Enrique Peña Nieto (EPN) señaló enfáticamente que
es un mito y una sinrazón proponer la autosuficiencia alimentaria, pues no hay ningún país en el mundo que sea autosuficiente, que debe aspirarse
a garantizar la disponibilidad de alimentos, como sucede en México, que tiene una fuerte producción interna, tanto que exportamos más de lo que importamos. Además, hace una apología del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) al señalar que
los vínculos comerciales entre los dos países [en referencia a Estados Unidos] son profundos y benefician a productores y consumidores en ambos lados de la frontera.
EPN está equivocado, en primer lugar porque sí hay países
autosuficientes, entre ellos Canadá, Argentina y Australia. Por otro
lado, afirmar que México es una potencia agroalimentaria y exporta más
de lo que importa, implicando con ello que la población dispone libre y
ampliamente de los alimentos es más que una trampa discursiva.
Lamentablemente, las condiciones del país evidencian un panorama que
desmiente esa visión optimista del Ejecutivo, pues
en 881 mil hogares hubo un niño que comió sólo una vez al día o dejó de comer todo el día. Asimismo, en 10.75 millones de hogares un niño tuvo dificultades para satisfacer sus necesidades alimentarias, como señala Mario Luis Fuentes.
Lo anterior es muestra de que la desigualdad y las asimetrías
económicas y sociales son parte del entorno nacional y haber perdido la
autosuficiencia alimentaria en los últimos 30 años (Felipe Torres)
agudizó el problema como parte de la aplicación irrestricta del proyecto
neoliberal que ha mantenido en la pobreza a más de 50 por ciento de la
población. EPN hace generalizaciones inaceptables pues invisibiliza los
problemas, desaparece el hambre que padece la población, la
insuficiencia de ingresos, así como la anómala distribución alimentaria,
todo lo cual es violatorio de los derechos fundamentales, como es el
acceso a la alimentación (Amartya Sen).
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y
la Agricultura (FAO) acentúa la importancia de que los países alcancen
la seguridad alimentaria, para lo cual requieren producir por lo menos
75 por ciento de los alimentos que consumen, y México sólo produce 55
por ciento. Por tanto, no es ninguna irracionalidad, sino que es la
forma de evitar poner en riesgo los alimentos de la población al
depender de un país tercero que puede maniobrar por intereses espurios
el envío de un producto estratégico. Y menos en la situación actual, en
que el presidente del país que nos surte de esos productos es el
inestable Donald Trump. La historia ha mostrado cómo la posible
manipulación política de los alimentos se convierte en un enorme riesgo.
Recuerda Bosco de la Vega, presidente del Consejo Nacional Agropecuario
(CNA), que la caída del muro de Berlín se debió el embargo de trigo por
parte de Estados Unidos.
Hacer afirmaciones como las sostenidas por EPN enmascara uno de los
efectos más nocivos de la firma del TLCAN que fue la devastación del
campo, cuya consecuencia es el incremento extraordinario de la migración
de campesinos que no pudieron enfrentar la apertura indiscriminada y la
liberalización comercial en tanto que fueron totalmente desprotegidos
por los gobiernos al no darles las mismas condiciones que obtuvieron sus
competidores del norte, es decir, subsidios elevados y todo tipo de
seguros para su producción. De ahí la gran ironía, Estados Unidos se
mantuvo como potencia agroexportadora porque, además de los beneficios
otorgados incorporó a los campesinos migrantes mexicanos, que
indocumentados y vulnerables favorecieron la competitividad de sus
productos debido a los bajos costos laborales que se les fijó.
El gobierno mexicano se equivocó de política pública para el campo, y
lo más lamentable es seguir sosteniendo, después de tantos años, que
México es una potencia agroalimentaria cuando tiene que importar la
parte estratégica de la dieta básica de la población.
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