Fabrizio Mejía Madrid*
Hoy me acordé de una frase
del Quijote pero, primero, les diré por qué. Hay un desajuste entre la
idea democrática que triunfó en julio de 2018 y las prácticas de reparto
de cuotas, dinero ilegal, y confusiones entre legitimidad y celebridad.
La democracia de la transición era autocomplaciente, satisfecha con ser
un tema de partidos y sus burocracias, agentes y procedimientos. Era
una democracia que extinguía la política. Pero el impulso de los
ciudadanos es una práctica en la que cada semana entran nuevos recién
llegados. Quién puede hacer política y desde dónde, son preguntas en
litigio perpetuo en este proceso que cuestiona todos los días si la
irrupción de 30 millones de votos puede ser algo más que opinar sobre
tal o cual medida del gobierno o implicará abrirse a los que
no forman parte. Es justo lo que subyace a la idea de democracia: bajo el presupuesto de que todos somos iguales, hay que acostumbrar el oído para no escuchar ruido sino demandas, y los ojos para ver sujetos políticos en el curso de definirse a sí mismos. No todo es estatal, mucho menos presidencial.
Tomo de ejemplo las confusiones entre celebridad y legitimidad de la
encuesta para definir dirigentes en el partido en el poder. Como
sabemos, la legitimidad es circular: porta su justificación en su propia
afirmación. Para todo fin práctico, es la voluntaria adhesión a una
autoridad. Para llegar a eso, se necesita la percepción de estar siendo
representado, es decir, entregarle la soberanía a alguien más para que
la ejerza. Como lo escribió Samuel Beckett,
es ayudar a construir la silla ante la que te hincarás. Es admitir y ensayar, a la vez, porque siempre estará la opción de pedirle que rinda cuentas y revocarle la obediencia si resultan malas. O, en algunos casos, de romper la silla. Contra los que ayudaron a justificar los fraudes electorales del pasado, la legitimidad es un asunto del origen de ese poder: elecciones, oráculos, descendencia divina. No tiene nada que ver con la celebridad. La encuesta que el Instituto Nacional Electoral (INE) ha organizado con las encuestadoras del viejo régimen –aquellas que daban por vencedor a Felipe Calderón o a Ricardo Anaya– carece de fundamento democrático porque se designará a quien tenga una personalidad atractiva, no a quien se haga responsable. ¿A quién se le pedirá cuentas si su lugar en la silla es resultado no de la deliberación, sino de ser el personaje más seductor? Así, el partido en el Ejecutivo ha caído en la trampa: los aspirantes dan entrevistas en la televisión y el Internet, se fotografían con simpatizantes, se denigran por ser demasiado viejos o demasiado jóvenes. La guerra por la seducción no tiene límites éticos y es antipolítica. Decidirán los que, en una encuesta telefónica, digan
simpatizarcon Morena y los
candidatosserán los que tengan mayor reconocimiento de nombre. Es una democracia de
me gusta/no me gustacontra la que queremos: me representa. No en vano, los antiguos griegos hicieron una diferencia entre el lenguaje de la política que hablaba de lo justo e injusto, y el del sinsentido que provenía del gusto y disgusto. Los tipos de detergentes no me representan, sólo son cuestión de gusto; y eso no necesita mayor justificación. La política es otra cosa: el debate sobre quiénes deben ejercerla y desde dónde.
El asunto es preocupante porque significa que el impulso de 2018
puede acabar en una pérdida grave para la idea de la democracia como
ejercicio de poder soberano. Insisto. Salvo que uno confunda la
soberanía con el consumir este o aquel detergente, la ilegitimidad ronda
los pasillos de quienes buscan que la política sea la banal lucha por
conseguir el poder y la manera de ejercerlo. No es así. La politización
de los lazos sociales que presenciamos en México tiene que ver con un
amplio cambio en las formas en que la vivimos, pensamos, y nos afecta.
Tiene que ver con cómo nos constituimos como ciudadanos en relación con
los otros iguales siempre en litigio.
El otro ejemplo que me hizo pensar en la frase del Quijote fue que le
negaron el registro como partido político a la asociación de Felipe
Calderón. Lo importante es lo que él dijo después: que no otorgarlo
dañaba
la democracia. Su intento fracasado es justo lo contrario porque el partido que pretende Calderón es aristocrático: familiar, financiado ilegalmente, y con la idea de restaurar un pasado sin política y sí con mucha policía. Es
la democraciadel orden casi natural donde los mismos –políticos o narcotraficantes– toman acciones y decisiones, y relegan a los demás a la pasividad y la supervivencia. Para colmo, es un partido releccionista.
Y así, llego a la frase del Quijote. Es lo que le responde a Sancho
Panza después de que ha ganado una batalla y se sube, de nuevo cuenta, a
su Rocinante. Sancho le ruega que le deje gobernar una ínsula, como
premio a su lealtad. Entonces el Quijote le responde lo que, para mí,
debiera ser el aliento de la nueva democracia mexicana:
Advertid, hermano Sancho, que esta aventura y a las a ésta semejantes, no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas.
*Escritor y periodista
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