1/12/2017

La clase política está bajo el influjo de la gasolina


Alegatos por Miguel Pulido
Foto: Galo Cañas/ Cuartoscuro
La clase política del país está bajo el influjo de la gasolina. ¿Cómo lo sé? Déjeme comenzar con una obviedad tal, que hace que su sola mención resulte ofensiva: la reciente alza de precios en la gasolina y las decisiones del gobierno asociada a ella han desatado uno de los episodios de conflictividad política y tensión social más intensos de las últimas tres décadas. La sabe usted, lo sé yo, lo sabemos todos.
Pero no es a eso a lo que me refiero. El incremento de 20% al combustible fue como un pasaje en la máquina del tiempo. Boleto en mano, nos fuimos al pasado. Con más o un poco menos de razón, pero las palabras crisis, devaluación, desabasto, inflación regresaron para dominar la conversación pública. Como si todo el país hubiera ido a una fiesta de disfraces y el motivo fuera: los 80’s.
Quizá fue esa borrachera de nostalgia lo que arrastró al propio gobierno a montar el espectáculo de la firma de un acuerdo entre “los sectores”. Entonces, para seguirle el juego al Presidente, quienes controlan y se enriquecen desde las centrales sindicales se pusieron el disfraz de líderes de los trabajadores y los que representan a los empresarios más acaudalados del país se disfrazaron de obedientes y sumisos generadores masivos de empleos.
O quizá fue la gasolina. Sepa. La cosa es que bien metidos en sus roles, hasta firmaron documentos. No bueno, es que esto de la simulación parece que es adictivo y que en verdad desorienta. Con decirle que el Secretario del Trabajo se dio el lujo de aventarse tremendas adulaciones al Presidente. De esas que hasta sonrojan por la pena ajena. Ya deje usted por inmerecidas: ¡por innecesarias!
Así, enrarecidas, están las cosas estos días. Tan raras que el Presidente se creyó que porque había ganado las elecciones gracias a la televisión, podía ponerse a gobernar apareciendo en cadena nacional.
La gasolina pone. Y el alza a la gasolina es polémica (entre muchas otras razones) por el debate que genera sobre el cálculo de su efecto inflacionario. Aunque el gasolinazo también llegó para sacarnos de una vez por todas de dudas y dejó claridad absoluta en la distancia del Presidente y su gabinete con la realidad de un amplísimo segmento de la sociedad.
Han querido reducir la complejidad del país a un problema de comunicación. Así que tartamudos (lo digo en sentido literal y figurativo) explican los precios internacionales del petróleo, la concentración en la distribución de subsidios y los impuestos. Sin darse cuenta -como lo dijera en su excelente columna de Reforma Eduardo Huchín- que la gasolina lo que reveló fue el desastre.
Pero la también gasolina revive fantasmas, desata pasiones e impacta bolsillos. Así que la sociedad ha salido respondona. Cuestiona y arremete contra la pertinencia de una medida que podrá tener fundamentos técnicos pero que no encaja nada bien ni en el momento ni en la situación económica. Peor aún, cuyo ejecutor tiene la legitimidad destartalada.
No me extiendo reseñando a detalle la extraordinaria cantidad y calidad de respuestas ciudadanas al ¿ustedes qué hubieran hecho? Circulan por todas partes. Más allá de las movilizaciones, la gente anda armada. Sí, con datos y referencias al presupuesto, la ciudadanía dispara cifras, montos, porcentajes, incrementos, recortes. La consigna es una: hay otras formas de gastar los recursos públicos.
El objeto principal de reclamo, pero no el único, son las condiciones de privilegio desaforado con las que se trata a sí misma la alta burocracia. También ha vuelto con impresionante fuerza un repudio al altísimo costo presupuestario de la democracia electoral y el hartazgo por el saqueo (legal) que hacen los grupos parlamentarios del erario. Y ni se diga la corrupción. Insisto, son sólo ejemplos.
Pero –les decía- parece que la clase política está bajo el influjo de la gasolina.
Si la firma del acuerdo ya era un acto surreal por estar fuera de tiempo, el anuncio de lo que se puede hacer para tener un gobierno más austero fue un acto de comedia por su insignificancia. El gobierno federal dijo: si el tema son los sueldos, vamos a darle un tijeretazo a la punta de la pirámide. Una medida que deja de lado que la discusión profunda y la irritación social en realidad apuntan a que el sector público se convirtió en el emblema de una sociedad en extremo desigual. Siguen sin entender que lo que agravia es el abuso estructural.
Pero la cosa se pone aún más bizarra. Unos sienten que la gasolina ya quemó a su favor las urnas de las elecciones del 2018. Los que aprobaron los impuestos a la gasolina ahora piden que se cancelen. Otros dicen que el destino de lo que el gobierno recaude es financiar los gobiernos estatales. Lo exótico es que algunos gobernadores y alcaldes anunciaron ya la cancelación de impuestos. Y lo que nos falta por ver.
Todo bajo el influjo de la gasolina.

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