Gustavo Duch
La Jornada
La tierra para las que la trabajan, es el título del compendio del libro de Claudia Korol, Somos tierra, semilla, rebeldía: Mujeres, tierra y territorio en América Latina. En él, la autora analiza la propiedad y gestión de la tierra con perspectiva de género, buena forma de entender cómo nuestra sociedad entiende la vida. La versión en femenino del histórico lema campesino no es gratuita, es mucho más que un acertado encabezamiento.
Hoy, Día Internacional de la Mujer Rural, debemos recordar que más de
una cuarta parte de la población mundial son mujeres campesinas y, como
dice Claudia Korol, sólo 2 por ciento de la tierra fértil es
oficialmente de su propiedad. Aún así, son ellas las que dedicándose
de la mañana a la noche al cuidado de las huertas, de los animales, de las semillas, la recolección de frutos y la búsqueda del agua, hacen posible las condiciones de supervivencia de millones de personas en el mundo. Pero esta realidad tan atronadora pasa desapercibida. Sus tareas se corresponden habitualmente a la esfera doméstica y, como no producen mercancías que se pongan a la venta, no son valoradas, ni remuneradas, ni se registran en las cuentas nacionales. Un supuesto orden natural, que también diluyó la importancia de las estructuras comunitarias, es el responsable.
A esta información de desigualdad tan flagrante hay que añadir que 80
por ciento de las tierras cultivadas del planeta, manejadas por
hombres, rinden servicio a la agroindustria –dato que el libro toma de
Silvia Ribeiro–, con la práctica de una agricultura destructiva
(oxímoron). Frente a ello la mujer rural indígena se convierte en un
sujeto político gigante que con su generosidad para con la comunidad y
su cuidado para con la tierra, cuestiona de forma radical esa ideología
basada en la propiedad privada excluyente y la explotación de las
personas y de la naturaleza.
El colectivo Miradas Críticas del Territorio desde el Feminismo, en su Manifiesto ecofeminista para el territorio nos da las claves; con el visto bueno de sus autoras, aquí presento algunas pinceladas.
1. No decimos que pareciera que sólo el varón y macho, blanco,
urbano y con dinero tiene derechos, afirmamos que así es: un único
sujeto controla todos los privilegios.
2. No decimos que pareciera que quienes miran como varones y machos
están ciegos ante la vida y su sostenimiento, confirmamos que así es y
que sólo saben ver lo que a ellos únicamente les conviene.
3. Decimos que quien camina como varón, macho, blanco, urbano y con
dinero, camina con una carga tan pesada que hace imposible una vida
digna de ser vivida al resto de seres vivos del planeta.
4. Que pensar como varones, machos y blancos lleva a pensar en que
progreso es producir más. Y que para producir más, ser más grande que
los demás, más poderoso que los demás, hay que depredar y competir
contra todos los demás.
5. Que, nosotras lo sabemos bien, sumar riqueza es restar vidas.
6. Que todos los seres vivos, menos uno, saben cuando no debe crecer más si no quiere agotar sus recursos.
7. Decimos que el mundo de los hombres capitalistas se sostiene de
milagro, el milagro de millones de mujeres fuera de los mercados y de
los espacios públicos cuidando las casas, cuidando la infancia, cuidando
a los mayores, cuidando los huertos y los animales. Cuidando que la
vida se reproduzca. Y por todo esto, les contamos a ustedes con respeto,
afecto y estima, que los milagros caducan. Escúchennos, es sencillo de
entender. Es hermoso de descubrir.
8. La acumulación se ve pero es un espejismo.
9. Queremos retinas sensibles inspiradas en la creación, no absortas en la producción.
10. Proponemos, porque así sentimos que cuidar la vida sea
responsabilidad colectiva. Y por sentido común, porque todas y todos
dependemos de todas y todos, puesto que todas y todos somos vulnerables,
vamos a proponer recuperar la vida en comunidad.
Voces que resuenan como tamboras abriendo tímpanos hegemónicamente cerrados.
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