Víctor M. Toledo
Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y
Sustentabilidad, UNAM (campus Morelia)
La inusitada controversia generada en torno al
Tren Maya, no termina por supuesto con el aval que recibió en la pasada consulta,
sino que apenas comienza. Este ensayo pretende contribuir a la polémica,
partiendo de dos premisas. Primero, que es necesario distinguir entre los
impactos que provocará su construcción (1525 kms de vías) y los que generará,
en el corto, mediano y largo plazo, sobre sus habitantes actuales. Unos son los
impactos que genera la construcción de un celular, un automóvil o una central
nuclear, y otros los que desencadena su uso, individual y colectivo. Segundo,
que como sucede con toda innovación tecnológica, sus efectos dependerán del
juego de fuerzas políticas, económicas y culturales que dicha innovación
desencadena. Nada garantiza que la
apertura de una vía de tren traiga progreso y bienestar de manera automática y,
al mismo tiempo, tampoco nada indica que se pueda convertir en un factor de
destrucción o deterioro. La apertura de nuevas vías de comunicación (para
automotores, ferrocarriles, barcos o aviones) de áreas remotas o aisladas que
se visualiza como un acto de modernización o de progreso imprimirán su sello a
esas regiones que se integran de acuerdo al contexto que resulte de las fuerzas
económicas, políticas y culturales en pleno conflicto o contradicción. Dado que
como se ha señalado, el impacto del tendido de las vías del Tren Maya será
sobre trazos ferroviarios o carreteros ya existentes, nos concentramos en los
impactos que este proyecto tendría sobre el conjunto de la región.
En México, buena parte de la discusión sobre el
tren maya parte del temor de que este“megaproyecto” se convierta en uno más de
los que han azolado innumerables regiones del país en las ultimas dos décadas.
Nuestro recuento alcanza 560 conflictos y resistencias socio ambientales a lo
largo y ancho del país (Mapa 1), provocados por megaproyectos mineros,
energéticos, por agua, carreteros, turísticos, forestales, biotecnológicos y de
desarrollo urbano. La pregunta obligada es: ¿Cómo puede garantizar un gobierno
que se declara anti-neoliberal, realizar megaproyectos que no imiten o repitan
los que los diferentes gobiernos neoliberales impulsaron a diestra y siniestra? Lo que sigue es un intento de dar respuesta a
la pregunta.
Mapa 2.
Hoy, la Península de Yucatán es un gigantesco
escenario donde se desarrolla una cruenta batalla entre tradición y modernidad,
entre resistencias locales y fuerzas globales, entre memoria biocultural y
amnesia modernizadora, esta vez con los referentes geopolíticos invertidos. En
el centro se ubican las resistencias, basados en una alianza milenaria entre
natura y cultura, y en la periferia se implantan y expanden los enclaves de una
modernización depredadora. Mérida, Cancún, Campeche y Chetumal conforman los
núcleos urbanos desde donde se irradia el “progreso”hacia los territorios donde
persiste una cultura que habita ese territorio de manera exitosa ¡desde hace
3,000 años! y que hoy alcanza la cifra de 2.2
millones (INEGI, 2015). Esa población representa el 66 % del estado de Yucatán, y el 44% de
Campeche y Quintana Roo. Esta enorme población hace que la península sea un
territorio con una muy alta densidad demográfica (MAPA 2) . En las porciones de
Chiapas y Tabasco que cruzará el Tren Maya, la población indígena sin ser
mayoritaria es igualmente significativa (tzeltales, choles y chontales).
Los polos modernizadores fincan su emporio
fundamentalmente en los desarrollos turísticos, comerciales e inmobiliarios.
Hasta ahora, estos desarrollos causan deterioro y pérdida del patrimonio
biocultural y modifican sustancialmente los paisajes selváticos, marítimos y
costeros al afectar ríos subterráneos, manantiales, cenotes, sitios
arqueológicos, humedales, selvas diversas y dunas costeras, para levantar hoteles,
campos de golf, lagunas artificiales, parques temáticos, pavimentos y extensos
desarrollos habitacionales. Hasta ahora la industria turística de lujo, tipo
Premium, regido por capitales transnacionales, no ha generado un progreso
equilibrado y justo, sino lo que en el resto del país consiguieron tres décadas
de políticas neoliberales.
Mapa 3. El mapa muestra el contraste entre las áreas conservadas
por las comunidades mayas (verde oscuro) y las de las Reservas de la Biosfera
(verde claro), y las porciones deforestadas (rojo).
