Sin gloria para el vencedor, sin compasión para el vencido.
Los
zopilotes del capital rondan los despojos de México. Finalmente, nos
encontramos ya en el funeral del país aguardando al último asistente: el
cadáver mismo. El huracán desenfrenado, que se nos ha impuesto en los
últimos veintinueve años, llamado neoliberalismo nos ha llevado a la
devastación. Una segunda edición de los sollozos de La Llorona pareciera
advertirnos sobre lo cerca que se encuentra nuestro final como país
independiente. No obstante, la agonía mexicana es simplemente uno de los
tantos ecos dentro de ese bosque oscuro que es el mundo actual,
dominado por una regresión permanente, que ha terminado por hacer
implosión y en el cual ha triunfado el capitalismo gestor de crisis.
México ha sido uno de los paladines de las recetas neoliberales que
privilegian la “estabilidad económica” en detrimento de la vida humana y
lo único que ha obtenido de tan diligente aplicación de políticas
dictadas desde el FMI, el Banco Mundial y la administración imperial de
los Estados Unidos ha sido una montaña de ruinas sobre ruinas por las
que sobrevuela con apuros el ángel de la historia. Es necesario poner
énfasis sobre la relación que existe entre la ejecución plena de las
políticas macro-económicas neoliberales y la realidad que desgarra a los
mexicanos: un país con cientos de miles de muertos en la última década,
decenas de miles de desaparecidos en lo que va del presente sexenio,
una de las tasas de feminicidios más altas del mundo, convertido su
territorio en una inmensa red de fosas clandestinas que surgen a la
menor exploración, en completa dependencia económica respecto a su
vecino del norte, privatizada y rematada toda su riqueza natural a unas
cuantas corporaciones multinacionales, devaluada su moneda en un 60%
sólo en el último año y con más de la mitad de la población viviendo
bajo condiciones de pobreza en permanente incremento, etc.
Sin
embargo, y pese a toda la evidencia en contra, los campeones de las
administraciones neoliberales quieren convencernos de que “las cosas en
el fondo están bien” (Vicente Fox), recurriendo a las explicaciones más
arbitrarias y sin sentido, cuya verdad es proporcional al rechazo que
ellas mismas suscitan. La más reciente acción presidencial que ha puesto
el dedo en la llaga de los mexicanos ha sido la liberalización del
precio de la gasolina, es decir, el aumento súbito de hasta un 20% de su
costo a partir del primer día del año, el llamado “mega gasolinazo”.
Peña y su pandilla han utilizado de pretexto un cuestionable incremento
en los precios internacionales de las gasolinas, mientras que,
paradójicamente, EU goza al mismo tiempo del precio más bajo en los
últimos doce años. Incluso apelan tiernamente a la comprensión de la
sociedad y afirman tomar decisiones responsables para con el bienestar
de los mexicanos, empero, es elocuente por sí mismo que cuando Peña
golpea ese bienestar jactándose de estar tomando decisiones
“responsables” pone en evidencia hacia qué intereses se inclina su
responsabilidad.
Sin embargo, sería un error creer que es éste
un acto aislado o suponer que no guarda una estrecha relación con las
más recientes dinámicas de la producción capitalista a nivel regional.
Una vez consumado el desmantelamiento del país toca el turno a su
entrega inmediata y abierta a intereses estadounidenses, despejándose
las dudas en torno a la dirección política de las acciones del PRI.
Basta echar un vistazo sobre la lista de últimos directores de Pemex
para encontrar esos mismos nombres dentro de los cuadros dirigentes de
las empresas multinacionales que ahora controlan el petróleo mexicano,
por mencionar sólo un ejemplo. Aún más, una vez regalado el petróleo, EU
ha admitido abiertamente no quiere más mexicanos y ya Trump amenaza con
expulsar 3 millones de compatriotas tan sólo en su primer año en la
Casa Blanca.
