Mariana Aquino
Hace cinco años empezaron a reunirse para intercambiar
experiencias con plantas medicinales. Encuentros de mujeres de la UTT y
saberes ancestrales olvidados; un taller que les permitió recuperar la
confianza en sí mismas, compartir sabiduría en un recetario y
empoderarse económicamente.
“Yo soy una mujer recuperada de la violencia económica”. Así elige
Carolina Rodríguez sintetizar su historia de vida. Ella es hoy una
referente de género de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la
Tierra (UTT) a nivel nacional, pero antes sufrió la violencia machista
en todas sus expresiones: simbólica, económica y anímicamente. “Antes,
cuando no éramos conscientes de todo esto, naturalizábamos la violencia:
te pegan, te condicionan con la plata y vos seguís así. El campo es
duro con nosotras. ‘Vos no servís para nada, no vales nada’, así te
dicen los hombres en el campo, no todos pero la mayoría. La cultura
machista está muy presente en el campo. A veces no tenés qué comer,
nunca tenés un pesito para tus cosas, sufrís mucha opresión y salir
cuesta un montón. Esa es mi historia: yo trabajaba todo el día y no
tenía decisión de nada. Ahora trabajo como siempre pero manejo mi propia
plata”.
Carolina es una de las tantas mujeres que hace cinco años empezó a
organizarse, sin nombres ni rótulos. Era un grupo de compañeras
productoras de la tierra con la necesidad de encuentro, intercambio y
sororidad. En esas reuniones, de lo que tiempo después llamarían la
Secretaría de Género, las vivencias se contaban al ritmo del mate amargo
bien caliente y los saberes populares que pensaban olvidados, y de a
poco comenzaron a comprender: era hora de empoderarse y compartirlo.
Así de simple y complejo nacieron -entre otras cosas- los talleres
de plantas medicinales en el parque Pereyra Iraola. “Al principio
ninguna de las compañeras creía en sus conocimientos, pensaban que no
sabían nada. En el primer taller que hicimos nos emocionamos porque
empezamos a recorrer el lugar y cada compañera tenía algo para aportar.
Las compañeras sabían un montón pero le habían metido en la cabeza que
no sabían nada. El recetario de plantas fue hecho por compañeras que no
creían en ella mismas, que pensaban que no sabían nada, cuando sí
sabían, y mucho. Cuando vieron el librito terminado recién se dieron
cuenta de su sabiduría; y ahí empezamos a recuperar los saberes
ancestrales que teníamos como mujeres campesinas”, cuenta la productora
jujeña, nieta de Marco Mendoza Rosa, un médico de campo. El único que
había en el pueblo de Puesto Viejo.
Carolina creció sabiendo pero también olvidó. Por vergüenza a su
cultura, cortó la tradición familiar y ante cada dolencia suya o de sus
hijos recurrió a la farmacia. Tantos años después y sin el abuelo, el
espacio de plantas medicinales le permitió reconciliarse con su
historia. “Mis papás nunca me compraron remedios en la farmacia y yo sí
lo hice, yo sí envenené a mis hijos con remedios de la industria que
enferma. Pero no me castigo, me daba vergüenza mi cultura, ahora ya me
amigué. Cuando empecé a recuperar las plantas empecé también a
recuperarme a mí misma. Ya sé que valgo un montón. Mirá todo lo que
hacemos”, dice con un gesto de brazos amplios que muestran orgullosos
las plantas, la tierra y sus yuyos.
Las mujeres de la UTT recuperan el suelo, el valor de las compañeras,
enseñan de las plantas que curan, libres de venenos. Tierra y
feminismo. “Los yuyos crecen donde tienen que crecer. Cada persona tiene
el remedio en sus narices, solo les falta mirar mejor y conocer”, nos
enseña Carolina.
PLANTAS MEDICINALES: RESCATAR Y COMPARTIR
Los yuyitos que pisan en los suelos que cultivan tiene un valor
medicinal, curan de alguna afección o dolencia, solo hay que recordar y
transmitir, y también incorporar los aportes de otras compañeras. Así es
que cuando los males menstruales aquejan nada mejor que un tecito de
malva; la infusión de carqueja viene tan bien para los problemas
digestivos que se le dice “la rompepiedras”; el romero es un aliado en
los partos y la melisa para bajar los nervios en cualquier ocasión. “Nos
empezamos a dar cuenta de que el yuyo que pensábamos era una planta que
curaba”, nos aclara Rosa Jurado, referente de Juventud de la UTT.