Y sin embargo, tierras adentro, las resistencias
bioculturales y geopolíticas logran mantener todavía grandes porciones de la
selva maya (Mapa 3) y unos 3,000 sitios arqueológicos. La parte interior de la
península rebosa de experiencias guiadas por el bien común y la cooperación
resultado de esfuerzos colectivos de numerosos actores sociales. Un panorama
general (Mapa 4) incluye las 56 cooperativas productoras de chicle formada por
unos 3,000 productores mayas y sus familias, los 49 ejidos con reservas comunitarias
que en total alcanzan un total de 100,000 hectáreas de selva, los ejidos
forestales del sur de Quintana Roo que desde inicios de los 1980s manejan un
millón de hectáreas, los 20,000 apicultores organizados en 169 cooperativas que
exportan miel a Europa y otras partes del mundo, (Mapa 5) y los innumerables
proyectos sobre la Milpa Maya desde una modalidad agroecológica. A lo anterior
debe sumarse de manera especial el surgimiento de la Reserva Estatal
Biocultural del Puuc, la primera con esta modalidad en México, una iniciativa
de cinco municipios mayas (Muna, Ticul, Santa Elena, Oxkutzcab y Tekax), con
una superficie de 136,000 hectáreas (Mapa 6), y que se fundó en colaboración
con el gobierno estatal y varias organizaciones conservacionistas. Esta reserva surgida desde los pueblos se
viene a sumar a las 6 Reservas de la Biosfera implantadas desde el gobierno
federal en las últimas décadas. A estos proyectos deben sumarse iniciativas
como la red de reservas privadas de la Península de Yucatán y las numerosas
cooperativas de productos artesanales, alimentarios o de turismo alternativo
(como las de la Fundación Haciendas del Mundo Maya). Todas estas experiencias
constituyen ejemplos de una economía ecológica, social y solidaria, donde se
dan procesos de acumulación colectiva de riqueza, en modalidades de apropiación
adecuada de los recursos locales, y que conllevan la defensa biológica y
cultural. Es decier surgen como proyectois alternativos al modelo dominante
neoliberal.
Todo lo anterior indica que para que el Tren
Maya sea la realización de un sueño y no se convierta en una nueva pesadilla,
ese proyecto debe ser acompañado, debe inscribirse, en el contexto de un plan
para toda la región maya, y eso requiere de construir en paralelo un proyecto
común de desarrollo alternativo, de
“…una modernidad desde abajo y para todos”. Ello supone la participación
articulada de los gobiernos federal, estatales y municipales y de estos con las
comunidades, pueblos y ciudades. El tren maya no puede entonces concebirse
desligado de un Plan Maya por la Vida,
que debe gestarse e implementarse mediante una planeación participativa, es
decir a través de las consultas con los pueblos rurales y las poblaciones
urbanas.
Un Plan
Maya por la Vida tampoco puede ignorar el papel estratégico jugado por
decenas de investigadores y técnicos que desde sus instituciones regionales han
apoyado, directa o indirectamente, esos procesos de resistencia e innovación.
Destacan el Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR) con sus sedes en Chetumal y
Mapa 6. Ubicación de la Reserva Biocultural del Puuc.
Campeche, la Universidad del Caribe y la
Universidad Intercultural en Quintana Roo, y el CINVESTAV, el CICY y la
Universidad Autónoma en Yucatán. Grupos amplios de investigadores en conjunto
con organizaciones conservacionistas (como The Nature Conservancy, Pronatura,
Amigos de Sian Kaan, Biocenosis, EDUCE, Bioasesores, etc. ) han contribuido con
sus conocimientos a proyectos tan diversos como el manejo de las selvas, la
producción de chicle y miel, las reservas comunitarias, la milpa mejorada, las
redes de artesanos, y otros. Y sobretodo han visibilizado los saberes ecológicos
mayas.
