La persistencia de
la pandemia de Covid-19 ha desatado una carrera desaforada por lograr
una vacuna, el enfoque más estrecho. Las epidemias siempre son un
momento de alza para la voraz industria farmacéutica, hiperconcentrada
en 20 grandes trasnacionales que controlan la mayoría del mercado global
y que no están interesadas en la salud, sino en sus ganancias (https://tinyurl.com/y67zqdx2).
Éstas aprovechan la oportunidad de que los gobiernos, urgidos por
encontrar una fórmula rápida para salir del estado de crisis pandémico y
el hartazgo de la población, están dispuestos a aportarles enormes
recursos públicos –dinero, conocimientos e instalaciones públicas– y a
relajar regulaciones y evaluación de inocuidad de las vacunas.
Se desarrollan a ritmo acelerado vacunas altamente experimentales, la
mayoría transgénicas, con mecanismos de acción en nuestro organismo
sobre los que existen grandes incertidumbres y muchos riesgos. Para las
trasnacionales, es una bonanza inusitada poder experimentar masivamente,
con cobertura y dinero públicos, en tecnologías similares a las
terapias génicas en humanos, cuya investigación quedó restringida luego
de provocar serios daños y hasta casos de muerte en sus inicios (https://tinyurl.com/yyy25o6y).
Según la Organización Mundial de la Salud, al 9 de septiembre había
35 vacunas para Covid-19 en estudios clínicos (en fases uno a tres de
prueba en humanos) y 145 en estudios preclínicos. De las primeras 35 en
prueba, 17 se basan en técnicas de ingeniería genética no probadas antes
en humanos. Esas vacunas transgénicas han tomado mayormente tres
enfoques: uno que usa un plásmido (pequeña molécula circular de ADN)
como vector para introducir ADN en nuestras células, un segundo que
introduce ARN directamente en las células y un tercero que introduce ADN
por medio de un virus, que a su vez es manipulado con ingeniería
genética para que no pueda replicarse.
Las vacunas convencionales se basan en insertar un virus muerto o
atenuado (que supuestamente no infecta), que causa una reacción del
sistema inmunológico, el cual aprende así a reconocer ese tipo de virus y
previene futuras infecciones. Las vacunas transgénicas, en cambio,
introducen ADN o ARN foráneo en nuestro organismo, donde codifican para
crear una proteína similar a las del SARS-CoV2, utilizando nuestros
propios recursos celulares, por ejemplo, para crear una proteína S o
espiga (las
espinasque forman una corona en el virus). Si funciona, ésta sería reconocida como ajena por nuestro sistema inmunológico, que produciría anticuerpos para prevenir próximas infecciones.
La forma de acción de esas vacunas de hecho nos convierte en
transgénicos, al menos temporalmente, porque no es una proteína foránea
ante la cual nuestro sistema reacciona (como las anteriores vacunas),
sino que manipula a nuestro organismo para crear el supuesto enemigo a
atacar.
En el tercer grupo de vacunas transgénicas (vectores virales no
replicantes) se encuentran, entre otras empresas, las de Johnson y
Johnson (Estados Unidos), CanSino Biologics de China y Sputnik V de
Rusia, con las que México se comprometió a aportar voluntarios para la
experimentación en humanos en fase tres.
También se basa en esa técnica la vacuna en desarrollo de
AstraZeneca, en cuya producción masiva participarán Argentina y México,
financiados en parte por la Fundación Carlos Slim. El gobierno de México
acordó también participar en las pruebas de fase tres con Walvax,
China, que desarrolla una vacuna transgénica basada en ARN, y con la
empresa Sanofi-Pasteur, que desarrolla otro tipo de vacuna, basada en
introducir pequeños trozos (subunidades) de proteínas.
Según señalan expertas en vacunas y biólogos moleculares, hay riesgos
serios con estos productos transgénicos. Por ejemplo, una vez
introducido el ADN o ARN en nuestras células para crear la proteínas S,
no está claro cómo se detendrá la producción de ese antígeno ni qué
efecto tendrá la presencia continuada del ADN/ARN sintético en las
células, que además, en el caso de las de ADN, llega con un promotor
génico muy activo.
Tampoco está claro qué células se verán afectadas, más allá de las
objetivo, si las proteínas o el ADN introducido entra en el sistema
circulatorio y llega a otros órganos. Los receptores ACE2, que son los
que habilitan a las proteínas S a entrar en las células, existen en
riñones, pulmones y testículos, lo cual podría provocar respuestas
inflamatorias graves, reacciones autoinmunes u otros efectos
desconocidos.
En experimentos con animales, este tipo de vacunas transgénicas han producido procesos inflamatorios severos y lo que llaman
respuesta paradójica: el organismo ataca a otros virus presentes en nuestro cuerpo (todos los seres vivos convivimos con virus y bacterias naturalmente), produciendo inflamación y otras sintomatologías dañinas.
Los tiempos de evaluación de las vacunas que se están manejando no
contemplan apreciar más que riesgos a corto plazo, pero las reacciones
adversas pueden surgir posteriormente, por lo que los procesos de
aprobación de vacunas llevan varios años, que ahora no se consideran.
Al mismo tiempo, no se toman las acciones necesarias para cambiar las
causas de las pandemias –desde el sistema alimentario agroindustrial a
la destrucción de la biodiversidad (https://tinyurl.com/ycfcksva)–,
aunque existen múltiples advertencias de que hay otras pandemias en
cierne. Parece ser el mayor experimento transgénico masivo en humanos y
quienes ganarán son las trasnacionales farmacéuticas, que lucran con las
causas y con la continuación de las pandemias.
* Investigadora del Grupo ETC
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