Antes que celebrar el Día de la Mujer el 8 de marzo, hay que conmemorarlo. Los dos verbos tienen diferentes significados, aunque con frecuencia son empleados como sinónimos. Celebrar es emplear alguna ceremonia, destacar, volver célebre, de donde se deriva el término celebridad. Conmemorar es hacer memoria, rescatar el pasado, actualizar recuerdos.
¿De qué mujeres hablamos en esta efemérides? ¿De la empleada doméstica tratada como pariente por la familia para camuflar la omisión de sus derechos laborales, la falta de unas obligaciones convenidas, de descanso regulado y de salario digno?
¿Es también el día de las niñeras a quienes les es negado el derecho a estudiar, a promocionarse profesionalmente, y se les exige cuidado y afecto para con los bebés de la familia? ¿Quién se acuerda de las mujeres jefas de familia, dejadas a la deriva por sus maridos, obligadas a doble jornada de trabajo para poder educar a sus hijos?
Las mujeres son la mitad de la humanidad. La otra mitad son hijos de mujeres. Sin embargo millones de ellas siguen sometidas al machismo irreverente, con prohibición de manejar autos en algunos países árabes, obligadas a soportar la poligamia en clanes africanos, forzadas a la infibulación (castración femenina) en ciertas culturas fundamentalistas, menospreciadas al nacer en la China patriarcal.
Pobre Occidente que, desde lo alto de su arrogancia, mira tales prácticas como si aquí las mujeres hubiesen alcanzado su emancipación. Es verdad que se ha multiplicado el número de mujeres jefas de Estado o de Gobierno, como actualmente Dilma Rousseff (Brasil), Cristina Kirchner (Argentina), Laura Chinchilla (Costa Rica), Ángela Merkel (Alemania), Tarja Halonen (Finlandia), Pratibha Patil (India), Dalia Grybauskaité (Lituania), Eveline Widmer-Schlumpf (Suiza), Ellen Johnson Sirleaf (Liberia) y Sheikh Hasina (Bangladesh).
Pero no miremos sólo hacia lo alto. Mirémonos en las mujeres de Atenas, sugiere Chico Buarque. "Ellas no tienen gustos o voluntad. / Ni defecto ni calidad; / sólo tienen miedo. / No tienen sueños, sólo tienen presagios. / Su hombre, mares, naufragios… / Lindas sirenas, morenas”.
Hay que mirar alrededor: mujeres como cebo de consumo, adornando autos y bebidas alcohólicas. Mujeres en la carnicería virtual de la piara internáutica y en las tapas de revistas que recubren los kioscos de periódicos, para exhibir, cual vacas en exposición pecuaria, sus atributos físicos anabolizados quirúrgicamente.
Millones de mujeres tratando de curar sus frustraciones, vía medicamentos y terapias, por no adecuarse a los patrones de belleza vigentes. Mujeres rencauchadas, anoréxicas, siliconizadas, en lucha perenne contra las arrugas y las gorduras que el tiempo, implacable, imprime a sus cuerpos. Son las gatas caseras siempre listas para huir de la hora en que la vejez llame a la puerta, volviéndolas menos atractivas ante los ojos masculinos.
Sí, hay que hacer memoria de mujeres que no fueron ricas en imbecilidad ni se exhibieron en la vitrina electrónica del voyeurismo televisivo en red nacional. Me refiero a Judit, que derrotó al general Holofernes; a María, que exaltó a los pobres, despidió a los ricos con las manos vacías y engendró a Jesús; a Hipatia, filósofa y matemática de Alejandría; a Juana de Arco, quemada viva por desafiar a reyes y cardenales; a Teresa de Ávila, que sacó a Dios de los cielos y lo puso en el centro del corazón humano; a Juana Angélica, monja de Bahía que se opuso al colonialismo portugués; a Olga Benario, combatiente contra el nazifascismo; a Zilda Arns, que enseñó a decenas de países a reducir la mortalidad infantil; y a tantas otras mujeres anónimas que, literalmente, llevan el mundo en su vientre y en sus espaldas.
A la tradición cristiana se debe mucho de la demonización de la mujer, Comenzando por una equivocada interpretación de que fue Eva la responsable de introducir el pecado en el mundo. Así como el papa pidió perdón por haber condenado la Iglesia Católica a Galileo y a Darwin, es hora de que se aproveche una fecha como la del 8 de marzo para rehabilitar a la mujer en la Iglesia, permitiéndole el acceso al sacerdocio, al episcopado y al papado.
Jesús se reveló primero como mesías a una mujer -la samaritana del pozo de Jacob-, que puede ser considerada la primera apóstola. Y fue a una mujer -Magdalena- a la que primero se le apareció Jesús resucitado.
Y es siempre bueno recordar la afirmación del papa sonriente, Juan Pablo I: "Dios es más madre que padre”.
[Frei Betto es escritor, autor de "El arte de sembrar estrellas”, entre otros libros. http://www.freibetto.org/> twitter:@freibetto.
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Traducción de J.L.Burguet].
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