Para que el lector se de una idea de la estrecha
relación que existe entre la cultura maya y su
biodiversidad, y que la convierte en uno de los enclaves bioculturales más
importantes de México y del mundo, compartimos los siguientes datos: El inventario
botánico de la flora de la Península de Yucatán oscila entre 2 400 y 3 000
especies de plantas, de las cuales entre 75 y 80 por ciento se restringen a la
porción mexicana (Canevalli et al., 2003). Dos estudios etnobotánicos en
comunidades reportan conocimientos locales sobre 920 especies (Barrera-Marín et
al., 1976) y 826 taxa o “morfo-especies” (Anderson, 2005), en las
localidades de Cobá y Chunhuhub, respectivamente. Por otro lado, un diccionario
regional etnobotánico elaborado por Arellano-Rodríguez et al. (2003)
documentó nombres y usos mayas para una lista de 2 166 especies, es decir más
de 90% de la flora registrada en la península, y Flores (2001) reportó nombres
locales para 88% de las 260 especies de leguminosas, que es la familia mejor
representada en la región. Existe además una taxonomía maya yucateca de las
plantas (Kul), basada en 16 categorías de formas de vida, donde los taxa
son distinguidos tanto por características morfológicas de las plantas como por
criterios de carácter simbólico, como es el caso de los colores. Varios
estudios muestran también el conocimiento existente sobre especies de varios
grupos de animales, especialmente mamíferos, aves, reptiles y peces con valor
alimenticio, o ligadas a las prácticas agrícolas, agroforestales, de caza y
pesca. Destaca igualmente el detallado conocimiento sobre las abejas nativas
sin aguijón (Melipona beecheii), utili- zadas desde la época
prehispánica, y en general sobre la apicultura, ambas prácticas de gran
relevancia regional. Finalmente no faltan los detallados saberes sobre clima,
relieve, suelos, erosión, vegetaciones, paisajes y procesos ecológicos.
El resultado a escala regional de este estrecho nexo
entre natura y cultura es la existencia de amplias zonas de vegetación conservada
en la península que coinciden con los municipios más tradicionales o indígenas.
Los procesos de deforestación, que provienen de los “polos de desarrollo”
(monocultivos agrícolas, ganadería, plantaciones, turismo, desarrollos
habitacionales), han quedado neutralizados por la presencia de los ejidos y
municipios mayas, por la simple razón de que su estrategia de subsistencia
contempla el manejo múltiple o agro-silvo-pastoril y el mantenimiento de
reservas forestales, como lo hemos mostrado en varios trabajos (Figura 1).
Cuando se observan desde el espacio los ejidos mayas se hacen notables por tres
rasgos: los mosaicos de paisajes, por estar casi siempre rodeados por franjas y
corredores de selva, y porque sus cascos urbanos son probablemente los más
arbolados de todo el país, pues a cada hogar le acompaña un huerto familiar que
alcanza en promedio entre 100 y 150 especies útiles, mayoritariamente
alimentos.
El reconocimiento de la diversidad biocultural
realizado por organismos internacionales (como la UNESCO), los gobiernos de
varios países, e innumerables organizaciones conservacionistas, ha generado la
discusión e implementación de diseños para la gestión, conservación y defensa
de aquellos territorios que presentan altos niveles de bioculturalidad. Se
trata de construir formas de gobernanza local (a escala de comunidades y municipios),
basados en la auto-gestión, el buen uso de los recursos naturales locales, el
mantenimiento de la identidad cultural y una inserción adecuada a los procesos
globales. Todo ello parte de premisas como el empoderamiento de las
instituciones y capacidades locales, y el establecimiento de acuerdos justos de
colaboración entre los gobiernos municipales, estatales y federales.
Se trata en fin de una estrategia de gestión
territorial, consensuada y pactada entre todos los actores sociales que participan
en su diseño
Figura 1. Flujos de satisfactores obtenidos por las
comunidades mayas de la Península de Yucatán mediante la estrategia de uso
múltiple. Fuente: Toledo et al., 2008.
En suma, para que el Tren Maya sea la
realización de un sueño, ese proyecto debe inscribirse en el contexto de un Plan Maya por la Vida para toda la
región. Dicho plan, que debe encabezar
el nuevo gobierno de André Manuel López-Obrador (AMLO), debe reconocer este
“conflicto civilizatorio”, ponerse del lado correcto, y realizarse con la
colaboración no solo de los pueblos y organizaciones mayas, sino de los centros
académicos, sus investigadores y técnicos, las organizaciones
conservacionistas, y las empresas sociales y privadas de la región. Esta
estrategia se puede convertir en un modelo para el resto del país, y
especialmente para los territorios con amplia presencia de los pueblos
originarios.
El Plan
Maya por la Vida servirá entonces como la brújula que señale las rutas
sociales ambientales y culturales del tren, su diseño y significado. Por
ejemplo deberá contribuir a robustecer, ampliar y multiplicar los proyectos ya
existentes autogestivos y de cooperación local y municipal. Deberá impulsar un turismo controlado,
diverso y alternativo, basado en las potencialidades y limitaciones de cada
región. Como hemos visto, ningún megaproyecto es neutral en principio, sino que
está marcado por los intereses en juego y en conflicto. Entre una política
dirigida a satisfacer las ambiciones de una minoría, o comprometida a lograr el
bien común, el respeto a las culturas y a la naturaleza y a la recuperación de
la memoria, única manera de mirar el futuro con fe y esperanza. De esa forma
comenzara de verdad la Cuarta Transformación del país.
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