CIUDAD
DE MÉXICO (apro).- Las protestas contra el gasolinazo confirman que
México es hoy una nación invertebrada. De un lado, un gobierno ortodoxo
que desestima la irritación social y, peor aún, que la exacerba
queriendo sacar ventaja política. Del otro, una sociedad desarticulada
que a pesar de las afectaciones, su protesta se atomiza en distintos
intereses.
Desde la perspectiva de los economistas gobernantes, la
liberalización del precio de los combustibles es algo más que los
mexicanos pueden aguantar. Apuestan a que las protestas no pasarán de
eso y se anularán con la operación de las empresas estadunidenses.
En
su radicalismo, eliminan los subsidios para elevar los precios bajo la
apuesta de que la competencia bajará el costo al consumidor. La misma
cantaleta desde fines de los ochenta.
Ya parece que las
petroleras estadunidenses van a renunciar a sacar la mayor ganancia
posible de México, tal y como lo han hecho los bancos y todos los
beneficiados con esa ortodoxia.
El costo social no es la única
insensibilidad gubernamental. También lo es respecto a la utilización
política. Primero, con la instrumentalización de las protestas y luego
con el reparto de culpas a los opositores.
Si se confirma que las
autoridades contrataron a expertos en ciberataques, como la llamada
secta 100tifik, el fracaso fue evidente, pues la propia autoridad quedó
exhibida ante el vandalismo. Además, la movilización continuó.
Malogrado
ese propósito, intentó entonces manipular respecto a los “responsables”
de la situación. En mensaje nacional, el presidente Enrique Peña acusó a
sus antecesores del PAN de haber mantenido artificialmente el precio de
la gasolina. Con independencia de que así fuera, la torpeza fue
evidente: quienes participaron en eso son los mismos que ahora son sus
colaboradores, empezando por su secretario de Hacienda, José Antonio
Meade.
Después, orientó las culpas hacia la izquierda, entre ellos
el líder de Morena, Andrés Manuel López Obrador. Para eso se valió de
una filtración en la que se usó a la Comisión Nacional de Seguridad
(CNS), dependiente del gran ausente, el secretario de Gobernación,
Miguel Ángel Osorio Chong.
La Comisión avaló “un documento
interno” elaborado por la División Científica de la Policía Federal. A
cargo de Patricia Trujillo Mariel, designada apenas en octubre pasado,
esa División no ha sido igual de diligente en la persecución de los
delincuentes, ya no de los que están en las calles, sino de quienes se
han apoderado del aparato público.
Con su consentimiento o no, el
titular de la CNS, Renato Sales Heredia, tuvo que poner la cara, o por
lo menos el sello de su oficina.
De esa vergonzosa repartición de culpas participan también los partidos políticos, culpándose unos a otros.
Las movilizaciones, sin embargo, no han articulado hasta ahora una
protesta del tamaño de la irritación social. Desde hace años, la
sociedad atomizó sus demandas con agendas específicas: de derechos
humanos, género, ambientalistas, lésbico gay, seguridad, etc.
Lo
mismo pasa con los empresarios, como lo mostró la ausencia de la
Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) del Acuerdo
para el Fortalecimiento Económico y la Protección de la Economía
Familiar, promovido esta semana por Peña Nieto.
Separada de los
dirigentes de la cúpula empresarial, el Consejo Coordinador Empresarial
(CCE), la patronal, como las otras expresiones sociales, tiene su propia
agenda.
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