Coincido
con la excandidata presidencial colombiana Ingrid Betancourt, ahora
radicada en Francia y quien fue rehén de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia de 2002 a 2008, respecto a que la guerrilla
más antigua e influyente de la aldea global, merecía el Nobel de Paz al
igual que Juan Manuel Santos. “Me es muy difícil decirlo, pero creo que
sí”, afirmó la controvertida Betancourt por el espectáculo que montó el
gobierno de Álvaro Uribe para liberarla, utilizando incluso logotipos de
la Cruz Roja Internacional en los helicópteros militares, y para quien
el premio no sólo es merecido, sino que “invita a un momento de
reflexión en Colombia, de esperanza, de paz”.
La
decisión del Comité Nobel sorprendió a muchos por haber premiado sólo a
Santos Calderón y no al máximo líder de las FARC, Rodrigo Londoño
(Timochenko), quien figuraba junto con el mandatario como favorito para
recibir el galardón. Incluso no son pocas las voces que consideran que
los gobiernos de Cuba y de Venezuela debieron compartir el premio con
los líderes de las partes beligerantes, en virtud de que en La Habana
negociaron durante cuatro años y tanto los gobiernos de Raúl Castro como
de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro desempeñaron un destacado papel como
auspiciadores de los acuerdos firmados el 26 de septiembre, tras 220
mil muertos, 6.9 millones de desplazados y 45 mil desaparecidos, en 52
años de guerra.
Lo que acaba de hacer el Comité
Noruego del Nobel en Oslo y su presidenta Kaci Kullman Five ignora su
trayectoria, como fue la entrega del galardón por la paz a Henry
Kissinger, el 10 de diciembre de 1973, por su trabajo en la negociación
del cese al fuego contenido en los Acuerdos de París, junto a Le Duc
Tho, negociador por el gobierno de la República Democrática de Vietnam.
El 30 de abril de 1975, el imperio más agresivo y poderoso recibió la
derrota militar más estrepitosa de su historia.
O
bien, cuando en 1994 fueron galardonados los gobernantes israelitas
Isaac Rabin y Shimon Peres, junto con Yasser Arafat, el líder histórico
de los palestinos. Experiencia hay y sobre todo sentido común, no se
puede premiar sólo a una de las partes en conflicto, pues la
pacificación se construye entre las partes y por lo general una
multiplicidad de actores.
La excepción colombiana
intenta explicarla la presidenta con juegos retóricos característicos de
los políticos mexicanos, al jurar que debe “considerarse un homenaje al
pueblo colombiano, que a pesar de grandes adversidades y abusos no
abandonó la esperanza de un acuerdo de paz justo, y a todas las partes
que contribuyeron a este proceso”.
Tan sencillo
como explicar que el Comité Noruego considera necesario coadyuvar al
fortalecimiento del presidente colombiano, una semana después de que fue
derrotado en el plebiscito en torno al acuerdo pacificador, por su
antes jefe institucional y padrino político Uribe Vélez, sujeto al que
organizaciones de defensa de los derechos humanos vinculan a grupos
paramilitares de ultraderecha. Recuérdese, además, que Santos fue un
belicoso ministro de Defensa de Uribe. La derrota por estrecho margen
(50.21 frente a 49.78 por ciento) es inconcebible sin el robusto
abstencionismo ciudadano. Y ya fortalecido, Uribe apuesta a que “la
entrega del premio conduzca a cambiar acuerdos dañinos para la
democracia”.
El jefe máximo de las FARC, quien
también debió ser reconocido con el Nobel, puntualiza que el movimiento
guerrillero “sólo aspira a un único premio, el de paz con justicia
social y sin paramilitarismo para Colombia”.
@IbarraAguirreEd
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