En esta coyuntura tan importante se han desatado
una serie de manifestaciones de inconformidad que han sacudido el
panorama nacional de manera contundente. Por fin se ha llegado a un
punto en el cual nadie puede seguir engañándose sobre lo evidente: las
políticas del gobierno priista tienen por objetivo la pobreza
estructural de los mexicanos y éste los chantajea imponiendo esta falsa
disyuntiva: someterse o morir. Las manifestaciones han contribuido a
“hacer que los ciudadanos inmóviles comprendan que si ellos no entran en guerra, aun así ya están dentro de ella. Que ahí donde nos dicen es esto o morir, en realidad siempre es esto y
morir” (Tiqqun). Contribuir a dar la razón a aquellos que se
manifiestan y otorgarles razones que expliquen teóricamente la verdad de
su acción es el propósito de este panfleto.
La catástrofe
está aquí, no hay que esperarla más. Y dentro de ese contexto, es
necesario admitir que la izquierda en México ha sido derrotada, ha
fracasado como proyecto alternativo y ahora refuerza su derrota con la
traición a su propia causa. Ello ha ocurrido, entre otras causas, por su
falta de radicalidad discursiva y de acción, por ser incapaz de salirse
del estrecho caparazón burgués en el que oportunistamente se ha
situado. Señalaremos aquí sus principales defectos para liberar al
movimiento insurrecto que se avecina de ese “falso hermano”.
La
participación pseudo disidente dentro de los marcos de la política
institucional, sólo revela que se actúa dentro de la microfísica del
poder, en la cual el perseguido no renuncia nunca a su papel, sino que
vive dentro de las redes de un poder que le ha constituido y del que no
puede ya escapar. ¡Pégame pero no me dejes! La falsa contestación
izquierdista mexicana procura martirizarse permanentemente, atacar sólo
a las encarnaciones del poder en turno, apelar a sus “derechos”
mendigando legalidad en la ilegalidad más descarada e interioriza la
misma lógica policial del Estado sólo que disfrazada de indignación y
descontento. Son los inquilinos mal alojados del terreno de la
aprobación. Añoran con candor infantil aquel Estado pos revolucionario
paternalista que bien preparó su poder corporativo para liquidar toda
oposición en el momento en que no le sirviera más como palanca de
desarrollo; en otras palabras, quiere al PRM de Cárdenas sin reparar en
que su nieto bastardo es el PRI de Peña Nieto, siente nostalgia por los
días del “milagro mexicano” sin percatarse que es la excepción la que
confirma la regla.
Desde el 1° de Enero de 2017 los mexicanos
han retornado a las calles para mostrar su molestia en contra del peor
atentado de los últimos tiempos a su economía: el incremento repentino
al precio de las gasolinas. Tan sólo en los primeros siete días del año
hubo una serie de marchas, tomas de casetas en carreteras, bloqueos de
vías de transporte, enfrentamientos con la policía, muertos y heridos,
ocupación de gasolineras para la apropiación del combustible, saqueos a
grandes cadenas comerciales, etc. La fuerza de las protestas ha
asombrado a propios y extraños, captando incluso la atención de medios
internacionales.
En Nogales, Sonora la policía disparó contra
los manifestantes, hiriendo a varios de ellos; en Ixmiquilpan, Hidalgo,
dos hombres fueron asesinados por fuerzas policiales enviadas a
desalojar la protesta; en diversos carreteras del país la gente ha
decidido liberar el paso a los vehículos que circulan para promover la
desobediencia civil a un gobierno dictatorial; en diferentes lugares del
Estado de México, así como en Monterrey y la capital del país cientos
de personas han acudido a expropiar tiendas de autoservicio. La
efervescencia social escaló en grado tanto cualitativo como cualitativo
en sus acciones. Mientras tanto, la propaganda del Estado ha llamado al
orden, la unidad y la solidaridad del pueblo mexicano para afrontar los
“retos” que una medida de esta naturaleza le impone a la sociedad.
