Iván Restrepo
Millones de dólares gastó
el sexenio pasado en publicidad para atraer turistas a México. Con
opacidad se entregó el dinero público a unas cuantas empresas. Los
funcionarios responsables del sector aseguraron que, gracias a esa
publicidad, hubo más visitantes y dejaron más divisas. Pero el ex
canciller Jorge Castañeda demostró que ese aumento se debió a una
argucia estadística: sumar como turistas a nuestros paisanos, que cada
año regresan de Estados Unidos y Canadá para convivir con sus
familiares. En lo que sí no mintió la publicidad oficial es que México
tiene suficientes atractivos para ser visitado, pese a la violencia que
impera en varias partes del territorio nacional. No sólo somos
privilegiados en recursos naturales, un paisaje diverso, sino que
ocupamos el primer lugar en el continente y el séptimo en el mundo en la
lista de naciones con mayores sitios declarados como patrimonio
mundial. No sólo se trata de la inigualable herencia prehispánica, sino
de los centros históricos de varias ciudades, las reservas de la
biósfera (El Pinacate, Islas Revillagigedo, Sian Ka’an, El Vizcaíno...).
Sin faltar los llamados bienes inmateriales, entre los que destacan
danzas diversas, la cocina tradicional o el mariachi.
Los gobiernos anteriores no han tenido entre sus prioridades impulsar
el turismo dentro del territorio. Han preferido el de sol y playa,
donde reinan las grandes cadenas hoteleras.
El médico Alejandro Prado Abarca me hizo llegar un resumen de lo que,
por ejemplo, se puede visitar en su estado, Michoacán, azotado en
ciertas áreas por la violencia, pero con sitios tranquilos de enorme
importancia cultural, un paisaje único y gastronomía excelente. Prado
Abarca no incluye en su envío la visita a la zona donde inverna la
mariposa Monarca (Angangueo y municipios veci-nos); tampoco a Morelia,
con un centro histórico de cantera bien conservado.
Se refiere exclusivamente al corredor Pátzcuaro- Uruapan. La primera,
fundada por don Vasco de Quiroga en 1538, es una ciudad señorial, con
edificios, plazas y monumentos espléndidos. Entre ellos, el ex convento
de San Agustín, la basílica,el teatro Caltzontzin, la biblioteca
Gertudris Bocanegra, el Museo de Artes e Industrias Populares, el templo
y colegio de la Compañía de Jesús, el de El Sagrario, la Casa de los
Once Patios, el templo y hospital de San Juan de Dios, el de San
Francisco. Se agregan diversas capillas del siglo XVI y un variado
comercio artesanal. Pátzcuaro cuenta con una zona arqueológica: Las
Yácatas, donde estuvo la capital del rei-no purépecha.
En dicho corredor turístico se deben disfrutar las islas del lago de
Pátzcuaro, destacadamenteJanitzio y Yunuén. La ciudad de Santa Clara,
cuyos habitantes se han especializado en los trabajos de cobre
amartillado, emblema de los poblados artesanales de Michoacán. Un museo
reúne los más bellos trabajos que con dicho metal elaboran los
lugareños. Además, en Santa Clara se celebra cada año la Feria Nacional
del Cobre.
Unos cuantos kilómetros más adelante se encuentra el más hermoso lago
de Mi-choacán: Zirahuén, de aguas azules y transparentes, rodeado de
tupidos bosques de coníferas que se han salvado de la deforestación que
diezma día a día los pulmones verdes de Michoacán.
El doctor Prado Abarca cierra su propuesta con la visita a Uruapan.
Esta ciudad ofrece a los visitantes los parques de la Tzararacua (su
caída de agua es imponente) y el Nacional Barranca del Cupatitzio, la
zona arqueológica de Tingambato; la antigua fábrica textil de San Pedro,
que data del siglo XIX y mantiene activos varios de sus telares
mientras otra parte sirve como centro de Convenciones de la ciudad. La
Huatápera, antiguo hospital y centro de reunión de indígenas (data de
1533) y donde el primer domingo de la llamada Semana Santa se realiza un
enorme tianguis artesanal, en especial de objetos de madera y barro.
El doctor Prado Abarca comenta que otras entidades cuentan con ejes
turísticos que debe promover el nuevo gobierno. Para que los mexicanos
conozcan la riqueza natural y artística del país. A fin de crear empleos
y elevar la calidad de vida de los lugareños. Una forma de combatir la
delincuencia.
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