El
clamor ha ido creciendo, Ayotzinapa representa la gota que derramó el
vaso de tantas injusticias, de tantos atropellos, de tanto descontento
acumulado.
Queremos que
desapariciones, asesinatos, secuestros, violaciones y extorsión, no
vuelvan a ocurrir jamás, queremos un país donde todos tengamos
garantizado el derecho a la vida que nos han arrebatado. Y para
conseguirlo, no basta con cambios de forma, con pequeñas reformas;
requerimos necesariamente de una transformación profunda del país.
Estar
conscientes de ello es muy importante, para ir avanzando y construyendo
un movimiento que logre llegar a las raíces de la terrible situación
actual, impuesta por las mafias al servicio de los dueños del dinero,
sean éstos grandes empresarios o grandes capos. En México, el poder
político es indistinguible del poder del narco, y tanto unos como los
otros despojan a nuestro pueblo y siembran el terror.
1. El Estado criminal y la imposibilidad de limpiarlo.
El pueblo de México ha sufrido un colapso social, que ha permitido que
varios de los territorios que antes fueron de gran producción
industrial en el norte del país, hoy sean territorios gobernados por el
hampa o pueblos fantasmas por el abandono de los pobladores que se han
visto obligados a emigrar. Lugares de gran producción agrícola como
Michoacán, el Estado de México y Guerrero, hoy están atormentados por
la narcoviolencia, donde la población vive con miedo, los jornaleros se
han visto obligados a trabajar para los cárteles de la droga, los
maestros y empleados son despojados de sus salarios, y los comerciantes
y productores son extorsionados.
La violencia que actualmente
vivimos, y que se ha vuelto un suceso cotidiano, involucra a todo el
aparato estatal: jueces que liberan a los delincuentes y les
proporcionan amparos; policías al servicio de los dueños de las plazas;
militares que asesinan extrajudicialmente a civiles como en Tlatlaya;
marinos y soldados que siembran el terror entre la población que se
supone que protegen, con violaciones, vejaciones o la muerte;
procuradurías de justicia que nunca encuentran a los narcos que deben
detener, que no tienen la menor respuesta ante los familiares de los
desaparecidos y reciben todo tipo de moches para proteger a
quien puede comprar su impunidad; partidos cuyas campañas son
financiadas por los narcos y junto con el dinero que éstos les dan,
reciben las órdenes que deben cumplir al llegar al poder; empresarios
que aumentan su capital a gran velocidad invirtiendo en narconegocios;
banqueros que lavan dinero, a los que no les importa pagar multas por
ello, porque el lavado es un negocio muy redituable, y que jamás son
investigados ni detenidos; gobernantes que intercambian favores con los
narcos, cuando no están descaradamente a su servicio; y un largo
etcétera.
Son varios los factores que han conducido a esta
situación. Entre ellos podemos mencionar nuestra situación geográfica,
a un lado del mercado de drogas más grande del mundo, así como la
corrupción e impunidad que privan en el sistema político nacional. Pero
es indudable que esta situación está estrechamente vinculada, también,
a la situación impuesta por el neoliberalismo y la actual crisis
general del sistema capitalista.
La pobreza, el arrebato de
las pensiones y jubilaciones, la desaparición de muchos derechos
laborales de los trabajadores y el colapso de los sistemas de salud
pública, han dejado a la población completamente desprotegida y han
contribuido al individualismo y la división entre los de abajo,
conduciendo a una situación en la que cada quien se rasca con sus
propias uñas, como puede.
La enorme falta de oportunidades de
estudio para los jóvenes, así como el desempleo, el subempleo y los
pésimos salarios y condiciones laborales de los escasos empleos
formales, dejan a millones de jóvenes sin escuela y sin trabajo, a
merced de los sicarios.
El abandono del campo mexicano para
importar más del 60% de los alimentos que se consumen en el país,
favoreciendo a los grandes productores de alimentos de Estados Unidos y
otros países, dejan a multitud de los campesinos en condiciones tan
precarias, que resultan fácil presa del crimen organizado. Es sabido
que muchos productores agrícolas mexicanos, que antes sembraban limón,
aguacate, jitomate, maíz, hoy siembran marihuana o amapola, amenazados
y hostigados, pero ganando más de lo que obtenían antes.
En
resumen, cerrarle a las familias, a los jóvenes e incluso a los niños,
toda posibilidad de una vida digna, es sin duda la mejor forma de
fortalecer el poder de los narcos.
Lo que vivimos es la
expresión más cruda y más violenta del sistema económico vigente. Tras
30 años de rapiña neoliberal, multitud de capitales experimentan
dificultades para la reproducción y la acumulación desenfrenada, a la
que son adictos. La economía criminal, ha sido un espacio ad hoc
para el incremento de las ganancias de esos capitales y, al mismo
tiempo, ha ido involucrando a cada vez más mexicanos, como resultado de
la presión y las amenazas violentas o bien como resultado de no tener
otra alternativa.
