Víctor M. Quintana S.*
Se les ha invisibilizado
siempre. Sin embargo, el número de personas jornaleras agrícolas y sus
familias llega a representar casi 5 por ciento de la población nacional,
más que la de un buen número de estados de la República. Cuando menos
la cuarta parte de ellas son indígenas. Y vaya que su trabajo es
esencial: gran parte de la actividad productora de los alimentos que
llegan a nuestra mesa depende de ellas, así como la exportación de
hortalizas, importante fuente de divisas.
Por ello los jornaleros agrícolas no pueden parar, ni confinarse, ni
dejar de migrar de acuerdo a la temporalidad de los cultivos. De sus
callosas manos y de sus espaldas siempre dobladas depende nuestra
alimentación, en tiempos de coronavirus o no.
Sin embargo, como muestra la Red de Jornaleros Agrícolas, este tipo
de personas, como pocas, son más vulnerables a la pandemia del Covid-19.
A ello concurren varios factores: su continua movilidad, las
condiciones de hacinamiento en los albergues, en el transporte y en sus
viviendas –según el Inegi, el promedio de personas por vivienda en el
caso de los jornaleros es de cinco, contra una media nacional de 3.7
personas–; la desnutrición que predomina en sus familias, aunada a su
exposición continua a los agroquímicos, baja sus defensas inmunológicas,
por sólo señalar las principales.
Todo esto se agudiza en el caso de las niñas y niños de personas
jornaleras, casi un millón de ellos, entre cinco y 17 años, y los
menores de ese rango de edad. Además de los factores de vulnerabilidad
anteriores, se agregan ahora el cierre de escuelas y de albergues
infantiles lo cual agudiza los riesgos de exposición a agroquímicos y a
diversos tipos de accidentes, incluso a la violencia familiar.
La mayor exposición y mayor vulnerabilidad de las niñas y niños de
los jornaleros agrícolas exige de los diversos niveles de gobierno y de
los empleadores acciones urgentes y eficaces para construir una red
social de cuidado ante la pandemia del coronavirus, y también ante los
riesgos de accidentes y diversos tipos de violencia. Algunos sectores y
grupos sociales proponen varias líneas básicas de acción en este
sentido:
En primer lugar, es necesario establecer entre las autoridades
federales, estatales, municipales, tanto sanitarias como laborales y las
empresas agrícolas, un protocolo de salud adaptado a las condiciones de
movilidad, vivienda y trabajo de las personas jornaleras, sobre todo de
las niñas y niños. Este protocolo debe contemplar prioritariamente el
acceso oportuno y suficiente a servicios médicos y de atención a la
salud, de preferencia en el lugar de trabajo.
Debe desplegarse un operativo de información sobre la pandemia, las
condiciones de riesgo, las medidas preventivas, las instancias a donde
se debe acudir en caso de contagio, etcétera, en medios y formatos
accesibles para los jornaleros; carteles, altavoces, radios
comunitarias, perifoneos y demás. Este operativo de comunicación debe
hacerse en las diferentes lenguas indígenas que habla la población
jornalera.
Tanto los empleadores como las autoridades municipales deben asegurar
las condiciones materiales que prevengan el contagio y la expansión del
Covid-19: habilitar espacios para viviendas y albergues que eviten el
hacinamiento y llenen los requerimientos sanitarios; proveer de agua
potable suficiente para el consumo y para el aseo; dotar de jabones,
desinfectantes, mascarillas, guantes, no sólo a quienes trabajan
directamente en el campo, sino también a sus familias. Disminuir al
máximo el uso de agroquímicos para evitar mayor vulnerabilidad al
contagio; evitar el hacinamiento en los transportes, etcétera.
Además, hay un aspecto que no debe dejarse de lado, y no sólo en el
caso de los jornaleros: el sicosocial. Las condiciones de miedo, de
confinamiento, de mayor convivencia y roce al interior de viviendas
precarias, tienden a multiplicar las tensiones al interior de ellas y,
consecuentemente, la violencia sobre todo contra las mujeres, niñas y
niños. Aquí se hace necesaria la concertación, además de los diversos
órdenes de gobierno y los empleadores, de las instituciones de educación
superior y organismos de la sociedad civil, como organizaciones y
colegios de sicólogos y otras instituciones enfocadas a esta
problemática. En sólo unas cuantas semanas existen ya experiencias muy
significativas, montadas por diversos sectores de la sociedad civil,
para apoyar a quienes más sufren los efectos sicoemocionales de la
pandemia.
Pocos sectores de la sociedad mexicana tan vulnerables como las personas jornaleras y su prole:
pobres, migrantes, muchas de ellas indígenas, y la mitad, niñas y
niños. Ahí donde la vulnerabilidad se agudiza por la invisibilidad es
donde hay que concentrar los apoyos certeros de autoridades
gubernamentales y de la sociedad.
*Investigador-docente de la UACJ
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