2/01/2015

El ritmo con sangre entra


Leonardo García Tsao

Por lo general, uno ve con suspicacia las películas que han tenido éxito en el festival de Sundance, un encuentro que suele tragarse los anzuelos más elementales. Pero en el caso de Whiplash: música y obsesión, segundo largometraje de Damian Chazelle, la hipérbole fue plenamente justificada. (El título de Whiplash no sólo significa latigazo, porque así se siente la película, sino es una pieza fundamental en la banda sonora.)

Situada en el conservatorio neoyorquino Shaffer, la película describe, en esencia, el duelo sicológico entre Andrew Neyman (Miles Teller), un estudiante de batería, y su despótico maestro Terence Fletcher (J.K. Simmons). Éste no es sólo un instructor estricto, sino un tirano que abusa física y verbalmente de sus alumnos en busca de una disciplina profesional. A su vez, el joven Neyman responde al reto y ensaya hasta literalmente dejar sangre sobre los tambores. Él se vuelve tan influido por Fletcher que se comporta como un cabroncito con su dulce novia (Melissa Benoist), sus compañeros y familiares.

Estamos en las antípodas de las películas edificantes en las cuales el maestro es una figura benigna que infunde confianza en sus pupilos, como aquella cursilería llamada Triunfo a la vida (Mr. Holland’s Opus, Stephen Herek, 1995). Aquí el modelo más cercano sería la primera mitad de Cara de guerra (Full Metal Jacket, Stanley Kubrick, 1987), en la que el sargento Hartman –memorablemente interpretado por R. Lee Ermey– entrenaba a los soldados incipientes utilizando la humillación y la intimidación como herramientas. Así, como ese personaje, Fletcher no titubea en emplear insultos racistas, obscenos y homófobos para conseguir su propósito: depurar a los que realmente tienen madera de músicos.

Tal vez algunos detalles sean inverosímiles –¿un concierto en Carnegie Hall que no necesita de varios ensayos?–, sin embargo la habilidad narrativa de Chazelle va construyendo una acelerada tensión dramática como una olla exprés que finalmente explota en la magnífica secuencia final. En ese punto, el espectador al que no le suden las manos no tiene sangre en las venas, sino clorofila.

Siendo una película de dos personajes básicos, Whiplash depende de sendas actuaciones persuasivas. Por su lado, Teller expresa la transformación de su personaje, de tímido nerd del jazz a arrogante aspirante a la grandeza. Pero es el multipremiado Simmons quien ha encontrado el papel de su vida, pues su Fletcher no es simplemente la personificación de la ojetez. Cambiando de tono en un instante y actuando hasta con las venas de su cráneo rasurado, el actor brinda suficiente matices a su personaje para sugerir una vida compleja y quizá atormentada.

Es posible que la conclusión de Whiplash sea algo equívoca. Afirmar que el arte necesita una disciplina castrense para florecer puede parecer ideológicamente sospechoso. Sin embargo, lo grandioso de la música parece justificarlo todo.
Whiplash: música y obsesión

(Whiplash)
D y G: Damien Chazelle/ F. en C: Sharone Meir/ M: Justin Hurwitz; canciones varias/ Ed: Tom Cross/ Con: Miles Teller, J.K. Simmons, Paul Reiser, Melissa Benoist, Austin Stowell/ P: Bold Films, Blumhouse/Right of Way Productions. Eu, 2014.
Twitter: @walyder

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