Cristina Pacheco
Sin decírselo a nadie,
Rosaura ha dedicado los últimos seis domingos a buscar a la maestra
Estela. Confía en que su insistencia y los pocos datos que le dio su ex
vecina en el momento en que se despidieron la ayuden a encontrarla. Le
urge que sea pronto.
Si Rosaura mantiene las pesquisas en secreto es por temor: quien se
entere la tomará por loca. Ella misma se califica así, y sin embargo
sigue con sus investigaciones. El domingo temprano, su único día libre,
se dirige a la Álamos y emprende sus caminatas en busca de un condominio
horizontal de estilo francés. Supone que en esa colonia no debe haber
muchas construcciones de ese tipo, así que será fácil localizarlas y
tocar la puerta de todos los departamentos. Con suerte, un día le abrirá
la maestra Estela y ella podrá decirle lo que está ocurriendo y tanto
la angustia.Esta exploración absurda, frenética, sería innecesaria si la mañana en que se despidieron ella le hubiera pedido a la maestra Estela su nueva dirección, en vez de conformarse con las mínimas referencias que su ex vecina le dio:
El departamento es muy pequeño. Está en un condominio horizontal tipo francés muy bonito y es de una sola planta. No tendré que subir ni un escalón.
II
Rosaura había visitado en varias ocasiones a la maestra
Estela. Al término de la visita siempre se iba con una sensación de
tristeza, asombrada de que su amiga pudiera seguir viviendo en la casa
de dos pisos que había compartido con su numerosa familia y de la que
era única sobreviviente. Una vez que se atrevió a expresar su inquietud,
la maestra le dijo que ella misma era incapaz de comprender qué la
retenía allí, sobre todo porque las habitaciones estaban tan llenas de
recuerdos tristes.
Pese a la confianza entre ellas, Rosaura nunca había subido a la
planta alta. La maestra Estela y ella siempre conversaban en la sala: un
salón inmenso, con las paredes tapizadas de fotografías y cuadros sin
ningún valor. Entre el hacinamiento de muebles lo único bello era el
piano junto al ventanal.La maestra lo veía como su tesoro y su salvación. Con lo que ganaba dando clases de música, más los mínimos restos de su herencia, durante un buen tiempo había podido cubrir sus gastos, aunque con dificultades. Se agravaron cuando, también por motivos económicos o mudanza a otras colonias, sus alumnos empezaron a disminuir.
Para la maestra Estela eso significó mayores privaciones, pero sobre todo un fuerte golpe emocional: sin darse cuenta había terminado por considerar como hijos a sus alumnos. La tarde en que ya no se presentó ninguno, pensó en los muchos otros niños a los que había dado clase durante los años anteriores.
Ni uno solo había cumplido la promesa de visitarla o llamarle por teléfono. No dudaba de que su último grupo de estudiantes fuera a comportarse con igual indiferencia. Reconocerlo le causó un dolor inmenso, como si perdiera otra vez a toda su familia, y al mismo tiempo le despertó un extraño rencor hacia los niños que habían ido apartándose de ella, sin nunca volver.
Conforme fue pasando el tiempo, la sensación de pérdida se
volvió más intensa, el rencor más dañino y aumentaron las carencias.
Imposible seguir viviendo en esas condiciones. Era urgente encontrar una
salida. Después de mucho pensarlo, la maestra Estela comprendió que
sólo le quedaba una alternativa y se la comunicó a su vecina:
Rosaura quiso restarle dramatismo a la situación: preguntó qué haría para deshacerse de ellos. La maestra, en vez de responderle, siguió con su idea: “Me encariñé mucho con ellos, pensé que era correspondida y me equivoqué. En su momento, cada uno se despidió de mí como si nada y prometiéndome al fin –porque se los imploré– que alguna vez volverían a visitarme. Nunca lo han hecho. ni siquiera me han llamado por teléfono. Pronto se olvidaron de mí. Haré lo mismo con ellos”.
A Rosaura le pareció desmedida la reacción de la maestra Estela, pero no se lo dijo: se limitó a felicitarla por su decisión. Sí, estaba muy bien que se fuera de allí, que empezara una nueva vida en un departamento cómodo, de una sola planta, con muy buena luz, vigilancia día y noche, vecinos a los que podía recurrir en caso necesario. Sí, qué suerte que hubiera encontrado ese condominio horizontal. ¿En dónde? En la Álamos.
Rosaura nunca imaginó que hubieran sido tantos. Ahora lo sabe. Desde que la profesora se fue, por las noches ve una multitud de sombras infantiles a través de la ventana y oye las mismas notas. Do, re, mi, fa, sol una y otra vez. ¡Una y otra vez! Tiene que decírselo a la maestra Estela, por eso necesita encontrarla. Cuando lo consiga le pedirá que por favor vuelva a su casa a recoger los recuerdos que dejó abandonados.
Voy a vender la casa, los muebles, todo. No quiero llevarme nada de aquí, ni siquiera el recuerdo de mis alumnos.
Rosaura quiso restarle dramatismo a la situación: preguntó qué haría para deshacerse de ellos. La maestra, en vez de responderle, siguió con su idea: “Me encariñé mucho con ellos, pensé que era correspondida y me equivoqué. En su momento, cada uno se despidió de mí como si nada y prometiéndome al fin –porque se los imploré– que alguna vez volverían a visitarme. Nunca lo han hecho. ni siquiera me han llamado por teléfono. Pronto se olvidaron de mí. Haré lo mismo con ellos”.
A Rosaura le pareció desmedida la reacción de la maestra Estela, pero no se lo dijo: se limitó a felicitarla por su decisión. Sí, estaba muy bien que se fuera de allí, que empezara una nueva vida en un departamento cómodo, de una sola planta, con muy buena luz, vigilancia día y noche, vecinos a los que podía recurrir en caso necesario. Sí, qué suerte que hubiera encontrado ese condominio horizontal. ¿En dónde? En la Álamos.
III
En pocos meses, con la ayuda de un corredor de bienes
raíces, la maestra Estela encontró comprador para su casa, el piano y
los demás muebles. Los que no pudo vender los envió a un asilo próximo,
segura de que con su generosidad embellecería la vida de
Cuando ya no quedó nada por vender, una mañana Rosaura salió a
despedirse de la maestra Estela. Nunca la había visto tan emocionada y
tan efusiva con ella. La llamó Rosy querida, le agradeció sus visitas,
dijo que iba a extrañarla y le pidió que no la olvidara. Rosaura dijo
que eso sería imposible. La casa de la maestra está frente a la suya.
Que en poco tiempo llegaran a habitarla sus nuevos dueños no quería
decir que la construcción fuese a desaparecer. Que no lo dudara: cada
mañana, al verla, pensaría en ella y en sus alumnos.los abuelitosy descargaba la suya de tantos recuerdos que guardan los objetos:
En este sillón mi madre se ponía a tejer. En aquella mesa mis hermanos y yo hacíamos la tarea. Por el teclado de mi piano pasaron las manitas de mis alumnos.
Rosaura nunca imaginó que hubieran sido tantos. Ahora lo sabe. Desde que la profesora se fue, por las noches ve una multitud de sombras infantiles a través de la ventana y oye las mismas notas. Do, re, mi, fa, sol una y otra vez. ¡Una y otra vez! Tiene que decírselo a la maestra Estela, por eso necesita encontrarla. Cuando lo consiga le pedirá que por favor vuelva a su casa a recoger los recuerdos que dejó abandonados.
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