Paradójicamente, desde el “polo opuesto” del espectro político, los
medios identificados con la izquierda y los usuarios de redes sociales
han activado también sus protocolos policiales para resguardar el orden
dentro del cual sus plañidos puedan existir: cadenas de mensajes de
Whatsapp con confesiones de supuestos priistas fueron rápidamente
difundidas entre la población para generar confusión y miedo; en
Facebook y Twitter se identificó a los manifestantes más enérgicos,
aquellos que se enfrentaron con la policía, los que bloquearon caminos y
los que se apropiaron de las mercancías de los supermercados, con
“infiltrados” o “grupos de choque pagados por el PRI” utilizados para
“desprestigiar las manifestaciones a los ojos de la opinión pública”
(Aristegui). Haciendo gala del sofismo más vulgar equipararon con el PRI
precisamente a aquellos que mostraron inconformidad frente a las
políticas de Peña. Nos es bien sabido su eterno objetivo: canalizar toda
la energía popular que ha salido como torbellino hacia sus tuberías
higienizadas cuya única forma de protesta legítima es marchar y llegar
al sitio donde todos se dispersan y vuelven a la rutina satisfechos de
protestar sin haber “pasado por encima de los derechos de los demás”;
son como aquel “personal sindical siempre presto a prolongar la queja de
los trabajadores oprimidos con tal de conservarles un defensor”; la
policía sin sueldo del Estado.
Pero revisemos el contenido de
estos actos de protesta, particularmente la toma de gasolineras, la
liberación de las casetas y la apropiación colectiva de mercancías en
tiendas de autoservicio. Aunque de forma rudimentaria, este tipo de
actos contienen en germen un principio fundamentalmente contrario a la
producción capitalista: romper con el circuito mercantil que transforma
los valores de uso en valores de cambio, es decir, con el travestismo
espurio que troca los bienes producidos por la sociedad en mercancías.
Este principio elemental se halla a la base de todos estos actos de
inconformidad. El saqueo es un rechazo del valor de cambio para exaltar
el valor de uso, el recuperar la utilidad de las cosas para impugnar su
abstracción.
No sorprende pues la energía con la cual la fuerza
policial y la potencia ideológica más puramente burguesa atacan este
tipo de acciones al estigmatizarlas como “vandalismo, rapiña y atentados
contra el orden social”. Es ahí donde la pseudo izquierda confiesa su
propia renuncia: incapaz de una ruptura categorial con la sociedad de la
mercancía, no puede más que delirar en torno a los “porros priistas”.
Su falsa conciencia se revela más en sus desvaríos que en sus
argumentos. Posee, en el mejor de los casos, una imaginación poco
aventurera. En el mundo de la identificación abusiva, que le ha servido
al Estado para dirigir todas sus fuerzas en contra de los movimientos
insurgentes, ahora son asimismo los oprimidos quienes se apresuran a
nombrar y señalar a los insurrectos para apartarlos del supuesto
movimiento legítimo. Es en su carrera autónoma por alcanzar el más alto
grado de pureza y legitimidad donde se ciegan acerca del contenido
subversivo de las protestas.
A pesar de su manifiesta
equivocación, este tipo de desatinos ha tenido un efecto poderoso sobre
el derrotero de las protestas y las ha logrado apaciguar de manera
efectiva. Cada chispa de insurrección es velozmente apagada por la misma sociedad ahogada ya en medio.
Cada día han aparecido diversos artículos en la prensa mexicana y las
redes sociales afirmando lo mismo, incluso se han presentado videos y
fotografías intentando desenmascarar a los “infiltrados del priismo”
ante la sociedad. No obstante, conviene tomar distancia frente a los
mismos medios que crearon ese fenómeno masivo de retraso mental llamado
“los XV de Rubí” y que ahora nos quieren venir a iluminar acerca del
contenido de la protesta social. Su tránsito de un tema a otro ya habla
del nulo interés que deberían generar sus palabras.
Muy lejos de un proyecto que ponga en acción la lógica del regalo por sobre la transacción mercantil,
las expropiaciones masivas de mercancías han estado marcadas por la
misma ceguera extrema del individualismo y la brutalidad de la
producción capitalista. Ser una víctima no da ninguna garantía de
integridad moral (Jappe). Las reacciones contra la barbarie capitalista
terminan siendo ellas mismas bárbaras, ya que el capital no lleva a
ninguna parte, salvo a la destrucción ciega y el interés personal. La
relación puramente interesada individual a la que ha conducido la
producción capitalista ha derivado necesariamente en un reflejo de su
estructura alienada en todos los actos de la misma.
