Editorial La Jornada
sin precedentedurante el segundo trimestre del año, después de que en el primer trimestre acusara ya un severo descalabro de -4.8 por ciento en comparación con el periodo inmediato anterior, la caída más pronunciada desde la crisis de 2008. Por su parte, el Fondo Monetario Internacional (FMI) estimó en -5.9 por ciento la contracción de la economía estadunidense para todo 2020, un golpe fuerte, pero no tan grave como el que habrá de sufrir la zona euro (-7.5 por ciento), con Italia y España como mayores afectadas (-9.1 y -8 por ciento, respectivamente). En cuanto a México, el FMI sitúa su pronóstico en -6.6 por ciento.
De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), por cada mes que se mantienen en vigor las medidas de confinamiento destinadas a frenar la propagación de la enfermedad Covid-19, la economía global retrocede 2 por ciento. Así, el organismo internacional ubica la contracción del producto interno bruto mundial en -8 por ciento durante lo que va del año y, si se considera que muchas naciones recién entran en la fase más álgida de contagios, es inevitable que los números rojos se extiendan por dos meses o más.
En suma, el mundo entero se enfrenta a un descalabro económico de dimensiones desconocidas para cualquiera de las generaciones vivas, y de momento no existe ninguna hoja de ruta que garantice la restauración de la normalidad previa a la pandemia. Esta circunstancia, que trae todo tipo de aflicciones a millones de personas alrededor del planeta, debe ser aprovechada para reflexionar y replantear a fondo el sistema económico que ha sido impuesto, con diferentes ritmos y alcances, a lo largo de las cuatro décadas recientes. En efecto, no puede pasarse por alto que el impacto de la emergencia sanitaria sobre la economía responde, en buena parte, a la construcción de economías de consumo, basadas en la adquisición incesante de bienes y servicios; un modelo construido a expensas del descuido sistemático del aspecto productivo de las sociedades y de la precarización inhumana de las condiciones laborales.
Otra fragilidad de la economía exhibida por la coyuntura presente es su autoinfligida dependencia del transporte aéreo, no sólo por el auge del turismo internacional masivo, que parece condenado a una severísima contracción durante un periodo indeterminable, sino además por la normalidad otorgada a modelos de negocios y gestión que implican la continua movilidad global del personal (en particular, los altos cargos) de compañías trasnacionales, organizaciones no gubernamentales globales, universidades y otras instituciones. Cabe recordar que este uso indiscriminado del transporte aéreo fue un catalizador de la propagación acelerada del coronavirus, toda vez que la movilidad internacional de algunos sectores sociales contribuyó de manera visible a transportar al patógeno antes de que hubiera plena conciencia del riesgo.
La doble necesidad de recuperar las sociedades de la producción frente a la vigente sociedad de consumo, y de reducir la exposición de las mismas a flujos internacionales que pueden verse interrumpidos en situaciones imprevisibles, es un recordatorio de la importancia de fortalecer las economías locales y las lógicas de organización comunitarias. Lo anterior no implica un llamado a la autarquía ni al aislacionismo, sino a desarrollar formas de integración global alejadas de la inoperante lógica neoliberal.
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