“Con poquito, pero vamos a ganar”, declaró el dirigente de la
Confederación de Trabajadores de México (CTM), Armando Neyra, confiado
en que la mezcla perfecta de operación clientelar, acarreo
delincuencial, violencia política y guerra sucia funcionarán para
colocar a Meade en Los Pinos el próximo 1 de julio. Efectivamente,
Meade ha citado numerosas veces los fraudes perpetrados el año pasado en
Coahuila y el Estado de México como “ejemplos” a seguir rumbo a la
Presidencia de la República.
El senador priista Manuel Cavazos fue más preciso en su
argumentación, también en entrevista con Enrique Méndez el mismo domingo
6: “Las elecciones se ganan en la casilla y para llenar ese hueco, ese
bache, esa distancia entre la casa y la casilla se necesita mucha
organización y estructura, y eso sólo lo tiene el PRI”. Cavazos después
remataría: “Las encuestas se hacen en casa. Y si le preguntan, usted
dice por quién piensa votar. Ah, pero que ese día se levante a votar,
deje el futbol y la fiesta, eso es otra cosa, y eso no lo toman en
cuenta”.
Queda perfectamente clara la estrategia del PRI. Gastarán millones de
dólares, euros y pesos al margen de la ley para, por un lado, movilizar
legiones de ciudadanos vulnerables por medio de operativos ilegales de
acarreo de votantes y, por otro lado, desmovilizar a los simpatizantes
de sus adversarios por medio de la intimidación, el miedo y la
distracción.
De manera complementaria, el régimen también utilizará amenazas
directas y estrategias de cooptación, la fórmula clásica de “plata o
plomo”, tanto para ahuyentar a los representantes de casilla de Morena
como para domar a los ciudadanos funcionarios de casilla que pudieran
atreverse a denunciar las irregularidades.
Tal y como lo ha documentado el periodista Salvador García Soto
(véase: https://bit.ly/2rrvXov) el PRI sabe que es suficiente con
ejercer un control absoluto sobre 10% o 15% de las 155 mil casillas,
sobre todo las ubicadas en las zonas rurales más marginadas del país. Si
logran retacar estas casillas con boletas electorales a su favor, y
anular las de López Obrador, podrán compensar la enorme pérdida de votos
que seguramente sufrirán en las zonas urbanas.
Y si por alguna razón estas estrategias no surtieran efecto, siempre
queda el último recurso: la muerte. En el “relanzamiento” del 6 de mayo,
Meade convocó a los militantes del PRI a “jugársela a muerte para
defender lo que creemos en este país”. Justo el día anterior, el
periodista Ricardo Alemán había lanzado vía Twitter una invitación
pública a los seguidores de López Obrador para que acabaran con la vida
del tabasqueño. Ese mismo sábado, 5 de mayo, fue asesinado el candidato
de Morena a la presidencia municipal de Tenango del Aire, Addiel
Zermann, de 39 años, en el Estado de México.
El PRI se niega a aceptar su derrota. Al parecer, el viejo partido de
Estado está dispuesto a cualquier cosa con tal de no soltar el poder.
El “haiga sido como haiga sido” de Felipe Calderón podría llegar a ser
peccata minuta en comparación con el megafraude que tienen planeado los
PRIANistas contemporáneos.
López Obrador ha ganado la primera fase de la batalla: la lucha en la
opinión pública por colocarse como el probable ganador el 1 de julio.
En contraste con 2012, todas las encuestas ahora colocan a AMLO con una
enorme ventaja sobre sus rivales. Hasta los periodistas de Televisa y de
Milenio han tenido que bajarse de su pedestal y por lo menos fingir su
respeto hacia el tabasqueño.
Sin embargo, la euforia lopezobradorista tiene el riesgo de obnubilar
la razón de sus simpatizantes. Pareciera como si de la noche a la
mañana, por arte de magia, México se hubiera convertido en una auténtica
democracia electoral en la que los mejores candidatos y los políticos
más populares accedieran a los cargos públicos.
La recta final es siempre lo más difícil en cualquier carrera y el
actual proceso electoral no es ninguna excepción. Si Morena no logra
inhibir y desarticular la enorme movilización ilegal que tendrá lugar en
los distritos más vulnerables y marginados del país, difícilmente podrá
cantar victoria la noche del 1 de julio.
Los ciudadanos también tenemos que cumplir con nuestra
responsabilidad histórica. El próximo 31 de mayo se cierra el plazo para
registrarse como observadores electorales ciudadanos. Solamente los
ciudadanos debidamente acreditados por el Instituto Nacional Electoral
como observadores podrán vigilar las casillas durante la jornada
electoral y también atestiguar personalmente el conteo de los votos y el
llenado de las actas durante la noche del 1 de julio.
El trámite es sumamente sencillo. Solamente hay que acudir a cualquier
módulo del INE con su credencial de elector y dos fotografías en mano
(para mayor información véase:
https://dialogosdemocracia.humanidades.unam.mx/participa/).
Esperemos que cientos de miles de ciudadanos decidan participar
directamente en la defensa de la legalidad y la democracia durante estos
comicios históricos. De lo contrario, que la nación nos lo demande.
www.johnackerman.blogspot.com
@JohnMAckerman
Este análisis se publicó el 13 de mayo de 2018 en la edición 2167 de la revista Proceso.
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