“Mírenla, Paola fue víctima de un crimen de odio, liberaron a su asesino. ¿Qué parte es la que no han entendido?”
Paola dejó Campeche para venir a trabajar a la Ciudad de México,
tenía 27 años, fue asesinada el 30 de septiembre en una esquina
de Puente de Alvarado. Dos balazos. Atendió a un cliente que manejaba un
carro gris y se llama Arturo Delgadillo. En las entrevistas su amiga
Kenya cuenta que era una noche desolada y rara. No había
clientes. Cuando Delgadillo se acercó Kenya lo rechazó, le dio
desconfianza. Les dijo: “sólo traigo doscientos pesos”. Por doscientos
pesos Paola subió al carro. Necesitaba el dinero. No pudo darse el lujo
de desconfiar. Al muy poco tiempo de que el carro se
alejó, Kenya escuchó el grito de su compañera llamándola. Corrió hacia
el carro detenido. Escuchó dos disparos.
Delgadillo declaró que sacó su arma cuando se dio cuenta que Paola
era una mujer transexual. Nada puede justificar un asesinato así, a
sangre fría. Nada. Pero la explicación es dolosa y terrible. ¿Qué era lo
que no sabía Arturo Delgadillo?¿Por qué fue allí, justo a esa esquina?
¿Por qué no le bastó con decir: “me equivoqué, bájate del carro”? ¿Por
qué llegar hasta el asesinato? ¿Qué es lo que no soportaba saber de sí
mismo? ¿Cómo a un ser humano se le puede siquiera ocurrir que tiene el
derecho a arrebatarle la vida a una persona y después decir: “es que no
era mujer”? Así de deshumanizante. ¿El horror a la feminidad biológica o
elegida? ¿Qué diría un feminicida? “Es que era una mujer”.
¿Qué es y de qué está hecha la transfobia? Desde los móviles
inconscientes y/o conscientes del asesino, desde las construcciones
sociales que estigmatizan a una comunidad que vive en altísimos niveles
de vulnerabilidad. El desamparo absoluto en esa noche, en ese carro, en
esa calle. Un nombre más en la larga lista de los crímenes de odio.
Cuando Kenya llegó junto al carro, Delgadillo arrojaba el cuerpo de
Paola hacia la portezuela. Quedó recostada sobre el respaldo, a como
la vemos en el video desgarrador grabado por su amiga y que ha recorrido
las redes sociales en demanda de justicia.
El ruido ensordecedor de las sirenas de las patrullas, la voz de
Kenya: “Todavía está viva, todavía está viva. Por favor, Paola
aguanta…aguanta, Paola”. Delgadillo venía armado porque era guardia de
seguridad. Paola murió, dicen que casi de inmediato. Dos días después el
asesino de Paola fue liberado por falta de pruebas. Lo leímos
atónitos. Salió caminando hacia la calle. El 4 de octubre las
compañeras de Paola trasladaron su féretro al lugar en el que fue
asesinada y realizaron un mitin. Se dice “misa de cuerpo presente”. Se
dice: mitin de cuerpo presente.
La cubierta del féretro levantada y el rostro de la mujer asesinada a
la vista. Un acto de desesperación. Un acto político. Y con ese acto
nos dijeron: “Mírenla, porque sí existió. Mírenla porque tiene un nombre
y tenía una vida. Mírenla, porque nos están matando, porque el asesino
está libre, porque nuestros asesinatos quedan impunes. Mírenla porque
nos deshumanizan, nos niegan nuestros derechos más elementales. Mírenla,
esa noche fue ella y mañana, cualquier día, cualquier noche puede ser
mi compañera la que ahora camina con su pancarta, puedo ser yo. Mírenla
para que no la olviden y para que cada vez que los discursos y los actos
de odio ocupen las mesas, las esquinas, los medios, las redes, las
calles: no se puedan permitir mirar hacia otro lado”.
México ocupa el segundo lugar mundial en asesinatos de personas
transexuales. Miles de personas utilizan las redes sociales para
discriminar y denigrar las realidades inscritas en la diversidad sexual.
Pero surge una oleada de esperanza cuando constatamos que en esas
mismas redes el nombre de Paola, el video que grabó Kenya y la demanda
de justicia han circulado sin parar. Que el crimen no quede impune. Que
esa bala en el corazón de Paola nos obligue a reflexionar en los
discursos discriminatorios (tan repetidos, tan cotidianos, tan
“naturalizados”) que terminan en asesinatos.
El hombre que disparó contra Paola intentó escapar rompiendo el
cristal de la patrulla en donde estaba detenido. No tuvo que escapar,
dos días después lo liberaron. En la fotografía, Paola está atrapada en
su féretro, protegido su rostro por un cristal. En esa esquina en la que
sus compañeras la vieron morirse y denunciaron la impunidad y el
desamparo en el que viven…y mueren.
Paola ya no puede estallar el cristal que separa su rostro del sol y
del viento, pero sus compañeras, en su nombre, irrumpieron en
las calles, estallaron el silencio para que sus cristales volaran en
muchísimos pedazos y nos llegaran a todos. Que duela. Que la herida
social duela. La llevaron allí en el más conmovedor y amoroso de los
actos políticos: “Mírenla, Paola fue víctima de un crimen de odio,
liberaron a su asesino. ¿Qué parte es la que no han entendido?”
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