Por otra
parte, los bloqueos de vías de transporte atacan precisamente el otro
aspecto clave de la economía capitalista: la distribución de mercancías.
Ya algunos camaradas franceses afirmaban: “es gracias a los flujos que
este mundo se mantiene: ¡bloqueemos todo!” El poder en el mundo actual
se despliega más en las infraestructuras construidas para garantizar su
funcionamiento adecuado que en las decisiones tomadas desde el poder
legislativo. Cortar la corriente de la circulación capitalista por un
tiempo considerable equivale a poner en jaque al sistema mismo, con
todas sus implicaciones. De aquí derivan los enfrentamientos más
encarnizados con la policía de los últimos tiempos en el Estado
mexicano, como el caso de Nochixtlán en junio pasado, por nombrar sólo
un caso.
El tránsito del sistema del estado sólido al gaseoso a
través de la cibernética y el internet ha creado asimismo una nueva red
de flujos que es más compleja y que se ha vuelto ya mismo uno de los
poderes más efectivos para garantizar su pleno funcionamiento. Desde
esta perspectiva, el hackeo, la perturbación del tráfico de datos y su
desviación en contra de su sentido original también se ha convertido en
un acto político de primer orden. Encontrarle nuevos significados a la
tecnología, aprender a utilizarla en contra del capital se ha puesto a
la orden del día para cualquier movimiento revolucionario que quiera ir
al paso de la realidad. Desde esa perspectiva, un Jeremy Hammond aparece
hoy en día como uno de los antihéroes del siglo XXI. Todavía se aguarda
un movimiento de tal naturaleza en México.
No ser conscientes
de la constitución misma de las redes tecnológicas y su sentido social
ha llevado a que la propagación de teorías de la conspiración se haya
vuelto uno de las aficiones favoritas de algunas de las voces de
izquierda. Seguir las tendencias que marcan el desarrollo del moderno
capitalismo pos-globalización es tarea imposible para ellos, debido a
que de la misma manera que el gobierno impone sus políticas
autoritariamente, también sería él quien manda a algunos mercenarios a
sueldo a hacer como que protestan. Atribuir al Estado la omnipotencia
para controlar todos los acontecimientos políticos sólo demuestra hasta
qué punto se ha perdido la propia capacidad de acción. “Los
conspiracionistas son contrarrevolucionarios desde el momento en que
reservan solo a los poderosos el privilegio de conspirar”.
Hoy
en día la calculada gestión de las percepciones ha echado sus raíces en
las personas mismas, se ha insertado por debajo de nuestra piel,
mientras que permanece fuera de nuestro control. La confianza ciega en
el poder liberador de las redes sociales ha pasado por alto que la información en tiempo real no implica ni de cerca una comunicación
en tiempo real. De la misma manera que no se puede saciar la sed en una
habitación inundada, tampoco se puede formar un pensamiento crítico
donde domina lo trivial y la neblina artificial sobre el pensamiento.
Esta sociedad se encuentra en una constante transformación real, sólo
que vivida ilusoriamente.
Por si eso no fuera poco, tampoco se
ha puesto demasiada atención al hecho de que los datos e informaciones
circulados por esos mismos medios de comunicación cibernéticos sirven
como punta de lanza del espionaje universal del cual Edward Snowden ya
dio sólo una pequeña muestra. La policía cibernética va ganando cada vez
mayor peso dentro de las instituciones estatales para preservar el
orden social. Aún más, tal forma de control es tan poderosa actualmente
que los usuarios de redes sociales desarrollan también un gusto por el
espionaje, el acoso, el acecho y demás conductas parapoliciales.
Internalizan los principios que los rigen con sigilo, reforzando el
principio mismo que los mantiene como súbditos. Se les adiestra y educa
dentro de la más rígida política de contención social, donde la más
pequeña manifestación de intensidad está prohibida y ahora certeramente
controlada.
