Don José –cuenta la periodista
Ana Lilia Ramírez– era obrero en una fábrica de costura que manufactura
partes para automóviles en Tijuana. Tenía 42 años de edad y llevaba
cinco trabajando en la maquiladora. Padecía de hipertensión. El pasado
14 de abril falleció de Covid-19 en el Hospital Regional 1 del IMSS.
Rosa, hija de don José, le presentó a la empresa su cartilla del
Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) que demostraba que sufría de
presión arterial alta. A la compañía no le importó. Le exigió que
presentara su incapacidad médica. Cuando la obtuvo era demasiado tarde.
La cadena de montaje no podía detenerse. En otras palabras, laboraba o
se iba a la calle. Se quedó a trabajar hasta su muerte.
Cuando la empresa fue notificada por el IMSS sobre la defunción de su
trabajador, cerró sus puertas. De sus líneas de ensamble no salían
productos vitales para enfrentar la pandemia. No fabricaba productos o
equipo médico ni procesaba alimentos. Sólo partes para armar
automóviles. Y muerte y trabajadores contagiados de coronavirus (https://bit.ly/3ePorMh).
A mil 200 kilómetros de distancia de allí, en Ciudad Juárez, dos
obreras de la maquiladora Electrolux-refrigeradores murieron contagiadas
de Covid-19, escribe Kau Sirenio. La empresa lo reconoció en tres
párrafos de un breve comunicado. Dos semanas antes, el 7 de abril, las
trabajadoras habían protestado por la falta de medidas de protección
contra la enfermedad en la planta. La compañía encerró a las empleadas y
despidió a 20. El 22 de abril, reconoció que tres operarios habían dado
positivo. Finalmente cerró, a pesar de que asegura que su negocio es
esencial(https://bit.ly/2KvKppA).
Como muestra la edición de este lunes de La Jornada (https://bit.ly/2VKdeVU
), casos como el de don José o las obreras de Electrolux son la regla.
Sólo que la crisis del Covid-19 los han exacerbado. A la industria
maquiladora, que florece de la mano de la precariedad laboral y una
moratoria de facto de la legislación ambiental, nunca le ha
importado la salud de sus operarios (muchos de ellos mujeres), sino sus
ganancias. Tampoco ahora. Sus líneas de producción no deben parar y
abunda la fuerza de trabajo que las mantienen activas.
Carlos Monsiváis bautizó como Taiwanajuato y Maquilatitlán a esos
territorios industriales de excepción asentados en las ciudades
fronterizas con Estados Unidos, pero también, en el Bajío, el valle de
México o la península de Yucatán, para señalar su condición de enclaves
ensambladores, en los que, los obreros, en tanto personas, son
prescindibles porque son fácilmente remplazables.
El 24 de abril, sólo 141 maquiladoras de Baja California había parado
actividades; 68 por ciento de empresas de la entidad continuaban en
operación, según el CEEP local. Esto, a pesar de que el gobierno ordenó
la suspensión inmediata desde el 30 de marzo hasta el 30 de abril de
actividades no esenciales en los sectores públicos, privado y social. No
puede extrañar entonces que, el 24 de abril, a pesar del subregistro en
la entidad, 60 trabajadores de plantas de ensamble en Tijuana habían
dado positivo a coronavirus.
La cosa no termina ahí. Multitud de empresas que han suspendido
actividades se niegan a pagar a los trabajadores la totalidad de sus
salarios o han despedido a su personal.
La desobediencia maquiladora ha enfrentado, en decenas de empresas,
la rabia obrera. En Tijuana, Mexicali, Ciudad Juárez, Durango, Yucatán,
Reynosa y Matamoros han estallado protestas espontáneas de trabajadores.
Sus demandas varían de compañía a compañía y de ciudad. Entre otras
consisten en: parar actividades, no recorte de salarios, que no haya
despidos con el pretexto del Covid-19, que quienes deben seguir
laborando cuenten con medidas sanitarias, o, en caso de que enfermen,
que se brinde apoyo a sus familiares.
Las autoridades laborales han clausurado en varias entidades norteñas
maquiladoras que no realizan actividades esenciales. Pero muchas otras
siguen funcionando con la mayor impunidad.
En la mejor tradición colonial, el tío Sam ha presionado a México
para que las ensambladoras sigan funcionando al margen de cualquier
consideración de salud. Desde Twitter, el embajador de Estados Unidos,
Christopher Landau, llamó a mantener intactas las cadenas de suministro.
Expresó su preocupación por los cierres a causa del coronavirus que
perjudican el flujo de partes y productos que alimentan a las empresas
de los tres países de la zona de libre comercio de América del Norte.
La destrucción económica también amenaza la salud, escribió.
En la misma ruta, la Asociación Nacional de Manufactura de Estados
Unidos envió una carta al presidente López Obrador para demandar la
homologación de la clasificación mexicana de actividades industriales
consideradas como básicas con las de Estados Unidos.
El empecinamiento empresarial por mantener funcionando las fábricas
en la región de Lombardía pese a la pandemia fue fundamental en la
catástrofe sanitaria italiana. La obcecación de las maquiladoras en la
frontera con EU por laborar al margen de cualquier consideración de
salud de sus obreros (y la falta de una respuesta enérgica de las
autoridades mexicanas para impedirlo), anticipan que el caso italiano
podría repetirse aquí.
Twitter: @lhan55
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