El
Salvador, 27 ene. 15. AmecoPress.- Son las tres de la mañana. Cecilia
Campos y sus tres hijos, dos muchachos y una niña, saltan de la cama.
No es que vayan a salir de viaje, excursión o vacaciones. Cecilia y sus
tres hijos deben empezar a esa hora la dura y tediosa tarea del
bordado. La familia Campos es una de las centenares de familias pobres
de El Salvador que se dedican al bordado a domicilio y que, en su
mayoría, son mujeres (adultas, jóvenes y niñas) que durante una jornada
a veces de hasta 16 horas bordan a mano hermosas figuras que luego en
la maquila, fábricas textiles que abundan en todo Centroamérica que se
encargan de ensamblar piezas de vestidos, son empaquetadas para
exportación.
En las
maquilas, el modelo de crecimiento y desarrollo adjudicado para El
Salvador, en jornadas extenuantes de doce horas, otras obreras coserán
el bordado a un vestidito que se convertirá en parte de las
exportaciones que las empresas maquiladoras colocan en el mercado
estadounidense y europeo de las boutiques exclusivas de ropa infantil o
grandes almacenes de lujo.
Cecilia y sus
compañeras bordadoras son el engranaje más débil, el último eslabón de
la cadena de producción de la industria del vestido. Es una maquinaria
que genera ganancias millonarias, de las cuales las bordadoras no
perciben más que unos pocos dólares. Estas maquilas operan en El
Salvador bajo una ley especial, la Ley de Zonas Francas Industriales y
de Comercialización. Las zonas francas son espacios físicos,
aparentemente al margen del estado, con muros y portones, cuidados con
vigilantes armados, donde el acceso está restringido y sólo entran
trabajadoras, furgones y empresarios. Dentro de estos recintos se
encuentran las diferentes fábricas maquileras y lo que sucede dentro
casi nunca sale fuera. Con el salario más bajo del país y el segundo
más bajo en Centroamérica, las empresas maquileras dejan tras de sí una
estela de violaciones a los derechos humanos laborales y una población
con enfermedades producto de este tipo de trabajo.
Bordar princesas Disney
Ya son las
cinco de la mañana en la casa de Cecilia. Las hermosas princesas de
Disney van cobrando forma, entre bostezos, ojos cansados y dedos
dolientes. Mariana, la hija de Cecilia, no tendrá una muñeca de las
princesas Disney, pero conoce todos los detalles de su fisonomía y de
su ropa, ya que puntada a puntada le ayuda a su madre a completar las
piezas bordadas que en una semana deberán entregar a la supervisora de
la maquila. Aún no saben cuánto les pagarán por pieza, pero esperan al
final de la semana contar con al menos treinta y cinco dólares como
pago por el trabajo de las cuatro personas de la familia que durante
más de 70 horas han participado en la elaboración las piezas de
bordado.
A las seis de
la mañana paran el trabajo para comer tortilla y frijoles, la dieta
obligada porque Cecilia es madre soltera y el salario no alcanza para
otro tipo de alimentos. Su marido, el padre de sus hijos, emigró a
Estados Unidos y allá se desentendió de sus responsabilidades.
Además, con el
pago por piezas bordadas apenas alcanzan a cubrir el 39 por ciento de
la canasta básica alimentaria. Los niños se bañan con agua recogida de
la lluvia del día anterior y van a la escuela, porque Cecilia quiere un
futuro diferente para su familia e insiste en que sigan yendo todos los
días, aunque tengan que ayudarla con el bordado.
Ya en la
soledad, Cecilia hace las tareas de la casa y se vuelve a sentar a
bordar. Recuerda que cuando empezó con este trabajo ya tenía a su hijo
mayor y decidió salirse de la maquila donde trabajaba, porque
necesitaba cuidar de él. La empresa llegó a su comunidad buscando
mujeres con responsabilidades familiares que quisieran un trabajo que
les permitiera tener tiempo para ocuparse del cuidado de la casa y la
familia, como si esto no fuera suficiente trabajo. Aun así, Cecilia no
lo dudó ni un momento. Decidió, junto con muchas mujeres del cantón,
aprender este oficio y así tener ingresos económicos y cuidar a su
familia. Le vendieron la idea perversa de que tener un trabajo flexible
era lo mejor para las mujeres que deben cuidar de otras personas y de
la casa. De eso ya pasaron quince años.
