Hace
frío, la madrugada se cobija con el firmamento profundo, transparente,
iluminado por una Luna azul, tintada así por la helada adelantada
septembrina, y en el camino al Sombrerete Chonilla, en su andar
menudo apresura el paso, va retrasada para levantar las mazorcas que
habrán de ser la comida del siguiente año. Hace décadas que antes de
abandonar la comodidad de su casa en el pueblo, para cumplir con sus
labores del campo en una parcela grande para ella de hectárea y media;
llena tres cuartos de un vaso con una coca cola y un huevo fresco recién
recolectado del nido de las gallinas coloradas rodailas (Rhode
Island), como las identifica por ser de buena raza ponedora y que tiene
en su solar, y eso es desayuno, almuerzo y comida.
Encarnación Espinoza, Chonilla,
a sus 60 años de vida ni esperanza que deje su natal Jerécuaro. Es
guanajuatense de cepa. Buenas y malas las ha vivido en este pequeño
pueblo que se aproxima a ser ciudad pues ya rebasa los 50 mil
habitantes. Para ella, como lo platica con la calidez hospitalaria de
los jerecuareños, “la coca cola es fuente de juerza”, porque
cuando toma por la mañana su huevo crudo con té de canela o jugo de
naranja, “en la labor me agarran los váguidos y no’más ya no puedo
seguir”, afirma.
La historia de Chonilla es
extensa y propia para otro espacio, pero este pasaje en particular
homologa la realidad de millones de campesinos y otras tantas personas
que habitan los cinturones de pobreza y colonias populares de las
ciudades, de las que con desparpajo se escucha decir que un refresco o
bebida gaseosa y unas conchas o donas, o cualquier otro de esos panes y
pastelillos embolsados en celofán que se venden en todo tipo de
expendios por lo que están al alcance del consumidor fácilmente, les da
la energía suficiente para trabajar todo el día, además de quitarles el
hambre.
Estos productos están tan a la mano del consumidor
que Bimbo a nivel mundial, en sus estadísticas afirma llegar a mil 200
millones de personas y sus metas son incrementar ese número para abarcar
la mayor parte de los siete mil 400 millones de habitantes del Planeta.
Es una empresa multinacional cuya facturación es mayor a 300 mil
millones de pesos y en México su plantilla laboral es mayor a 137 mil
empleados, y calcula la generación indirecta de más de un millón puestos
de trabajo.
Coca cola es la multinacional refresquera más
grande del mundo, presume que con los mexicanos tiene un compromiso
permanente que inició en 1926 desde su llegada al país y en los días
actuales su planta de trabajo se constituye por más cien mil empleados
en México. También asegura que genera más de un millón de puestos de
trabajo indirectos. Está integrada por 70 marcas, más de 500
presentaciones y más de 300 productos. A nivel mundial vende 190
millones de unidades diarias, en 200 países, y su valor de ventas es de
más de 37 mil millones de dólares a nivel global.
Este es
el tamaño de las dos principales compañías señaladas como productoras de
los llamados alimentos chatarra, golosinas que no nutren, pero sí
engordan a quienes los comen. Hay una lista de más de cien empresas
entre grandes, medianas y pequeñas que se disputan este mercado
floreciente entre la población de las clases media, baja y de pobreza
extrema, que conforman 85 por ciento, en promedio, de la población
global.
En México, por enésima ocasión, dicho de alguna
forma, el Gobierno en turno denuncia la nocividad, para la nutrición y
salud pública, de frituras, golosinas, pastelillos, bebidas gaseosas y
energéticas, así como de la comida rápida (léase pizza, hamburguesas,
hot dogs y la cocina oriental), que no son otra cosa que un coctel de
altas concentraciones de azúcares, carbohidratos, grasas, sodio,
ingredientes que no nutren, como grasas, almidón de maíz, jarabe de maíz
de alta fructosa, melaza, grenetina, benzoato de sodio, benzoato de
potasio, eritorbato de sodio, maltodextrina, carragenina, goma de
algarrobo, azul brillante FCF, tartrazina, rojo allura AC, amarillo
ocaso FCF, carboximetil celulosa, fosfato disódico, nitrito de sodio,
ciclamato de sodio, glutamato monosódico, entre otros compuestos
identificados públicamente como factores que propician diferentes tipos
de cáncer para las personas que los consumen con regularidad, así como
una causa principal de desnutrición y obesidad.
No es algo
nuevo que las autoridades gubernamentales se pronuncien en contra de
esas multinacionales e inclusive amenacen con prohibir la venta de sus
productos. Gobiernos anteriores legislaron y reglamentaron el comercio
de éstos, en el que se prohibió desde principio del siglo XXI el
expendio de esas golosinas en las escuelas, así como la transmisión de
su publicidad en la televisión abierta, con el objetivo de reducir al
mínimo el consumo de la llamada chatarra de los alimentos.
