Fuentes: CTXT
Cuando miles de personas aplauden desde sus balcones coge fuerza
una idea: podemos vivir sin banqueros, pero no sin las que cuidan
Mujeres trabajando en un invernadero.
Una auxiliar de ayuda a domicilio en
Madrid o una enfermera en Nueva York. Una teleoperadora que hace teletrabajo
desde casa mientras cuida a sus hijos. Una trabajadora del hogar inmigrante y
una trabajadora de la logística en Italia. Mujeres que ponen el cuerpo en la
primera línea del combate contra la pandemia y la crisis social.
“Somos las grandes olvidadas”, nos dice
Isabel Calvo, auxiliar de ayuda a domicilio en Madrid. Son miles las mujeres que,
como ella, salen cada día a trabajar en tiempos de cuarentena, porque no pueden
dejar sin servicio a personas enfermas o mayores. “En una jornada completa
podemos llegar a ver a seis usuarios, les ayudamos con las actividades básicas
de la vida, el aseo, la comida, una cita de un médico, recoger un poquito la
casa”. Sin embargo, aunque están en contacto estrecho con personas en riesgo,
no reciben la protección adecuada por parte de las empresas empleadoras. En los
últimos días, Calvo ha tenido que contactar personalmente con diferentes
asociaciones para conseguir material de protección, mascarillas o batas.
“Parece que tiene que suceder, ojalá que no, la muerte de alguna compañera para
que esto se visibilice, que se ponga en el mapa”. Y aunque ellas actúan como
una barrera protectora para que muchos casos no lleguen a la sanidad pública,
nadie las cuida. “Necesitamos protección, para poder proteger a los demás”,
asegura.
Tre Kwon es enfermera en el Hospital Mount
Sinai de Nueva York. Junto con sus compañeras, personal sanitario y de
limpieza, han creado el Grupo de trabajadoras de primera línea de la Covid-19,
una especie de escudo humano para sortear la tormenta que se desata sobre las
salas de emergencia cada día. Mientras Donald Trump declara en los medios que
“estamos todos juntos en esto”, Tre Kwon piensa algo muy distinto. “Somos
nosotras las que ponemos nuestros cuerpos en la línea de frente. Somos las que
ponemos en riesgo a nuestras familias y a nosotras mismas en el trabajo”. Ella
tiene una beba de tres meses y había ahorrado algún dinero para poder tomarse
una licencia maternal, pero al ver por televisión la gravedad de la crisis ha
decidido volver al hospital junto a sus compañeras y compañeros. Enfermeras y
personal médico de Nueva York, California, Missouri y Texas están protestando
por la “falta de preparación” de los hospitales para enfrentar la pandemia en
el país más poderoso del mundo.
Las trabajadoras del hogar y los cuidados
son un sector totalmente feminizado, que ocupa a más de 700.000 personas en
España. La mayoría son migrantes y una parte importante trabaja como internas,
en la economía sumergida y en situación irregular, debido a los requisitos de
la Ley de extranjería, que no son fáciles de cumplir. En la última semana, el
Gobierno calificó a este sector como parte de los servicios esenciales si
tienen a su cargo el cuidado de personas enfermas o mayores.
Marina Díaz lleva trece años como
trabajadora del hogar y pertenece a la Red de Hondureñas migradas. “Con esta
crisis sanitaria, económica y social estamos sufriendo mucho más la precariedad
y vulnerabilidad, debido a que las medidas tomadas por el Gobierno no son las
suficientes”. La situación se agrava, ya que no reciben insumos de
protección para evitar los contagios. “El subsidio extraordinario aprobado por
el Gobierno no cubrirá a todas las trabajadoras del hogar y los cuidados y
además se tardará para poder obtener esa ayuda, pero la crisis la estamos
viviendo ya”, explica. Díaz hace una pregunta simple: “Dicen que somos
esenciales, que sostenemos la vida y la economía y facilitamos a personas,
principalmente mujeres, que puedan trabajar fuera de sus hogares. ¿Entonces por
qué no tenemos los mismos derechos que los demás trabajadores de España? ¿Qué
es lo que impide la entrada al Régimen General de la Seguridad Social?”