Salud y derechos
Cecilia ahora
ya no puede bordar la misma cantidad de piezas que antes. Tiene dolor
en las articulaciones del hombro y la muñeca, la vista cansada e
hipertensión, pero, pese a sus enfermedades, ella no puede ser atendida
en el Seguro Social, la red hospitalaria y de clínicas de salud a la
que todas las personas trabajadoras en el sector formal de la economía
tienen derecho. Tampoco podrá cobrar jubilación, porque no cotiza para
la pensión. Estos dos derechos básicos le están negados pese a ser
trabajadora desde hace quince años de una empresa que goza de todos los
beneficios estatales para estimular la inversión: exportar libre de
aranceles, excepción de impuestos y demás beneficios que la ley les
garantiza al empresariado salvadoreño y transnacional.
Ya es hora del
almuerzo y Cecilia continúa con su jornada laboral. Se levanta para
poner a cocer arroz y papas. Sus hijos llegan de la escuela y todos
juntos comen un almuerzo de carbohidratos en su totalidad. Les dará
energía por un rato, porque después de comer y limpiar la cocina
deberán de nuevo sentarse a bordar. No hay tiempo que perder para
garantizar que las veinte piezas que Cecilia se comprometió a bordar en
una semana estén hechas a tiempo, con todas las especificaciones dadas
por la supervisora y según una foto del diseño, impresa en papel, que
se le entregó a modo de muestra.
Detrás hay grandes empresas
Las maquilas
textiles que tienen esta modalidad de trabajo a domicilio son varias en
el país. Operan bajo el régimen de zona franca para beneficiarse de
todos los incentivos fiscales y la gran mayoría de su fuerza laboral no
está dentro de sus instalaciones, sino diseminada en las zonas rurales
de varios departamentos de El Salvador. De esta manera,
desvergonzadamente, se ahorran una gran parte de los costos de
producción, ya que no deben invertir grandes sumas en energía
eléctrica, agua potable, infraestructura, cotizaciones laborales y
demás prestaciones de ley.
Pagan
miserables salarios a las bordadoras por vestidos que son
comercializados en Europa y Estados Unidos como producto hecho a mano,
vendiéndose cada uno por precios que oscilan entre los 40 y los 160
dólares. Ellas no ven reconocidos sus esfuerzos y afanes por entregar
un trabajo de calidad, ni por los empresarios maquileros ni por el
Estado salvadoreño y sus instituciones, que debería tutelar los
derechos humanos laborales de las trabajadoras a domicilio.
La aguja que continúa
Son las cuatro
de la tarde. Duele el cuello, la cabeza y las manos. Dejan el bordado y
se levantan un rato de la silla para hacer café y hablar de la escuela
y las tareas, organizarse para hacer la cena y distraer un poquito la
mente y el cuerpo. Oscar, el segundo hijo de Cecilia, le pregunta por
qué nunca juega con ellos y Cecilia se traga las lágrimas con un sorbo
de café y se levanta para que durante quince minutos sus hijos y ella
jueguen con una pelota.
Pasa el juego
y vuelve la realidad. Los hijos de Cecilia hacen sus tareas escolares y
la cena mientras que Cecilia sigue bordando, recordando que la empresa
les ha repetido una y otra vez que no son trabajadoras de ellos y por
eso no les pueden dar las prestaciones de ley ni salario mínimo. Se
enfurece al recordar que en Navidad abrió un sobre que le dieron como
aguinaldo y dentro sólo había veinte dólares. Recordó que a otra
compañera le dieron cinco dólares y que durante todo el año varias
veces no le pagaron el trabajo diciendo que estaba sucio, pero igual se
lo llevaron para la fábrica. Cecilia está segura de que esas piezas las
limpiaron y las cosieron al vestido y que éste fue vendido, pero a su
compañera no le pagaron nada. Es una historia que se repite.
