12/23/2018

La violación



Foto
▲ Fotograma de la cinta de la francesa Juliette Chesnais
Guerrilla feminista. Todo parecería indicar que en plena época de cuestionamientos a la violencia de género, con los escándalos de abuso sexual acumulándose en los medios y las denuncias reiteradas contra celebridades como Woody Allen, entre tantos posibles depredadores sexuales, y la efervescencia de movimientos contestatarios como #MeToo, la joven realizadora y fotógrafa francesa Juliette Chesnais de Busscher ha querido montar una farsa de incorrección política y presentar en La violación (Le viol du routier, 2017), su primer largometraje, el abuso sexual practicado por mujeres como vigorosa respuesta revanchista a la impunidad de que suelen gozar muchos violadores.
La realizadora lo tiene claro: “Quise mostrar cosas poco vistas. Crear impacto y hacer que la película sacuda. En La violación, las dos protagonistas, Tamara y Gabrielle, son las agresoras. Si hubieran sido hombres, a nadie se le ocurriría hablar de provocación”. En el viaje que las jóvenes amigas hacen entre Marsella y Lisboa, se dedican, sin embargo, a provocar infatigablemente a todo espécimen masculino que cruza por su camino. El tono es jocoso e inofensivo, un poco la actualización europea, en blanco y negro, de Un final inesperado (Thelma & Louise, Ridley Scott, 1991), con un toque de estética trash a lo Gaspar Noé (Irreversible, 2002) como una forma de volver más perturbadora la propuesta.
Las travesuras de estas dos pequeñas castradoras de sementales desprevenidos no tienen otro límite que el de su propia imaginación desbocada. En la calle, en pleno día, Gabrielle finge violar a Tamara, colocándole el rostro contra la pared y asestándole cuanta injuria machista le viene en mente. Y en el colmo de la inversión de los roles tradicionales de género, luego de que Tamara seduce a un joven turista árabe y se lo lleva a la cama, termina pagándole por sus servicios ante el agraviado estupor del prostituto involuntario. De modo similar, la relación sexual con hombres más maduros termina por lo general afianzando el poder de seducción de las dos jóvenes quienes saben aprovecharlo al máximo, sin escrúpulos ni miramientos, como una mínima retribución por viejas deudas o agravios masculinos.
Naturalmente, las protagonistas poseen las mismas debilidades, y tal vez los vicios de sus agresores potenciales, pero raramente les ha permitido la cultura dominante revelarlos o hacer gala de ellos. Víctimas por antonomasia, frágiles por un decreto patriarcal incuestionable, las mujeres sólo pueden ser agresivamente sexuales a través de la caricatura o el esperpento, ya sea en el cine de las hembras bragadas o machorras o en esa inversión sanguinolenta del feminicidio que fue la cinta mexicana Me quedo contigo (Artemio Narro, 2014). Con desparpajo insolente y buenas dosis de un humorismo transgresor, la realizadora francesa –también guionista y fotógrafa de la película– le da un vuelco novedoso a esos prejuicios. Con sugerentes saltos temporales, el relato evoca el nacimiento de la amistad de las amigas, su solidaridad inmediata a raíz de un viejo episodio de abuso sexual y la peculiar cruzada justiciera que ambas emprenden para dar un escarmiento a la prepotencia, real o supuesta, de sus parejas masculinas. Un filme desconcertante y ambiguo que tiene como curiosa distinción repartir los agravios, las violencias y las responsabilidades de género de un modo paritario totalmente inesperado.
Se exhibe en sala 8 de la Cineteca Nacional a las 16:30 horas; otros días, a las 18:45 horas.
Twitter: Carlos.Bonfil1

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