Carlos Bonfil
▲ Fotograma de la cinta de la francesa Juliette Chesnais
Guerrilla feminista. Todo
parecería indicar que en plena época de cuestionamientos a la violencia
de género, con los escándalos de abuso sexual acumulándose en los
medios y las denuncias reiteradas contra celebridades como Woody Allen,
entre tantos posibles depredadores sexuales, y la efervescencia de
movimientos contestatarios como #MeToo, la joven realizadora y fotógrafa
francesa Juliette Chesnais de Busscher ha querido montar una farsa de
incorrección política y presentar en La violación (Le viol du routier,
2017), su primer largometraje, el abuso sexual practicado por mujeres
como vigorosa respuesta revanchista a la impunidad de que suelen gozar
muchos violadores.
La realizadora lo tiene claro: “Quise mostrar cosas poco vistas. Crear impacto y hacer que la película sacuda. En La violación,
las dos protagonistas, Tamara y Gabrielle, son las agresoras. Si
hubieran sido hombres, a nadie se le ocurriría hablar de provocación”.
En el viaje que las jóvenes amigas hacen entre Marsella y Lisboa, se
dedican, sin embargo, a provocar infatigablemente a todo espécimen
masculino que cruza por su camino. El tono es jocoso e inofensivo, un
poco la actualización europea, en blanco y negro, de Un final inesperado (Thelma & Louise, Ridley Scott, 1991), con un toque de estética trash a lo Gaspar Noé (Irreversible, 2002) como una forma de volver más perturbadora la propuesta.
Las travesuras de estas dos pequeñas castradoras de sementales
desprevenidos no tienen otro límite que el de su propia imaginación
desbocada. En la calle, en pleno día, Gabrielle finge violar a Tamara,
colocándole el rostro contra la pared y asestándole cuanta injuria
machista le viene en mente. Y en el colmo de la inversión de los roles
tradicionales de género, luego de que Tamara seduce a un joven turista
árabe y se lo lleva a la cama, termina pagándole por sus servicios ante
el agraviado estupor del prostituto involuntario. De modo similar, la
relación sexual con hombres más maduros termina por lo general
afianzando el poder de seducción de las dos jóvenes quienes saben
aprovecharlo al máximo, sin escrúpulos ni miramientos, como una mínima
retribución por viejas deudas o agravios masculinos.
Naturalmente, las protagonistas poseen las mismas debilidades, y tal
vez los vicios de sus agresores potenciales, pero raramente les ha
permitido la cultura dominante revelarlos o hacer gala de ellos.
Víctimas por antonomasia, frágiles por un decreto patriarcal
incuestionable, las mujeres sólo pueden ser agresivamente sexuales a
través de la caricatura o el esperpento, ya sea en el cine de las
hembras bragadas o machorras o en esa inversión sanguinolenta del
feminicidio que fue la cinta mexicana Me quedo contigo (Artemio
Narro, 2014). Con desparpajo insolente y buenas dosis de un humorismo
transgresor, la realizadora francesa –también guionista y fotógrafa de
la película– le da un vuelco novedoso a esos prejuicios. Con sugerentes
saltos temporales, el relato evoca el nacimiento de la amistad de las
amigas, su solidaridad inmediata a raíz de un viejo episodio de abuso
sexual y la peculiar cruzada justiciera que ambas emprenden para dar un
escarmiento a la prepotencia, real o supuesta, de sus parejas
masculinas. Un filme desconcertante y ambiguo que tiene como curiosa
distinción repartir los agravios, las violencias y las responsabilidades
de género de un modo paritario totalmente inesperado.
Se exhibe en sala 8 de la Cineteca Nacional a las 16:30 horas; otros días, a las 18:45 horas.
Twitter: Carlos.Bonfil1
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