Es necesario cambiar esta situación y no vemos una alternativa en esperar hasta el 2018 para votar en las elecciones por el menos malo.
La tarea es construir un país donde el dinero no sea el Dios al que
todos veneran, donde no se pueda pagar por delinquir, donde la vida sea
más importante que el poder, donde no sea común el robo, la corrupción,
el asesinato, el secuestro y la impunidad de los delincuentes.
Para ello, debemos acudir a la mayor unidad del pueblo de México y
profundizar la conciencia sobre la necesidad de no esperar que las
soluciones vengan desde el propio Estado.
2. Fue el Estado (y su ejército)
El crimen perpetrado en Ayotzinapa los muestra al desnudo. La versión
de la PGR sobre el caso se ha ido derrumbando. Según ellos, los
estudiantes fueron capturados por la policía de Iguala, quien los
entregó al narco bajo órdenes de los Abarca, y el narco trasladó a los
jóvenes a un basurero de Cocula donde los asesinó e incineró. Sobre
esta versión se han dado muchas objeciones, incluyendo a científicos
universitarios, que aseguran que “la hipótesis de que fueron quemados
en el basurero de Cocula no tiene ningún sustento en hechos físicos o
químicos naturales”. Los propios peritos argentinos que ayudan en la
investigación han dicho que ellos pueden confirmar que los restos que
les dio el gobierno sí corresponden con el estudiante Alexander Mora,
pero que no les consta que esos restos hayan sido levantados donde la
PGR dice, desmarcándose de la versión oficial.
El procurador
Murillo Karam, afirma que el ejército estaba acuartelado mientras los
estudiantes de la normal rural eran emboscados, y que las fuerzas de
seguridad federales “no participaron” en los hechos, pero hay evidencia
que demuestra lo contrario: El periódico El Sur de Guerrero publicó que
la noche de la desaparición forzada, el 27 batallón de infantería tenía
“cercada” la ciudad de Iguala. Videos presentados por un equipo de
periodistas independientes de la Universidad de Berkeley en California,
junto con la Revista Proceso, muestran a elementos de la policía
federal disparando contra los normalistas la noche que se les vió por
última vez. Al menos 10 declaraciones ministeriales de la investigación
del caso Ayotzinapa, afirman que el ejército mexicano sí participó
activamente en el ataque y desaparición de los 43 (Aristegui Noticias).
El padre de uno de los normalistas desaparecido asegura que el último
punto donde se registró señal del celular de su hijo, fue en el 27
batallón de infantería del ejército (RT noticias y Revista Sin
Embargo). Todo ello está documentado y se ha hecho público en
diferentes medios. Cada vez pueden ocultarlo menos, cada vez salen más
denuncias y testimonios, cada vez más cuarteles militares son
señalados, particularmente el de la ciudad de Iguala, por lo que parece
un hecho: el ejército y las fuerzas federales de seguridad están
directamente implicados en la brutalidad cometida contra los
estudiantes normalistas.
3. Cambiar poco significa volver a lo mismo, y no cambiar nada.
El gobierno ha tratado por todos los medios de ocultar la podredumbre
de la que hablamos antes, insistiendo en que el crimen del 26 de
septiembre es responsabilidad exclusiva de un presidente municipal
corrupto, de un puñado de policías de Iguala y Cocula, vendidos al
cártel de los Guerreros Unidos. Así que una vez detenidos el
presidente municipal, los policías y algunos de los integrantes del
cártel mencionado, el asunto está resuelto, y debemos superarlo para seguir con nuestras vidas.
Pero no se puede tapar el sol con un dedo. La que está podrida es la
estructura, y eso nos plantea un reto gigantesco. Si lo único que
logramos con el movimiento actual es el encarcelamiento de un puñado de
miserables, el cambio de un gobernador y tal vez de algunos otros
funcionarios, recursos para las normales rurales y algún otro cambio
cosmético, es seguro que Ayotzinapa volverá a repetirse, porque la
estructura que permitió que la masacre sucediera, continuaría intacta.
El pueblo y los estudiantes movilizados en las calles hemos rechazado
las ridículas explicaciones del gobierno de Peña Nieto sobre lo
ocurrido en Iguala el 26 y 27 de septiembre, y en las marchas, mítines,
foros y reuniones de diversos sectores, realizados en México y en
muchas ciudades del mundo, se sigue exigiendo justicia.
Los de
arriba le apuestan al desgaste y el olvido de los de abajo, pero ese
olvido no llega por todo lo que Ayotzinapa representa para quienes
hemos levantado la voz.
Si logramos que el movimiento siga
creciendo, es de suponer que el gobierno tendrá que ceder un poco más
para intentar calmar las aguas, siempre buscando pagar el menor costo
político. Sin duda, estaría dispuesto a hacer lo que fuera necesario
para lograr mantener intacta la criminal estructura de poder actual.
