José Cueli
En Alba o crepúsculo
se pregunta Octavio Paz: ¿Seremos capaces de convivir en una democracia
abierta con todos sus riesgos y limitaciones? Y se contesta que el
pluralismo es relativismo y el relativismo es tolerancia. En las
democracias modernas no hay verdades absolutas, ni partidos depositarios
de esas verdades. Las absolutas pertenecen a la vida privada. Son del
dominio de las creencias religiosas y las convenciones filosóficas. En
las sociedades abiertas las derrotas son provisionales y las victorias
relativas.
En nuestro país esta transmisión resulta difícil debido a nuestras
desigualdades económicas, educativas y sociales, amén de las geográficas
y sicopatológicas. Estas ultimas definidas por nuestras grandes
pérdidas provocaron neurosis traumáticas colectivas que se agravaron al
ritmo del paso de los años acompañadas por nuevas desgracias: ciclones,
huracanes, epidemias, etcétera, que dejaron desolación y muerte en los
más carenciados. Patología que lleva una y otra vez a idealizarnos como
un país grandioso, máscara de nuestras carencias, expresadas y
simbolizadas en poblaciones de marginales algunas cercanas a la hambruna
–no queremos enterarnos de las hambrunas en está era del coronavirus en
países como Sudán del sur, Yemen, el noroeste de Nigeria y la República
Democrática del Congo– las consecuencias mentales: graves detenciones
del desarrollo sicológico que arrastramos desde la Conquista o la
pérdida del territorio en el norte del país.
Vida desordenada que se da entre chistes y transas, deudas y
cachondeos, manías y depresiones en las áreas de nuestro acontecer
familiar, sexual, laboral o institucional, que repercuten en lo
económico, poblacional, epidemiológico o político.
Neurosis traumáticas expresadas en el
todo o nadaque decía nuestro genial Octavio Paz: narcisismo individual y colectivo anterior a la teórica expresión del voto donde se repiten estos componentes. Sólo una educación adecuada, masiva, gradual, llevará a la elaboración de los múltiples duelos sin elaborar. Planes de desarrollo, estudios, uno nuevo más por cada gobierno, expresión de pérdidas de nuestra sicología traumatizada sin constancia de objeto (clave del desarrollo sicológico) armonioso, incompatible con la democracia vivida como un ideal fuera de la realidad.
Esto no quiere decir que no se luche por la democracia, sino lo
contrario. La lucha empieza por ubicar los problemas que dice Octavio
Paz: darles solución al desidealizarlos, como forma de exorcizar
demonios; la idealización, la negación, opuestas a una verdadera
relación encubren persecuciones en el afecto más significativo hoy día:
la desconfianza cuyo origen perdido en los tiempos está en las mil
formas de abandono.
Octavio Paz, genial, claro, centra la pregunta del momento: ¿Podemos abdicar del
todo o nada?
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