El Salón Rojo
Por
Las Oscuras Primaveras (Dir. Ernesto Contreras)
En la muy celebrada ópera prima de Ernesto y Carlos Contreras (director y guionista respectivamente), Párpados Azules (México,
2007), se nos presentaba a un par de lacónicos, introvertidos, incluso
deprimidos personajes urbanos que viven en perpetua zozobra respecto a
su vida presente y futura.
Siete años después y luego del muy fallido documental que dirigiera Ernesto Contreras sobre el grupo Café Tacvba (Seguir Siendo,
2010), director y guionista no han abandonado su obsesión por los
personajes perdidos, frustrados, solitarios aún cuando se encuentran
acompañados por alguien que a la larga termina siendo un lastre más.
La cinta no pierde tiempo en explicaciones: en un laberinto
subterráneo de tuberías, en medio de la oscuridad, dos personajes se
entregan apasionadamente. La ropa estorba, el calor sube, las manos se
refriegan contra el cuerpo del otro.
Ella es Pina (hermosa y deslumbrante Irene Azuela), trabaja como
asistente en una oficina (sirve los cafés), siempre uniformada con esos
trajes que las empresas imponen para reducir la líbido pero que en el
caso de Pina es justo lo contrario. Divorciada, vive sola en un
departamento con su hijo Lorenzo (Hayden Mayenberg) de unos seis años de
edad.
Él es Igor (José María Yazpik), lacónico y de semblante adusto,
trabaja arreglando tuberías y sistemas hidráulicos de grandes empresas.
Obligado a vivir cual topo, en el subsuelo lleno de calor y vapor, está
casado con Flora (Cecilia Suárez), hacendosa mujer que hace el aseo para
otras casas y completa el gasto lavando y planchando ajeno.
Ni Pina y ni Igor están contentos con sus vidas. La rutina es una
cadena que los tiene atrapados. Él se lo piensa dos veces antes de
entrar a su casa, a ese bla bla bla de su amorosa esposa que sin embargo
le es insuficiente, gris, aburrido. A su vez, Pina no puede más con la
solitaria maternidad, rompe en gritos frente a un tendero cuando se
entera de lo caro en los precios; se desespera ante los chantajes
facilones de su hijo, quiere huir para ser ella aunque sea un momento.
Pina e Igor están atados a su gris rutina al tiempo que el deseo los calcina y la frustración los mata poco a poco.
La ambigüedad moral será el centro de la historia. Ambos personajes
intentarán romper las cadenas que los atan, y no parece haber más opción
que pasar encima del otro: aquel niño que en realidad no quiere estar
ahí sino con su padre, aquella mujer que no sabe qué hacer con su
marido, que ya no le despierta el deseo ni el amor. ¿Acaso debemos
juzgar a estos personajes por intentar romper las cadenas del
aburrimiento y la rutina?, ¿podemos juzgarlos por esa intentona de
encuentros furtivos en un hotel?, ¿debemos culparlos o alegrarnos por su
abandono hacia los otros?
Ernesto Contreras sigue manejando con frialdad perfeccionista sus
imágenes. Sus encuadres nunca son producto del azar, buscan decir algo
más del personaje (esas tomas de cabeza en el hotel, esos reflejos en el
espejo, esos pasillos oscuros). Los desnudos, ¿gratuitos?, ¿necesarios?
qué importa: el deseo y el sexo son el motor de esta historia, sería de
pusilánimes no mostrarlo con tal vigor como sucede en pantalla.
Sus locaciones, tan estrictamente cuidadas, son un personaje más: ese
laberinto de tuberías que es Igor, esa oficina fría que es Pina, aquel
cuarto lleno de copiadoras, una imagen que evoca la vida de estos pobres
diablos cuyos días no son más que la copia de la copia de la copia de
lo que desean y no culminan.
“No más cadenas, ya llegó la primavera” dice un poema infantil;
apenas y una triste esperanza para este par de amantes que, incesantes,
buscan el sol entre sus piernas.
Las Oscuras Primaveras (Dir. Ernesto Contreras)
3.5 de 5 estrellas.
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