Me cita en la plaza Monastiraki, donde está repartiendo publicidad de Syriza para las elecciones del pasado domingo
Isabel Cadenas Cañón
Madrid,
27 ene. 15. AmecoPress/LaMarea.- Todos los caminos del feminismo griego
conducen a Sissy Vovou. Si realmente quieres comprender la posición del
feminismo ante las elecciones del 25 de enero, tienes que hablar con
ella, me habían recomendado varias mujeres, de generaciones y países
diferentes. Cuando por fin nos comunicamos, sus respuestas fueron
breves, contundentes, con cierto aire marcial. We will welcome
feminists if they come to Greece, they can come to contact with me,
decía el primer email que me envió.
No la busqué
en internet hasta unos días después de empezar nuestra correspondencia
electrónica –raro en mí, que no suelo dejar pasar más de 10 minutos
antes de husmear vidas ajenas en ese gran patio vecinal que es la red.
Cuando puse su nombre en el buscador, me enteré de que Sissy era o
había sido parte, entre otros movimientos, de la Iniciativa
Antinacionalista-antimilitarista griega, de la Marcha Mundial de las
Mujeres, del Foro Social Griego, del Comité contra los Juegos Olímpicos
de Atenas en 2004, de la acampada en la plaza Syntagma, del movimiento
contra el Tratado Trasatlántico TTIP, del movimiento antifascista, de
la Iniciativa Feminista contra la violencia machista.
Y de Syriza.
No sólo eso: por internet supe que, en el congreso fundacional del
partido, en 2013 (en el que se disolvieron los 14 partidos que habían
formado hasta entonces la coalición), fue la candidata a presidir la
organización, frente a Alexis Tsipras.
Cuando llego a
Atenas, me cita en la plaza Monastiraki, donde está repartiendo
publicidad de Syriza para las elecciones del domingo. Tiene unos 60
años, aunque luego me entero de que son 65, y viste divertida: tiene el
pelo corto, unos pantalones de tres cuartos que dejan ver calcetines de
rayas y botines de tacón. Lleva unas gafas de sol amarillo
fluorescente. Confirmo lo que ya intuía: que, con ella, va a ser
imposible una simple entrevista, y que hay que pasar, directamente, a
la charla –no en el sentido unidireccional de quien da una charla y
sienta cátedra, sino en el sentido íntimo del charlar en sororidad. Así
que nos citamos para el día siguiente, a la misma hora, en la misma
plaza, donde estará haciendo exactamente lo mismo; y desde allí nos
vamos a su casa.
De camino, me
ayuda a comprar una tarjeta de teléfono, charla con el taxista sobre
política –va a votar a Syriza, aunque no le gustan los inmigrantes, me
dice luego–, se agacha a recoger un papel en el suelo y lo tira a la
papelera. En el portal nos espera su amiga Katherina, una médica
jubilada que ahora trabaja como voluntaria en la primera clínica social
que se creó en Atenas –la segunda del país, implantada en una base
militar que abandonó en los 90 el ejército estadounidense. Ha venido a
peinarla para el mitin de cierre de campaña de Syriza, esa tarde, en la
plaza Omonia.
Entre los
libros de su salón, presidido por un retrato de Rosa Luxemburgo, hay
varios lomos con estrellas rojas y un montón de archivadores con el
símbolo feminista escrito con rotulador. Hay libros y tazas encima de
la mesa, carteles en varias esquinas, y ella señala una bolsa de
plástico grandísima que bloquea la entrada: lo siento, son ayuda
humanitaria, las tengo que llevar a la cárcel. “Sissy no es una buena
ama de casa”, dice riendo Katherina.
Lo que sí es
Sissy es una comunicadora imponente. Cuando le pregunto por las
reivindicaciones del movimiento feminista ante la crisis, me las dice
de carrerilla y después cuenta con los dedos, por si se le ha olvidado
alguna.
La lista iría así:
1) Conseguir
que más mujeres accedan a puestos de toma de decisión. En el parlamento
griego, por ejemplo, sólo hay un 21% de mujeres. Pero es aún peor en el
caso de los sindicatos, que ella compara con el monte sagrado, aquel
monasterio de Japón donde, desde hace siglos, está vetada la entrada a
las mujeres.
2) La
redistribución igualitaria de recursos entre hombres y mujeres. En la
Grecia actual, las mujeres ganan un 75% de lo que ganan los hombres en
los mismos puestos y con los mismos horarios.
3) La
implantación de políticas más duras contra la violencia machista, que
ha crecido exponencialmente con la crisis: la falta de recursos hace
más difícil a las mujeres escapar de situaciones de violencia y las
reformas laborales hacen que sea más difícil denunciar situaciones de
acoso sexual en el trabajo.
