La Jornada
Por conducto del
secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, y del vocero de la
Presidencia, Eduardo Sánchez, el gobierno mexicano calificó ayer de
inaceptableel más reciente exabrupto xenofóbico del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien la víspera se refirió a algunos migrantes como
animalesque deben ser expulsados de su país y afirmó que México
habla pero no hace nada por nosotrosen materia de contención migratoria. Aunque el magnate se refería a presuntos integrantes de la pandilla Mara Salvatrucha o MS-13, conformada por centroamericanos en territorio estadunidense, tal expresión constituye una grosera afrenta a los derechos humanos y, proveniente esa expresión de un jefe de Estado, es una peligrosa incitación al odio y al linchamiento de extranjeros, además de un desfiguro visceral sin precedente que debilita y erosiona la imagen de la propia institución presidencial de Estados Unidos.
Pero Trump, no satisfecho con exacerbar las fobias chovinistas de los
sectores más atrasados de la sociedad estadunidense, fue más allá:
acusó al gobierno mexicano de
no hacer nadapor impedir que ciudadanos de terceras nacionalidades lleguen a Estados Unidos, y en ello mintió de manera flagrante: si algo puede reprocharse a las autoridades de México es que han ido demasiado lejos en su colaboración migratoria con la superpotencia vecina, permitido la presencia y la operación de agentes migratorios estadunidenses en el territorio nacional y conformado una suerte de filtro para reducir el flujo de personas procedentes de la frontera sur que ven en México una vía hacia la línea divisoria que nos separa de California, Arizona, Nuevo México y Texas.
Así se confirma una vez más que la peor manera de relacionarse
con Trump es realizar concesiones a las exigencias del gobierno
estadunidense, pues en ellas el actual ocupante de la Casa Blanca
observa un signo de debilidad, agudiza sus actitudes agresivas hacia la
contraparte y multiplica sus agravios y demandas desorbitadas.
En tal circunstancia, las autoridades nacionales deben considerar
seriamente la pertinencia de enviar a Washington un mensaje de firmeza,
como lo sería la suspensión de la colaboración bilateral en asuntos
migratorios, poner fin a la obsecuencia para la operación de agentes
estadunidenses en suelo mexicano y adoptar una política oficial de plena
hospitalidad y colaboración para con los extranjeros en tránsito hacia
el norte. Porque, a fin de cuentas, el actuar como una especie de
frontera exterior de Estados Unidos le ha valido a nuestro país
señalamientos adversos de organismos internacionales de derechos humanos
y, como puede verse, reproches tan groseros como injustificados desde
la Casa Blanca.
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