Carlos Bonfil
Un intenso ahora. En una época como la nuestra en que la distorsión de la realidad es parte sustancial de una estrategia de manipulación política, cobra una vigencia inesperada el trabajo y compromiso moral de documen- talistas como el chino Wang Bing, quien actualmente presenta en Cannes Las almas muertas (2018), cinta de ocho horas de duración con los testimonios de algunos sobrevivientes del terror maoísta, o las denuncias puntuales del camboyano Rithy Pahn (La imagen perdida, 2013; La tierra de las almas errantes, 2000) sobre la vasta empresa genocida de los jemeres rojos, o en un registro diferente, sin una carga ideológica manifiesta, pero con una coherencia artística extraordinaria, la paciente captura de la faena social cotidiana en el cine documental del estadunidense Frederick Wiseman, autor hasta la fecha de 45 documentales, quien a los 88 años sigue en plena actividad, animado por una curiosidad insaciable. Entre las variadas propuestas de la 13 edición de Ambulante, gira de documentales, destaca justamente la retrospectiva que selecciona una parte sustancial de su obra (12 documentales de 1967 a 2017), que rinde cuenta cabal de la originalidad y fuerza expresiva de su empeño.
La novedad del cine de Wiseman consiste en transformar el registro documental en un intenso material dramático a través de un minucioso trabajo de edición del cual suele ocuparse personalmente. Por esta razón resulta inútil, y para él fastidioso, estamparle a su trabajo un precipitado sello de cine observacional o directo, cuando él mismo considera sus cintas como ficciones cargadas de realidad. Basta remitirse a la retrospectiva pionera que en México presentó en 2008 el FICCO (Festival Internacional de Cine Contemporáneo de la Ciudad de México) en su quinta edición, también con 12 documentales filmados hasta 2007, y completar aquella muestra con la estupenda actualización que hoy ofrece Ambulante para valorar hasta qué punto Wiseman se ha mantenido fiel a sus rigurosos principios formales. El relato documental del cineasta abarca una enorme gama de actividades en el tejido social estadunidense. Es un trabajo de cronista atento, lo mismo a las labores de médicos y enfermeras en su relación diaria con los pacientes (Hospital, 1970), que a los maestros y terapeutas en una escuela para invidentes (Ciegos, 1986) o, en un contexto muy distinto, a las audiciones en el mundo de la moda (Modelo, 1981) o a las rutinas coreográficas de las bailarinas nudistas de un célebre cabaret parisino (Crazy Horse, 2011). El trabajo documental fluye con una libertad absoluta, sin intromisiones inoportunas del autor, sin voz en off ni comentarios escritos en la pantalla, instalando al espectador en medio de las acciones y los lugares, dejándole por completo la responsabilidad de su propio punto de vista. La estrategia es clara: observar todo muy de cerca, manteniendo al mismo tiempo una distancia pertinente.
Considérense sus documentales más recientes, National Gallery (2014) o Ex-Libris: la biblioteca pública de Nueva York (2017), o su estupenda radiografía social de un barrio neoyorkino (En Jackson Heights, 2015), que no se incluye en esta muestra pero que ya fue exhibida en la Cineteca Nacional. En estas cintas Wiseman refrenda la eficacia de su método ya clásico de inmersión total en las labores diarias de quienes frecuentan esos espacios y de quienes a su vez los administran. Son sus voces las que importan. Las voces de los restauradores de pinturas antiguas, de los conservadores de colecciones bibliográficas, de los guías expertos en el análisis de los cuadros en los mu- seos, de los administradores que velan por preservar el prestigio de las instituciones culturales frente al embate del mercantilismo o la desmesura urbanística. En las viejas cintas de Wiseman, la carga emotiva era todavía más fuerte: había la frustración o el orgullo en un gimnasio de boxea- dores, el dolor inconmensurable en las salas de urgencia de los hospitales, los dilemas entre el encarnizamiento médico con el enfermo terminal y la generosidad del suicidio asistido, los temblorosos pasos del infante invidente y el ya sabio control autónomo de su colega adolescente. El cine documental de Wiseman invita a la contemplación sin eximir al espectador de un involucramiento emocional activo. Más que el clásico cinéma vérité francés, se trata aquí de un cine de la verdad en una triste época plagada de fake news y de mentiras institucionales. En ello radica su novedad inagotable y su enorme atractivo.
Se exhibe en la sala 9 de la Cineteca Nacional y en otras sedes de Ambulante hasta el jueves 17 de mayo. Horarios y lugares: www.ambulante.com.mx
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