Luis Hernández Navarro
Angel
de la Cruz tiene 19 años de edad y cursa el cuarto semestre en la
Normal Rural de Ayotzinapa. Es uno de los sobrevivientes del ataque del
pasado 26 de septiembre en la calle Juan N. Álvarez de Iguala. Conservó
la vida porque, cuando comenzaron a acribillar a los jóvenes, corrió a
protegerse entre los camiones y llamó por teléfono a su padre.
Su compañero Aldo Gutiérrez Solano, quien estaba a su lado, no
corrió con la misma suerte. Una bala le entró por la cabeza y le hizo
perder 65 por ciento del cerebro. Tiene infarto cerebral y está en
coma. Ángel lo vio caer y pensó que ese proyectil le pudo haber tocado
a él. Gritó junto con otros de sus compañeros:
¡somos estudiantes, no estamos armados!Por teléfono, su padre le recomendó:
Tírate al suelo para que no te vayan a pegar. Como sea, yo te saco mañana. Al finalizar los disparos pudo esconderse.
El padre de Ángel es maestro. Trabaja frente a grupo en la colonia
Renacimiento, de Acapulco, enclave popular construido por Rubén
Figueroa para echar a los pobres atrás de los cerros, lejos de los
turistas, asolado por la inseguridad, la fetidez del ambiente y la
carencia de servicios. Allí estaba cuando recibió la llamada de su
hijo. Desesperado, quiso volar a Iguala en ese momento.
A más de cuatro meses del atentado que casi le costó la vida o su
libertad, en el que fueron asesinados tres de sus compañeros, uno más
tiene muerte cerebral y otros 43 fueron desaparecidos, Ángel de la Cruz
lucha por salir adelante. Él también es una víctima. Su padre asegura
que su hijo está en ocasiones
muerto en vida, con pocos ánimos e ilusiones. Y le duele en el alma, en el corazón, saber que está afectado sicológicamente y que se siente fallecido espiritualmente.
El papá de Ángel se llama Felipe de la Cruz Sandoval. Nació en la
comunidad de Monte Alegre, municipio de Malinaltepec, uno de los
municipios más pobres del país. Además de Ángel tiene una niña de 14
años y otros dos hijos varones. Es egresado de la normal rural de
Ayotzinapa en el ciclo 86-87, la última generación que entró a la
escuela sin cursar previamente la preparatoria. Durante la primavera
magisterial de 1989 participó en la fundación de la Coordinadora
Estatal de Trabajadores de la Educación de Guerrero (Ceteg). Fue
escogido por los familiares de los desaparecidos y asesinados como uno
de sus voceros.
Felipe de la Cruz tiene facilidad de palabra y compromiso con las
causas de su pueblo. Participó en la caminata entre Chilpancingo y la
ciudad de México, que el magisterio de su entidad realizó para
democratizar el sindicato magisterial. En 2011 fue uno de los
dirigentes del paro que los docentes de las colonias marginadas de
Acapulco, extorsionados por el crimen organizado, efectuaron para
demandar seguridad en sus escuelas.
Convencido de que todos los seres humanos son iguales, la
tarde-noche del pasado 29 de octubre le dijo al presidente Enrique Peña
Nieto en Los Pinos que desconfiaba de él y que exigía una respuesta
inmediata a la demanda de presentación con vida de los 43 jóvenes
desaparecidos. De pie, con firmeza, advirtió al mandatario:
Si usted no tiene la capacidad para darnos la respuesta ya, también debe estar pensando lo mismo que el gobernador de Guerrero, porque también tiene responsabilidad.
Desde
entonces, una y otra vez ha nombrado lo intolerable con valor y
franqueza. Sin miedo, con sencillez, ha prestado su voz al dolor, la
indignación y la incredulidad de los padres de los desaparecidos. Sin
injuriar, ha señalado a los funcionarios públicos responsables por
acción o por omisión de los crímenes de Iguala.
En respuesta a su verticalidad y gallardía se ha desatado una
sistemática y ruin campaña de difamación en su contra. A pesar de los
riesgos y la incomodidad en la que vive cada día, de los riesgos que
asume al decir las cosas como son, se le quiere presentar como
incendiario, manipulador de los padres, envenenador de conciencias, que
cobra su salario de maestro sin trabajar.
Felipe de la Cruz no utiliza a los familiares de los desaparecidos
de Ayotzinapa. Les presta su voz. Relata lo que ellos viven, sienten y
piensan. Lo hace, incluso, con una moderación y un respeto que algunos
no comparten. Lo hace desde su propio dolor de padre de un muchacho
salvajemente agredido y desde su pertenencia a la comunidad escolar que
le dio una profesión y un empleo.
Aunque Felipe no esté impartiendo clases en este momento, da
lecciones de civismo y dignidad a todo el país. Su grupo está siendo
atendido por un compañero profesor suyo. Ante las calumnias, advierte:
“Si dicen que soy aviador por luchar por la justicia y buscar
castigo contra quienes dañaron a mi hijo y contra quienes se llevaron a
los normalistas, estoy dispuesto a pagar las consecuencias”.
Molesta sobremanera al poder y sus plumas que Felipe diga en nombre
de los padres que no admiten la veracidad del relato gubernamental
sobre el ataque de Iguala. Pero, ¿cómo van a creer en la versión de la
Procuraduría General de la República (PGR) si tiene inconsistencias tan
elementales como el número de camiones en que los normalistas se
trasladaban al salir de la estación de autobuses de Iguala? La
narración oficial dice que fueron cuatro, pero los normalistas (que
iban a bordo de ellos) afirman que fueron cinco. ¿Qué sucedió con el
ómnibus faltante? ¿Dónde está? ¿Por qué la PGR no hace referencia a él?
¿Cómo van a creer en la narración oficial, si Los Pinos quiere dar
carpetazo al asunto divulgando, a través de un video, su versión
telenovelesca del crimen de Estado de Iguala? Un video con música de
fondo que, según trascendió, fue elaborado por el ex productor de
Televisa Pedro Torres y por Ana María Olabuenaga, creativa que dio vida
al eslogan
Soy totalmente Palacioy quien realiza los espots del gobierno federal.
Lejos de apagar el descontento de los familiares, la ratificación de
la versión gubernamental de que los normalistas fueron incinerados
seguirá prendiendo nuevas hogueras de malestar social. Como expresó uno
de los padres de los 43 desaparecidos:
Creen que porque somos pobres somos pendejos. Pero los pendejos son otros.
Twitter: @lhan55
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