John M. Ackerman
Las crisis suelen
evidenciar a las personas, las sociedades y los gobiernos. Tal y como un
espejo de maquillaje saca a relucir aspectos normalmente invisibles de
nuestras caras, las crisis también hacen explícitas maneras de ser y de
actuar que no son tan evidentes durante tiempos normales.
Así ha ocurrido con la respuesta a la pandemia del coronavirus en
México y el mundo. Los autoritarios se han vuelto más dictatoriales, los
racistas más intolerantes, los golpistas más cínicos, los consumistas
más egoístas y los demócratas más solidarios.
En Bolivia, el Covid-19 fue el perfecto pretexto para cancelar las
elecciones presidenciales. La autoproclamada presidenta, Jeanine Áñez,
se salvó de una segura derrota a manos del candidato de Evo Morales,
Luis Arce, y ahora tendrá tiempo para consolidar su control dictatorial
sobre aquella nación.
En Chile, el presidente Sebastián Piñera también respira hondo por la
gran oportunidad que le ha ofrecido el coronavirus para prohibir las
manifestaciones públicas, sacar los militares a las calles y aplazar
hasta octubre el plebiscito hacia la Asamblea Constituyente tan
demandada por su pueblo.
En Brasil, frente a la respuesta irresponsable y caótica del gobierno
de Jair Bolsonaro a la pandemia, los militares ya han empezado a
desplazar al presidente constitucional, recuperando y canalizando una
larga tradición de activismo político castrense.
En Estados Unidos, los consumistas se han vuelto aún más egoístas,
dejando vacíos los anaqueles con sus compras de pánico. También se ha
evidenciado en el corazón del imperio el terrible estado de los
servicios de salud públicos, la falta de solidaridad de parte de las
grandes empresas con sus trabajadores, y el total desorden del gobierno
de Donald Trump.
En China, Corea del Sur, Japón y Singapur los gobiernos han
fortalecido la vigilancia y el control social. La pandemia del
coronavirus ha sido el perfecto pretexto para consolidar una agresiva
intromisión gubernamental en la esfera privada de los ciudadanos.
Medidas similares se han tomado en Israel y otros países
occidentales.
Hasta en España y Argentina, hoy gobernados por coaliciones
progresistas, han resurgido viejas tradiciones autoritarias. Ambos
países han declarado radicales toques de queda que recuerdan las épocas
de Francisco Franco en Madrid y de las juntas militares en Buenos Aires.
En México, la pandemia también ha acentuado elementos centrales de nuestro sistema político.
En primer lugar, los golpistas han escalado su guerra criminal en
contra del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Con su necrofilia de
siempre, se emocionan con cada muerto y se regocijan con la emergencia
sanitaria. Todos los días fabrican nuevas noticias falsas y buscan minar
la legitimidad del gobierno. Ven la crisis actual como su tabla de
salvación, su gran oportunidad para finalmente deshacerse de un
Presidente que desde el primer día ha privilegiado a los pobres.
Segundo, el pueblo mexicano ha respondido con su típica solidaridad
frente a la adversidad. Las familias y las comunidades se han organizado
para cuidar y aislar a sus enfermos, miles de doctores y enfermeras se
han anotado para capacitarse y atender las salas de emergencia, y una
gran cantidad de empresarios contribuye solidariamente manteniendo los
salarios de sus trabajadores y produciendo el equipamiento médico
necesario.
Tercero, el presidente López Obrador se ha mantenido firme en su
convicción de ejercer su liderazgo de manera democrática y cercana al
pueblo.
En lugar de declarar toques de queda y esconderse atrás de cuatro
paredes, sigue viajando por el país, supervisando obras, animando a la
población y dialogando con la prensa en su
mañanera.En lugar de caer en la trampa de las empresas farmacéuticas internacionales con sus
pruebas rápidasy supuestas curas milagrosas, prefiere seguir las indicaciones tanto de su equipo científico como de la Organización Mundial de la Salud. Y en lugar de rescatar a los grandes empresarios o condonar impuestos, el Presidente ha anunciado un ambicioso plan de inversión en programas sociales e infraestructura pública con el fin de cuidar a los más vulnerables y reactivar la economía.
La terca insistencia de López Obrador en meter el acelerador, en
lugar del freno, a la Cuarta Transformación en respuesta a la crisis
actual tiene enloquecidos a los calificadores internacionales y la
prensa financiera global. Esperaban que a raíz de la crisis el
Presidente mexicano finalmente
se portaría bieny abandonaría su compromiso con el combate a la corrupción estructural y el bienestar de la población para finalmente entregar el mando a los financieros, los tecnócratas y los neoliberales.
Pero felizmente ha ocurrido justo lo contrario. Estas calificaciones
reprobatorias deben ser consideradas un timbre de orgullo para quienes
valoramos la vocación social del gobierno actual y rechazamos cualquier
intento de retornar al viejo sistema de saqueo, represión, robo y
muerte.
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