Atrapados dentro de los mismos criterios
abstracto-cuantitativos con los que el capitalismo se despliega en la
sociedad, la izquierda cree que la disputa en torno a la legitimidad de
las protestas se basa en el número de simpatizantes que una causa
particular pueda aglomerar, de ahí que sus acciones más ingenuas estén
encaminadas a no generar descontento en los sectores de la sociedad que
no protestan, pues de ese modo se ganarán su apoyo y sus likes en redes
sociales. La marcha es su único medio de protesta y mientras más
multitudinaria mejor. Sólo que se olvidan que no es posible modificar en
absoluto unas relaciones sociales alienadas reuniendo un cúmulo de
muchedumbres solitarias. Ignoran, asimismo, que l a opinión pública no
apoya en su gran mayoría los actos subversivos, pasan por alto el hecho
de que la alienación es tan material como ideológica y soslayan que es
una ilusión creer que los mismos que han soportado treinta años de
continuos ataques a su vida mediante el adoctrinamiento por miedo
vendrán repentinamente a actuar en la insurrección.
“Si existe
una cosa que no tiene nada que ver con el principio aritmético de
mayoría son las insurrecciones, cuya victoria depende de criterios
cualitativos: determinación, coraje, confianza en uno mismo, sentido
estratégico, energía colectiva. Si las elecciones son desde hace dos
buenos siglos el instrumento más socorrido, después del ejército, para
hacer callar a las insurrecciones es sin duda porque los insurrectos nunca son una mayoría…
La insurrección no respeta ninguno de los formalismos, ninguno de los
procedimientos democráticos. Impone, como cualquier manifestación de
gran magnitud, su propio uso del espacio… Es el reino de la iniciativa,
la complicidad práctica, del gesto; la decisión prevalece en la calle,
recordando a quien lo hubiera olvidado que “popular” viene del latín populor, ´asolar, devastar´. Es la plenitud de la expresión y la nada de la deliberación.” (Comité Invisible)
A raíz de los movimientos Ocupa que se desarrollaron desde 2011 en
varias ciudades del mundo surgió una consigna que ilustra claramente la
actual situación del mundo: “Somos el 99%”. En efecto, la crisis
permanente del capitalismo global ha ido estrechando el número de ricos y
multimillonarios hasta constituir cada vez más un pequeño grupo de
personas. Y es aquí donde se pone de manifiesto que no es el mero
paramétro cuantitativo el que le da el poder a ese 1% de burgueses. Es
algo diametralmente distinto: están organizados. Tienen a su
disposición las instituciones y los instrumentos materiales para llevar
adelante su dominación sobre el mundo. Es justamente ahí donde la
izquierda tropieza ciegamente con las mismas categorías que impulsan sus
delirios cuantitativos. No puede haber oposición efectiva al poder
cuando no existe la organización de los pobres del mundo. Nos
encontramos en un nivel de derrota tal como partido histórico, que
nuestra miseria presente es más un resultado de exclusión que de
explotación. Si estamos en todas partes, si somos legión, sólo nos hace
falta organizarnos mundialmente.
También los oprimidos podemos
conspirar, crear alianzas. Uno puede dejar de ser subyugado cuando
comienza a organizarse. Hace falta una percepción compartida de la
situación, comenzar a derribar las trabas ideológicas en las que
llevamos tanto tiempo estancados y que nos condenan a la nulidad
práctica y teórica. Cualquier movimiento revolucionario tiene que
comenzar por admitir la tendencia secular de constante regresión tanto
en los métodos de lucha cuanto en los objetivos a seguir. La revolución
no se logrará yendo hacia atrás, sino preparando el gran salto adelante.
Si bien es cierto que algunos aún tienen clara la revolución como
objetivo, es también verdad que la han perdido de vista como proceso.
Cada progreso en la comprensión teórica, así como su difusión, es en sí
mismo un acto práctico. Nuestra idea de felicidad tiene detrás a la de
redención (Benjamin), sólo que esa misma redención aún no ha sido
redimida. Aunque es cierto que la teoría revolucionaria debe saber
esperar, también es verdad que el tiempo no espera a nadie y tal vez sea
muy tarde después para afrontar las embestidas con las que la
administración de nuestra supervivencia retrasa continuamente la auténtica organización de nuestra vida. No tenemos futuro, pero tenemos presente.
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