José Antonio Meade fue preparado con tiempo por Peña Nieto,
poniéndolo en distintas dependencias para empaparse de toda la
problemática nacional, y aunque estuvo en cinco secretarías diferentes
en los últimos sexenios, sólo le faltó la más importante, la de
Gobernación donde todos los conflictos se tienen que enfrentar con
oficio político, algo de lo que carece el “candidato ciudadano” y le ha
generado graves complicaciones en su campaña.
Ante la pésima imagen de su gobierno, salpicado por la corrupción y
una deplorable política social y de seguridad pública, así como la
imposibilidad de tener un candidato con historia limpia en el PRI, Peña
Nieto y su equipo optaron por experimentar con un “candidato ciudadano”
bajo la creencia de que esto los salvaría del enojo social por los
escándalos de podredumbre en su partido y en su administración.
Y prepararon a José Antonio Meade, cuya imagen de tecnócrata no había
sido tocada por los escándalos en la administración de Felipe Calderón y
en la de Peña Nieto.
A través de las secretarías de Hacienda y Economía se procuró que
tuviera los hilos de las finanzas públicas del país, en Sedesol que se
diera “un baño de pueblo” y conociera las carencias sociales de millones
de mexicanos; en Relaciones Exteriores el manejo de la política
exterior, y en la secretaría de Energía mantener la reforma peñista de
apertura total a la inversión extranjera.
Pero algo falló en este experimento. No tomaron en cuenta varios
aspectos importantes: no se tomó en cuenta el desencanto de la sociedad
con el PRI, que traicionó la confianza que le dieron en la elección del
2012; no se tomó en cuenta la percepción social de que Meade era más de
lo mismo; que no era visto como un “ciudadano” sino como el funcionario
que estuvo detrás del gasolinazo y que representaba precisamente lo que
tanta molestia y enojo provoca en la mayoría de la gente: que el
“candidato ciudadano” se percibe como la continuidad de un gobierno y de
un partido corruptos.
En su estrategia, los priistas y Peña Nieto no consideraron que el
malestar social no es momentáneo y que está bien identificado con Meade
como parte del gobierno omiso con las necesidades sociales en sus
reformas estructurales. También dejaron a un lado lo que ocurrió en las
elecciones del 2016 cuando de 12 contiendas en igual número de estados
perdieron siete precisamente por el voto del enojo social.
Quizá pensaron que retando a López Obrador acusándolo de populista
podrían hacer subir la imagen conciliadora de Meade, o que acusando
judicialmente a Ricardo Anaya de riqueza inexplicable podrían quitarlo
del segundo lugar.
En su experimento de crear a un “candidato ciudadano” subestimaron
también el sentimiento del PRI duro, el de los militantes tradicionales,
que querían ver a uno de los suyos como aspirante a la presidencia y no
a un panista disfrazado con una botarga ciudadana.
La suma de todos estos errores es que tienen a Meade y al PRI en
tercer lugar en la contienda presidencial y con la posibilidad de perder
la mayoría sino es que todas las ocho gubernaturas y la jefatura de la
Ciudad de México, así como la mayoría en el Congreso de la Unión. Una
situación que se prevé como una debacle histórica que cimbrará las bases
de este partido.
Por cierto…En el equipo de Meade creen que aún pueden remontar a la
mitad de la contienda. Esperan la ayuda salvadora de la maquinaria
gubernamental y la operación electoral de Peña Nieto. Pero hasta ahora
no se ha visto la maquinaria de los programas sociales en todo el país
ni tampoco que lleguen los recursos a los comités directivos estatales
del PRI que son los que operan en el terreno para conseguir los votos.
Quizá ya se esté operando pero para administrar la derrota…
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