Los talleres de plantas medicinales se realizan cada 15 días, y lo
que empezó como una primera experiencia en La Plata hoy ya sucede en
Luján, General Rodríguez y Mercedes, y de a poco va sumando experiencias
en las 18 provincias donde la UTT tiene presencia. Cuarenta mujeres,
divididas en grupos de no más de seis, se reúnen para intercambiar y
producir. El primer desafío fue hacer tinturas madres, las que hoy
comercializan en los almacenes de la UTT. “Nuestro trabajo está en la
misma línea de la organización: recuperar los saberes, también tomar un
remedio sano y agroecológico, sin químicos”, destaca Carolina.
EL CAMINO DE LA TIERRA
La recuperación de saberes ancestrales empezó tiempo antes por otras
mujeres y colectivos en diferentes puntos del país. Ellas marcaron el
camino que las productoras de la UTT hoy transitan.
Ingrid Kossmann es docente y comunicadora; entre muchísimas otras
cosas trabajó la propuesta de las Tecnologías Socialmente Apropiadas,
elaboró y dictó talleres y cursos sobre plantas medicinales, huerta
orgánica, salud de la mujer, lactancia materna, ecología social y
biodiversidad. Ella, junto a Carlos Vicente, acercó el estudio de las
plantas en talleres e intercambios en la provincia de Buenos Aires (con
la Red Popular de Salud) y en pueblos de todo el país. “La idea era
conjugar en un mismo encuentro a investigadores y personas con amplio
saber popular sobre medicina. No siempre nos resultó mezclar la academia
con el conocimiento popular porque había mucha negación hacia las
plantas pero salieron buenas experiencias”, rememora Ingrid.
Con un trabajo territorial de más de tres décadas, Ingrid puede
hablar con autoridad de las tecnologías apropiadas. “Son aquellas que
respetan los saberes de la comunidad y se desarrollan a partir de los
recursos locales”, nos explica con la paciencia de una docente que
recorrió el país buscando esas sabidurías en cada pueblo, escuchando y
sistematizando lo escuchado.
“Pretendíamos recuperar el poder sobre nuestras vidas y nuestra
salud. Entonces nos pareció que las plantas medicinales era justamente
una tecnología apropiada: es parte de la cultura, crecen en el entorno y
brindan una posibilidad para la atención primaria de la salud muy
fuerte. Así es que empezamos a conversar, ver qué plantas usábamos y
para qué, y descubrimos que allí había un potencial riquísimo para
trabajar. En ese proceso descubrimos cómo aportar a la recuperación de
saberes. Esa fue la semilla de lo que desarrollamos a lo largo de todos
estos años”, narra.
Y los logros no fueron pocos. Los espacios de intercambio se dieron
en las provincias de Chaco, Formosa, Corrientes, Santa Fe y Córdoba. En
la ciudad de Rosario, por ejemplo, el municipio habilitó un laboratorio
para hacer preparados con plantas y se creó el taller ecologista; con
las universidades de San Luis y Jujuy crearon la Red de Plantas
Medicinales.
Al dejar la ciudad de Rosario y recorrer la provincia de Neuquén,
Sara Itkin se interiorizó en la salud comunitaria y los saberes de los
pueblos originarios; a su formación académica adquirida en la Facultad
de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario sumó los
conocimientos de las plantas . “La médica yuyera” le dicen ahora, y ella
no reniega.
En su paso por Traful, como directora del único centro de salud de la
zona, Sara se encargó de reunir una vez por semana a las mujeres del
pueblo en la pequeña cocina de su lugar de trabajo. De esos encuentros
feministas surgieron cosas: “Me conmueve recordar lo que cambiaron esas
mujeres cuando se empezaron a dar cuenta de lo que valían”. Sara les
enseñó a hacer preparados herbarios con las plantas que esas mujeres
conocían. Ellas se fueron empoderando y la salud empezó a estar en manos
de la comunidad.