Maddy era una trabajadora inmigrante,
empleada en la empresa DHL de Piacenza, cerca de Milán. Estaba organizada junto
al sindicato de base Si-Cobas y participó de las huelgas que se desataron en el
norte de Italia para exigir condiciones de protección sanitaria y el cierre de
las empresas no esenciales cuando empezó la cuarentena. Falleció el 24 de
marzo, después de contagiarse coronavirus. Sus compañeras y compañeros de
trabajo prometen no olvidarla. El lema de muchas de estas huelgas era “Nuestra
salud, antes que sus ganancias”. Cuando se tiene que ir a la huelga para no
morir, es que hay un sistema que merece perecer.
La pandemia, con epicentro en Italia,
España y Estados Unidos, ha puesto al desnudo las profundas contradicciones del
capitalismo patriarcal donde los trabajos de cuidados y los empleos más
precarios siguen recayendo en las mujeres. Durante las décadas de ofensiva
neoliberal se desplegaron múltiples tendencias que aumentaron como nunca el
entrelazamiento de los agravios de clase, género y racismo para las mujeres
trabajadoras.
Mientras el Estado recortaba drásticamente
los presupuestos de salud, educación y servicios sociales –preparando así el
colapso del sistema sanitario ante pandemias como la actual– se incentivó la
expansión de empresas privadas en estos sectores, que emplean trabajo femenino,
precario y sin derechos. Al mismo tiempo, el ingreso al mundo laboral de
millones de mujeres en todo el planeta, especialmente en los países más ricos,
supuso un aumento de la demanda de mano de obra de mujeres migrantes, tercerizando
el trabajo del hogar como trabajo asalariado.
Pero la mayor feminización de la fuerza
laboral no implicó una reducción de la carga del trabajo doméstico en los
hogares para gran parte de las mujeres. Y en esta crisis, esa contradicción
también estalla. ¿Cómo combinas el teletrabajo con cuidar a tus hijos durante
todo el día? ¿O cómo cuidas adecuadamente a tu familia, si has sido despedida y
tienes que elegir entre pagar el alquiler o comprar comida?
Si la conciliación familiar ya era una
tarea titánica para la mayoría de las mujeres en tiempos “normales”, qué decir
cuando tienes que sortear la presión de los jefes y el cuidado de los niños, al
mismo tiempo, dentro de las cuatro paredes del hogar. ¿Y qué ocurre cuando no
se puede establecer un espacio físico de teletrabajo separado del resto de la
familia, en pequeños pisos sin condiciones adecuadas?
La crisis múltiple que estamos atravesando
(crisis sanitaria, económica, geopolítica y social) desvela la barbarie de un
sistema capitalista patriarcal que no puede asegurar ni siquiera la atención
médica a gran parte de la población, donde algunas corporaciones capitalistas
se lucran con la producción e investigación de vacunas, mientras se trata a las
personas mayores o las que están enfermas como material descartable. Un sistema
que se encamina hacia una probable depresión y que intentará, una vez más,
reconstruir el ciclo de acumulación sobre los cuerpos cansados y explotados de
las mujeres y el conjunto de la clase trabajadora, a costa de la vida de millones.
Pero algo está cambiando. Cuando miles de
personas aplauden desde sus balcones a las enfermeras y al personal médico,
cuando se viraliza un video aplaudiendo a las limpiadoras de un hospital,
cuando alguien le agradece a la cajera de un supermercado, está empezando a
coger fuerza una idea: podemos vivir sin banqueros, sin grandes empresarias que
rompan los techos de cristal, pero no podemos vivir sin las trabajadoras del
campo, sin las que cuidan a niños y ancianos, sin las que producen nuestros
alimentos y nuestra ropa. Una vez que esta idea prenda, será difícil apagar el
fuego.
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