La mejor manera de canalizar la inconformidad social es mediante el voto, el sufragio premia o castiga a los gobiernos.
lasillarota.com
Desde hace varias semanas ha cobrado fuerza la postura de algunas
figuras públicas que hacen un llamado a no votar en las próximas
elecciones, o bien, a anular el voto si se asiste a las casillas. El
fin de dicha medida, justifican quienes la respaldan, es castigar a la
clase política corrupta y sancionar al régimen en el poder.
Por otra parte ante la indignación y el justificado enojo social
frente a la desaparición forzada de 43 jóvenes normalistas en Guerrero,
organizaciones sociales han demandado que no se realicen elecciones en
la entidad.
Más allá de la legítima inconformidad y el hastío frente a la
corrupción política y la impunidad, en mi opinión, cancelar las
elecciones además de no tener un sustento constitucional sería una
grave involución política y finalmente, una medida que lejos de
debilitar a los grupos de poder motivo del enojo social, esa medida
extrema seguiría fortaleciendo su hegemonía y capacidad corruptora.
En lugar de elegir autoridades y representantes miles o millones de
personas, lo acabarían haciendo una sola persona (Peña Nieto por
ejemplo a través del control que ejerce en el Congreso) o un puñado de
dirigentes o caciques en caso de cancelarse los comicios. La mejor
manera de canalizar la inconformidad social es mediante el voto, el
sufragio premia o castiga a los gobiernos.
El llamado a no votar o a anular el voto no es algo nuevo, de hecho,
reitera una intención similar que cobró fuerza en el año 2009, e
incluso ha sido utilizado en naciones europeas en donde se ha recurrido
al “voto en blanco”, que es una medida de protesta contra la falta de
alternativas políticas reales.
Este hecho específico ocurrió en el caso de Italia, en donde se
rechazaba tajantemente a Berlusconi, pero por otro lado los partidos de
izquierda no lograron articular un discurso que se sobrepusiera a los
medios, por lo que el voto en blanco fue la opción a la que recurrió la
ciudadanía.
En México podríamos encontrarnos ante una situación similar. Un
régimen que ha demostrado ser completamente indolente a la opinión
ciudadana, que no gobierna para la mayoría sino para unos cuantos y que
no comprende la situación de miseria en la que se encuentra la gran
mayoría de la población; puede ser el más grande motivo de desánimo
para la ciudadanía consciente que ejerce un voto razonado.
Sin embargo, el llamado a no ejercer el voto o anular el mismo tiene
diversas consecuencias poco benéficas para los fines que se persiguen,
pues el marco electoral vigente en nuestro país no permite ni siquiera
distinguir el voto anulado como acto de protesta, de aquellos que son
anulados por los errores que marca la ley.
Además, en México ha quedado claro que el voto de castigo no es el
que se anula o no se ejerce, sino el acto masivo de miles de personas
que votan por la alternancia partidista.
Quedo claro cuando Vicente Fox llegó a la presidencia, el error fue
alternar de partido, pero no de plan o propuestas, lo que nos llevó a
vivir 12 años de graves atrasos políticos, sociales y de una terrible
violencia.
Por otra parte, nuestra Constitución y ordenamientos jurídicos
electorales prevén la integración absoluta de los órganos legislativos,
sin importar la cantidad de votos nulos o abstenciones de la
ciudadanía. Los diputados llegarán a ser diputados, ocuparán sus
puestos, y nada garantiza que una vez así hecho, tomen en cuenta la
opinión de ciudadanas y ciudadanos que no votaron.
El voto es un derecho pero también es una obligación ciudadana. Sin
el cumplimiento de nuestras propias obligaciones, la obligación de los
legisladores para rendir cuentas también puede ser ignorada.
Tampoco es cierto que todos los partidos son iguales, claro ejemplo
es el que se tiene en las posiciones ante temas como la despenalización
del aborto, los derechos sexuales y reproductivos, las formas de
combate al crimen organizado, las propuestas ante la crisis económica,
la austeridad implementada por algunos gobiernos, la creación de
programas sociales, etcétera.
Pero el argumento más importante en contra de la abstención del voto
o la anulación del mismo, es que con este llamado se le hace el juego a
los grandes poderes fácticos que gobiernan nuestro país, que tan sólo
tienen en contra nuestra incipiente democracia.
Sin el gobierno del pueblo, hace muchos años viviríamos
absolutamente hundidos en una dictadura política, sin opciones plurales
en el Congreso, sin gobiernos de alternancia en los estados, sin
posibilidad siquiera de decidir, de manera pacífica, el destino de
nuestro país.
Detrás del discurso contra el voto, está la renuncia a derechos que
nos fueron ganados por los independentistas y revolucionarios, derechos
que aún no conquistamos a plenitud, pero que nos invitan a abandonar.
Está también el discurso de aquellos que quieren desprestigiar en
particular a los órganos legislativos y gobiernos de oposición, a fin
de hacer prevalecer sus intereses mezquinos e individuales, bajo el
falso argumento de que todos son iguales tratándose de políticas,
políticos o partidos lo cual, es una falsedad.
Tenemos ante nosotros un gran reto, el de construir una verdadera
democracia, el de evitar las salidas falsas y el de exigir rendición de
cuentas no sólo en tiempos electorales, sino de manera permanente y
desde todos los espacios para lograr una verdadera alternancia, no sólo
de partido sino de proyecto, que rescate a nuestro país.
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