4) La lucha
contra la homofobia. En Grecia no están reconocidas las uniones civiles
de las personas del mismo sexo. Syriza propuso una ley de parejas de
hecho, pero no fue aprobada por el parlamento. Sissy deja para el final
el tema sanitario. La crisis, o, mejor, las políticas de austeridad que
la Troika ha impuesto al gobierno griego con la excusa de la crisis,
han empeorado considerablemente las condiciones sanitarias del país: el
aborto –legal hasta el tercer mes de gestación, desde 1986–, que antes
era gratuito, ahora cuesta 300 euros a las ciudadanas griegas. Para las
extranjeras, 600: una ley aprobada hace tres años obliga a las personas
extranjeras a pagar el doble que las griegas en los hospitales
públicos. La píldora ha dejado de ser gratuita, han desaparecido los
centros de planificación familiar.
La situación
interna de Syriza respecto al feminismo no es muy optimista, me había
advertido ya por email. Y ahora, en persona, le pido que profundice
–uno de los motivos que me trajeron a Grecia fue aprender las lecciones
de un país que estaba viviendo lo que viviríamos nosotras un año
después. Sissy, claro, no tiene ningún problema en contarme la realidad
de Syriza: hasta 2010 había sido más fácil presionar para que se
incluyeran medidas feministas a nivel de funcionamiento interno, pero
desde que se entró en la carrera electoral, otra vez le ha llegado el
turno al “ahora no toca”. De hecho, Sissy abandonó su puesto como
responsable de políticas feministas del partido en 2012, cuando la
propia red de mujeres de la organización se disolvió. “Yo tengo como
una doble identidad: milito en Syriza, pero también en el movimiento
autónomo, y ahí es donde más cómoda me siento”.
Le pregunto
por su candidatura a presidir el partido, en 2013, y me cuenta que fue
una decisión personal, muy meditada, necesaria. Como en ese momento no
había estructura de feminista, algunas compañeras dentro de Syriza
querían visibilizar la precaria situación de las mujeres en el partido.
En 1987, Synaspismos –antecesor de Syriza– había establecido una cuota
mínima de 1/3 de mujeres en todas las estructuras de la coalición. En
el congreso de 2013, esa cuota se llegó a cuestionar. A pesar de que
fue ratificada, en la actualidad no se cumple en el consejo político
del partido, donde las mujeres sólo representan el 16% del total.
En aquel
congreso fundacional de 2013, obtuvo un 4.69% de los votos, frente al
74.08 % de Alexis Tsipras . Ella dice que fue toda una victoria,
“teniendo en cuenta que Tsipras es dios”, dice seria. Después de
presentarse tuvo que aguantar los intentos de marginalización por parte
de algunos de sus compañeros, y hasta llegó a extenderse el rumor de
que la habían expulsado de la tendencia a la que pertenecía, de
orientación trotskista. Aun así, cuando le pregunto si Syriza se
diferencia del resto de partidos griegos en cómo trata el feminismo, su
sí es rotundo: a pesar de que sea baja, hay más representación femenina
que en el resto de partidos, los derechos de las mujeres están
presentes, y hay feministas que luchan a diario en la organización. No
te olvides de que estamos en Grecia, me repite varias veces durante
nuestras conversaciones.
Al irme de su
casa, insiste en acompañarme hasta el metro, porque tiene que llevar
unos folletos de Syriza a una amiga que los va a repartir en el barrio:
“Necesitamos conseguir mayoría absoluta, y estos últimos días son
clave, así que no podemos parar”. Entonces me doy cuenta de que vive al
lado del bar To Pagaki, una cooperativa a la que llevaba días
intentando ir pero que siempre me quedaba demasiado lejos y que ahora
aparecía ahí, al cruzar la esquina, como por arte de magia. Ella sonríe
y me dice que siempre tiene suerte y que me acostumbre porque esas
cosas son normales en ella. Cuando nadie consigue aparcar, me dice, yo
siempre encuentro un hueco.
Entiendo
perfectamente esa sensación: de pequeña, yo siempre acompañaba a mi
padre a aparcar porque creía que tenía poderes para encontrar huecos; y
lo sigo creyendo. Así que me sale de manera natural, preguntarle qué
día es su cumpleaños. Mi miedo a que se ría de mi esoterismo se esfuma
cuando me dice que es el 7 de marzo. El mismo día que el mío. Considero
que tanta complicidad me autoriza a pedirle un consejo. “Lo único que
va a imponer políticas feministas en el ámbito institucional es la
fuerza del movimiento fuera”, me dice, entre otras muchas cosas.
Al día siguiente, cuando me despierto, tengo un email suyo en mi bandeja de entrada: Yesterday, wonderful, termina.
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