nieto, los principales motores del mismo, Pemex y la Comisión Federal
de Electricidad (CFE), se debilitan de manera acelerada. Así lo
demuestran las cifras que dieron a conocer las disque “empresas
productivas del Estado”. Las pérdidas netas de Pemex en el segundo
trimestre del año ascendieron a 84 mil 600 millones de pesos, cifra
superior en 61.8 por ciento a las del año pasado.
Por su parte, la CFE tuvo un
quebranto de 35 mil 592 millones de pesos, de enero a junio de 2015. A
esta lamentable situación se suma la caída del peso frente al dólar. Se
rebasó ya el monto de 16.60 pesos por cada billete verde, hecho que
presiona la inflación al alza, pues se incrementan los precios de las
importaciones, que cada día son mayores en el renglón de alimentos
básicos, entre muchos otros renglones. Esto no interesa a los medios de
comunicación, como si tuvieran prohibido abordar asuntos serios de
interés colectivo.
De hecho no hay una prohibición
expresa, sino una lamentable autocensura en la mayoría de redacciones,
que enaltece aún más a los pocos medios que la rehúyen como lo que es:
un efectivo veneno para liquidar a la opinión pública. Con todo, la
realidad que dejan ver las redes sociales, acaba imponiéndose a la
demagogia.
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