Peña Nieto puede remover a piezas de su tablero, cambiar a algunos
funcionarios e incluso, puede detener a algunos de los narcos más
visibles. Todo ello representaría pasos adelante del movimiento y, en
ese sentido, triunfos parciales.
Pero ¿qué cambios
significarían una transformación real de la situación actual en nuestro
país? No se trata de echar a volar la imaginación, sino de entender la
situación del movimiento y partir de ella para avanzar. Hay una
consigna que crece y se expande por todo el país, que agrupa a diversos
sectores de la población, que unifica muchas luchas actuales y
anteriores, que se grita con firmeza en cada vez más plazas de México y
del mundo: ¡fuera Peña Nieto! Que esa consigna se vaya convirtiendo en
una demanda, en la exigencia del movimiento, significaría un salto
cualitativo en la consciencia de los distintos sectores movilizados.
Asumirla torna real la posibilidad de un mayor agrupamiento. Levantarla
representa una mayor disposición de lucha.
Quienes dicen que
“si se va Peña, puede venir un presidente igual o peor”, no ven la
dimensión de lo que significaría, en el terreno de la correlación de
fuerzas, un suceso de esa envergadura. Lo importante de la consigna, es
que abre la puerta a una sacudida del aparato político de enormes
dimensiones. Si logramos tumbar al presidente, la correlación de
fuerzas puede cambiar considerablemente en favor de las fuerzas
populares, lo que hace muy difícil a los de arriba imponer a otro
presidente igual o peor que Peña. Todo lo que tendríamos es terreno por
ganar, construir poder del pueblo, arraigar las asambleas y las
discusiones colectivas, amarrar lazos de solidaridad entre el pueblo
para impedir que sigan gobernando los saqueadores y asesinos, para
avanzar hasta modificar la estructura política y económica de poder
vigente; hasta asegurarnos que no vuelva a gobernar ni un neoliberal
más, ni un político coludido con el narco más.
Esto sí que
sería un cambio real, una solución duradera efectiva, y no los pequeños
cambios que quiere hacer Peña, con los minúsculos castigos a los
inculpados en la masacre.
4. El reto es grande, pero asumirlo es imprescindible.
Sabemos que un cambio profundo y real, por más que lo deseemos, no se
logra por decreto de un día para otro, ni en unos meses. Hoy, cuando
mucha gente sale a las calles, indignada por la desaparición de los
normalistas, debemos avanzar lo más posible, sentando las bases para
que ese cambio se empiece a producir, haciendo todo lo que podamos para
que su avance no se detenga. La voluntad de luchar y construir el
anhelado cambio requiere la unidad de amplios sectores de la población,
se trata de lograr unir millones de voluntades en la misma dirección.
Claro que el reto es muy grande, pero es realizable, ahí tenemos muchos
ejemplos, de pueblos hartos que decidieron cambiar su país y construir
un futuro mejor para sus hijos. Bolivia, Ecuador, Argentina, son
ejemplos claros de pueblos decididos a luchar, que tumbaron presidentes
en base a la movilización social, y hoy tienen mejores condiciones
sociales, más derechos, más protección, más seguridad, insertos en
mayor o menor medida en un proceso de cambios y de rechazo al modelo
neoliberal en el que México va mucho más atrás, siendo un país amarrado
a los designios del imperialismo, donde los políticos que han gobernado
desde hace décadas son fieles empleados de los intereses del gran
capital transnacional, principalmente de Estados Unidos.
Unidos, organizados, discutiendo y luchando, sí podremos avanzar.
Usando la inteligencia y la imaginación, en lugar de la desesperación y
el individualismo; respetando los acuerdos colectivos, avanzando con
paso firme, respetando nuestras instancias de decisión, con acciones de
masas y sin el aventurerismo que algunos quieren imponer al movimiento
con acciones no decididas por las asambleas (y las instancias de toma
de decisiones democrática de cada sector en lucha), que sólo nos restan
fuerza y caen en la táctica del gobierno, podremos construir el país
que queremos, que necesitamos, y que es posible alcanzar.
Sí,
se nos impone reto grande, pero aquí nos puso la historia y debemos
actuar en consecuencia. El 26 de septiembre no se puede convertir en
una fecha para “recordar”, y que la indignación por la desaparición de
los normalistas se vaya diluyendo, perdiendo en el horizonte; por el
contrario, lo que ocurrió debe ser el ariete para la transformación,
trabajar para que desapariciones como esta no vuelvan a ocurrir jamás.
Nuestro pueblo merece un mejor futuro, no podemos continuar amarrados
al terror y al saqueo. Es momento de cambiar, es hora de agarrar al
toro por los cuernos y cerrarle el paso a la mafia que hoy nos gobierna.
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