Finalmente se radicó en Bariloche, donde se abocó de lleno a la
recomendación del uso de plantas. Las charlas en escuelas, con adultos
mayores y mujeres en los barrios populares de la ciudad sirvieron para
revalorizar los saberes ancestrales en esa región. Sara trabajó con
personas mapuche de Bariloche y destaca esos saberes por tratarse de los
pueblos ancestrales y sus territorios. “Es importante encontrar la
fibra, saber de dónde somos, saber que somos de la tierra”, explica.
MEDICINA HEGEMÓNICA: CREAR REMEDIOS PARA ENFERMAR
A nivel mundial, la industria farmacéutica factura billones de
dólares al año. Producir y comercializar medicamentos es uno de los
negocios más rentables del planeta. Porque además de tener una posición
monopólica y la posibilidad de acceso a derecho de exclusividad en la
producción de remedios, cuenta con la legitimidad social necesaria para
seguir creciendo. El negocio además de rentable es redondo.
Carolina es clara en ese punto: “La industria te da calmantes que te
calman pero no te sanan. Nos tapan los ojos, nos llenan de remedios.
Estas cosas, saber de plantas que curan y utilizarlas, es lo que las
multinacionales quieren que olvidemos. Por mucho tiempo se metieron en
los campos, en nuestras vidas y nuestros cuerpos, entonces ahora estamos
recuperándolos”.
¿Cómo rescatar esos saberes que están ocultos en las comunidades y descalificados por el sistema médico hegemónico?
“No siempre tiene que estar un médico para cuidar la salud —dice
Ingrid—. Cuidamos la salud en cómo dormimos, en cómo nos alimentamos, en
qué tipo de relaciones mantenemos con nuestro entorno. La salud es cosa
nuestra, hay que recuperar esa idea de que la salud tiene que estar en
manos de la gente. La medicina está más centrada en la enfermedad que en
la salud, en cambio el saber de plantas (medicinales y alimenticias)
está más centrado en conservar la salud. El enfoque es estar sano y
estar bien”.
ELLAS TOMAN EL PODER
“Hemos visto mucha mujeres que descubrieron sus saberes y potencias,
que le dieron un valor más profundo al cuidado de la familia. Tal vez lo
tenían como una responsabilidad pero no veían lo importante de sus
saberes y cuánto se ponía en juego el cuidado de la salud; el tener un
recurso a mano, accesible, da mucha fortaleza. En Rosario yo lo vi con
mis propios ojos. Cómo las mujeres, cuando empezábamos a hablar de una
planta, volvían a sus territorios, eso se notaba en sus miradas. Las
plantas nos llevan a nuestras ancestras, nos vinculan con la tierra y
nos engrandecen, nos empoderan. Una vez una mujer me dijo al finalizar
un taller: ‘Me gustó este taller, me gustó porque aprendí mucho de lo
que sabía’. Y eso me dejó marcada para siempre”, recuerda Sara.
“Este trabajo de la recuperación de saberes sobre plantas te permite
contar con un recurso a tu alcance para el cuidado de la salud, te ayuda
a recuperar el poder sobre tu propio cuidado y te invita a hacerte
responsable. Una vez que hacés un taller no querés ni caminar por el
suelo porque sabés que pisas plantas medicinales”, agrega Ingrid.
Históricamente, las mujeres nos ocupamos de la salud de los demás, y
todo lo que tiene que ver con la propia salud está totalmente
descuidado. Priorizamos el bienestar de nuestras familias y poco se
habla de menstruación, parto y de las alteraciones emocionales o
dolencias que pueda sufrir una mujer en momentos determinados de su
vida. Estamos atravesadas por ese mandato patriarcal de cuidar la vida
de otros más que la propia, y allí radica la importancia de estas
mujeres de la tierra y sus talleres, que recuperan saberes, los
comparten y sienten la fortaleza que da encontrarse con recursos para
sanar.
Fotografías: Juan Pablo Barrientos
Conseguí las tinturas madres en los Almacenes y Nodos de la UTT
Publicado originalmente en Revista Cítrica
https://desinformemonos.org/plantas-para-sanar-las-medicinas-de-las-mujeres-de-la-tierra/
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