En
el contexto de esto, están los trabajados de investigación de
organizaciones internacionales como la OMS y la FAO en los que señalan
que desde la década de los años 70 del siglo XX se identificaron a nivel
mundial que el sobrepeso y la obesidad representaban un problema de
salud pública. Sin embargo, fue hasta 2004 que la Organización Mundial
de la Salud (OMS) los clasificó como epidemia mundial que cobra la vida
de 2.6 millones de personas al año y que puede colapsar cualquier
sistema de salud. De esta forma se cataloga como una epidemia que es la
quinta causa de fallecimientos a nivel global.
La
evidencia del daño a la salud pública regional y mundial la documentan
los organismos internacionales y en el caso de México, como lo hacen
otros países, sus cuerpos científicos del sector salud avalados
legalmente por los órganos legislativos. En días pasados, durante la
mesa de análisis Oaxaca, el estado que detonó la Revolución en contra de la comida chatarra y bebidas azucaradas en la infancia,
el investigador del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición
Salvador Zubirán (INCMNSZ), Abelardo Ávila afirmó que esta reforma
propuesta por el Congreso oaxaqueño constituye un hito histórico para
enfrentar el gravísimo problema de daños a la salud como consecuencia
del alto consumo de alimentos chatarra. Pero hasta el momento ello no ha
sido suficiente para detener la industria de esta rama productiva.
En
contraparte, una de las organizaciones más fuertes del empresariado
mexicano, Coparmex, afirmó recientemente que prohibir los alimentos
chatarra quitaría 50% de ingresos en tienditas y cancelaría 300 mil
empleos.
Por otro lado, como parte de las medidas
gubernamentales para reducir el consumo de esas golosinas, desde 2014 se
impuso un impuesto de un peso por cada litro de bebidas azucaradas. Sin
embargo, de la misma forma que con el IEPS a comida chatarra, el de
bebidas azucaradas es cuestionable por su ineficacia en el combate de
los problemas de salud, se antoja, más bien, como una simple medida
recaudatoria.
Un botón de muestra. Los números así lo
revelan: en los primeros 11 meses de 2014, el Impuesto Especial sobre
Producción y Servicios (IEPS) sólo a refrescos dejó ingresos por 24 mil
866 millones de pesos, que significó un aumento de 6.7% anual, en
términos reales.
En tanto que la recaudación del IEPS que
se le impone a la comida chatarra creció 20.2% anual. Fue el mayor
crecimiento para un periodo similar desde la creación de este gravamen
en el 2014, con la implementación de la reforma fiscal, con lo cual se
paga una tasa de 8% por cada 100 gramos o más a los alimentos no básicos
con alta densidad calórica, cuyo contenido energético sea de 275
kilocalorías.
De acuerdo con la información de la Bolsa
Mexicana de Valores en 2009, las tres principales empresas de ese
sector: Coca-Cola y sus dos principales distribuidoras Fomento Económico
Mexicano (Femsa) y Embotelladoras Arca; Grupo Bimbo, Alsea que opera
siete cadenas de comida rápida, y Grupo Embotelladoras Unidas
(Geusa-Pepsi) reportaron ganancias por 43 mil 500 millones de pesos más
respecto de las utilidades que alcanzaron en 2008. Y esto sucedió en
medio de una de las crisis económicas a nivel global más severas del
presente siglo.
En tanto, las empresas crecen a ritmos de
dos dígitos el grupo The Coca-Cola Company a nivel mundial obtuvo un
beneficio neto atribuido en 2019 de 8,920 millones de dólares, 39% más
que en 2018, cuando ganó 6,434 millones de dólares, un nuevo avance que
aún ha sido más significativo en el último trimestre gracias a la buena
acogida de sus nuevos productos, de acuerdo con un reporte de la agencia
EFE del 30 de enero del presente año.
Los datos del
pasado y del presente no dejan lugar a dudas para ver el poder de las
multinacionales para conservar sus mercados y sus tasas de ganancia, así
como el poder que tienen sobre los gobiernos y Estados. Y no se trata
de grupos neoliberales y mandatarios corruptos que se aliaron a esas
corporaciones para modificar los hábitos alimenticios de la sociedad
regional y global: éstos se ajustan a las dinámicas del desarrollo de la
industrialización de la producción de los alimentos en la que se busca
un mayor rendimiento por la superficie destinada al sector agropecuario,
y una reducción de costos productivos; con ello aumentan la plusvalía
en esos procesos. Asimismo, impulsa el mercado de los alimentos chatarra
que son el complemento del negocio a nivel global. Y en esto las
declaraciones de los gobiernos para frenar el daño que hacen esas
mercancías a la salud pública, son sólo eso: declaraciones, como canto
de sirenas en noches de marea alta.
Juan Danell Sánchez, reportero mexicano, director del portal sostenible.com.mx y autor del libro Campanas Rotas. jdanell1@hotmail.com
https://www.alainet.org/es/articulo/208903
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