Vemos ahora una ira contra todo lo que siempre se había odiado. La
extrema derecha mexicana ha vivido un tanto asustada del peligro de que
llegara al poder lo que ella misma califica de populismo. Primero fue
Cuauhtémoc Cárdenas, después, Andrés Manuel López Obrador. La diatriba,
el rumor, la noticia falsa han sido armas de constante uso en contra de
la fuerza política emergente en el país.
Para aproximarnos a la existencia de este fenómeno, véase la forma
tan tranquila en que esa derecha observó el cambio de presidente de la
República en 2012. Se iba el PAN, pero no llegaba la izquierda sino la
otra derecha. Las cosas se mantuvieron bajo control, aun cuando se
criticara y despreciara de vez en vez al mandatario priista, dentro y
fuera del PAN, dentro y fuera del PRI.
Es verdad que esa extrema derecha no sólo está dentro de ambos
partidos. Esto mismo le permite asumir diversas formas para expresarse
con frecuencia sin compromiso partidista alguno, desde medios de
comunicación y a través de organizaciones y empresas.
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El problema de estos días es que muchos en el PAN y no pocos en el
PRI están avanzando en la misma actitud iracunda contra la izquierda
cuando ésta se ha convertido en fuerza gobernante del país como
consecuencia de un torneo electoral, es decir, a través del voto
ciudadano.
El viejo partido de la derecha, aquel que siempre fue leal oposición
del viejo sistema político, el presidencialismo exacerbado y de partido
del Estado, ha dejado de proponer y dedica su tiempo a tratar de
bloquear mientras acusa al nuevo gobierno, así nomás, de dictatorial.
El otro viejo partido, el que siempre asumió al PAN como única
oposición y le fue leal hasta entregar sin disgusto la presidencia a
Vicente Fox, un panista impostor pero al fin líder del PAN, ahora, en
ocasiones, se acomoda lastimosamente como último vagón de la derecha
extrema.
Es la reacción, es decir, el tratar de volver las cosas al estado en que estaban antes.
La pensión universal de adultos mayores, las becas a todos los
estudiantes de bachillerato, el financiamiento público de millones de
empleos de jóvenes aprendices, son vistos como un reparto de dinero para
obtener el apoyo de una parte del pueblo. Son programas “populistas”,
en la visión reaccionaria, aunque no sean financiados con más deuda
pública, como lo fueron los programas sociales focalizados y
condicionados que llevaron a cabo PRI y PAN durante muchos años.
No se trata, sin embargo, del neoliberalismo a secas, sino de aquel
que es más ideológico. La extrema derecha mexicana no es vociferante y
maledicente sólo para preservar sus intereses económicos individuales y
la corrupción que le brinda ganancias, sino para defender su concepción
de país y de mundo, ligada sin duda a sus intereses de clase, pero
también a su concepción más general, aquella que expresa intereses
difusos, más históricos: los de dominancia social. Es por ello que no
va a cambiar y no va a dejar de maldecir el día en que la izquierda se
convirtió en fuerza gobernante en su “propio país”.
A esto debe responder, ahora y en el futuro, la nueva fuerza gobernante, tanto en el Ejecutivo como en el Legislativo.
El PRI en el Senado se ha ubicado también del lado de esa actitud
iracunda. Al ponerse a la cabeza del PAN, en medio de las acusaciones
contra el gobierno sobre el trágico suceso en Puebla, el PRI descalifica
desde ahora la investigación sobre la caída del helicóptero. Propone
que el Senado investigue, pero una comisión senatorial no podría en
forma alguna saber más y mejor al respecto que otra de técnicos
especialistas.
Sin embargo, Osorio Chong, el exsecretario de gobernación cuando
ocurrió la desgracia de Iguala, nos dice a bocajarro que no está
dispuesto a tolerar que se oculte la verdad y que todo debe ser
esclarecido rápidamente. Este sería un episodio de comicidad si no fuera
porque el PRI se ubica, por boca de uno de sus portavoces
parlamentarios, en el plano de la extrema derecha: vocifera en lugar de
pensar.
Las acusaciones vertidas en redes sociales en contra de López Obrador
con motivo del deceso de las dos personalidades políticas poblanas y
panistas no son obra de una acción concertada, aunque, soltada la
mentira, algunos bien organizados reprodujeron la especie del atentado
político. Se trata de otra cosa. Es un estado de conciencia de la
extrema derecha ante un mundo que se le está cayendo y que no logra
volver a integrar en su escindida cognición. Entre lo real y lo que debe
ser hay para esa corriente política e ideológica muchos puntos que no
quieren coincidir.
Por esto, dentro de ese pensamiento reaccionario aceptado por la
voluntad propia, el designio de la extrema derecha arroja que, pase lo
que pase, el gobierno de López Obrador siempre ha de ser perverso, lo
peor, lo irreconciliable con una moral que se niega a reconocer su
hundimiento porque no contiene en sus preceptos el mínimo elemento de
democracia.
La extrema derecha mexicana se está ubicando en el plano del delirio.
Por ello busca solamente bloquear, vociferar, insultar, falsear,
mentir.
Es preciso un nuevo sistema de comunicación social que responda bien y
rápido a un fenómeno que no sólo está siendo manipulado por varios
mecanismos formales, sino que es incontinente expresión de un estado de
conciencia que viene de la profunda sensación de haber sido despojado de
un orden establecido. Así está la extrema derecha. Pocas veces había
estado así en México.
Piénsese en 1857.
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