Investigación y concienciación
Es de noche,
sus hijos duermen. Cecilia borda, está indignada pero esperanzada
porque ahora sabe que tiene derechos y dignidad. Hace ocho años se
empezó a organizar, conoció a Mujeres Transformando, organización que
en El Salvador trabaja por la defensa de los derechos de las mujeres
bordadoras a domicilio. En este proceso participó en talleres de
derechos laborales, donde aprendió que como trabajadoras tienen
derechos que la Constitución de la República reconoce. Ha aprendido que
sus compañeras y ella tienen una relación laboral con la empresa y que,
por lo tanto, la empresa tiene responsabilidad para con ellas; y a la
par que han tomado conciencia de clase trabajadora, han tomado
conciencia de género, reconocen que son parte de un género que el
patriarcado discrimina. Por tanto, ya saben que el estar insertas en
este tipo de trabajo no es una casualidad, que obedece a un sistema que
oprime y discrimina a las mujeres. Ahora su autoestima y autonomía
están fortalecidas. Se ha vinculado con otras bordadoras de todo el
país y se ha dado cuenta de que no sólo son las bordadoras de su cantón
las que están en condiciones de expoliación.
Mujeres
Transformando es una organización feminista que surgió hace once años
con el objetivo de organizar a las obreras de la maquila textil y
fortalecer la cultura de respeto de los derechos humanos laborales en
el país. Las estrategias implementadas han pasado por la organización
de las mujeres trabajadoras, la formación y capacitación, la
investigación y finalmente, la incidencia política. En este caminar
junto a las obreras, Mujeres Transformando se encontró con las
bordadoras a domicilio y decidió adentrarse en esta realidad tan
desconocida, también para la misma institución. Decidió conocer la
realidad de Cecilia y las otras bordadoras, tan dura, de tanta
precariedad y violación de derechos, desconocida hasta para las mismas
instancias tuteladoras de derechos.
La
constatación de esta realidad hizo surgir en Mujeres Transformando la
necesidad de evidenciar estas situaciones. Es así como la organización
emprende la elaboración de una investigación con entrevistas a más de
300 bordadoras. Una investigación para hacer visible lo invisible: el
rostro, la vida y la realidad de las bordadoras a domicilio.
En esta
investigación, cincuenta bordadoras participaron en un diagnóstico con
médicos laborales, buscando determinar si existía una vinculación entre
sus problemas de salud y su empleo. Los resultados obtenidos
establecieron que existe esa relación y que muchas de las lesiones
musculo-esqueléticas de las bordadoras son irreversibles, por lo que es
urgente que sean absorbidas por la seguridad social, para que ellas
puedan recibir atención médica y una pensión por su incapacidad
laboral.
Además, de
este esfuerzo investigativo surge una interesante vinculación de los
diferentes grupos de bordadoras, rompiendo así con el aislamiento e
invisibilización que incluso entre ellas existía. Muchas de ellas
deciden organizarse en Mujeres Transformando y emprenden un proceso de
fortalecimiento personal y de capacitación para desarrollar su
liderazgo en defensa de sus derechos.
La campaña
Cecilia ahora
es parte activa de la campaña Haciendo visible lo invisible: la
realidad de las bordadoras a domicilio, una campaña impulsada por
Mujeres Transformando que tiene como objetivo romper con la
invisibilización de este trabajo tan precario, identificar y denunciar
a las empresas maquiladoras con esta modalidad de trabajo, vincular a
las bordadoras de todo el país y sensibilizar y generar opinión pública
favorable en torno a la mejora de las condiciones laborales de estas
mujeres.
La
implementación de esta campaña, con un enfoque integral, consta de
diferentes acciones. Por un lado, se han elaborado dos investigaciones,
de las que ya hemos hablado, para documentar y hacer pública la
realidad de las mujeres bordadoras. Se han diseñado materiales
publicitarios para autobuses y creado anuncios radiofónicos.
Durante todo
un año, la compañía Teatro del Azoro trabajó con las bordadoras para
elaborar el guión de una obra que recogiera testimonios, expresados a
través de cuatro monólogos que representan la vida de las mujeres
bordadoras. Esta obra se ha presentado en diferentes zonas del país,
generando opinión pública en torno a este empleo, sus condiciones y
consecuencias.
Por otro lado,
la campaña ha posibilitado encuentros entre bordadoras y el
acercamiento de las mismas a las instancias tuteladoras de derechos.
Esto ha permitido que las bordadoras hayan planteado reformas al Código
de Trabajo que posibiliten tutelar de mejor manera sus derechos. Han
entregado al Ministerio de Trabajo una propuesta de Protocolo de
Inspecciones para el Trabajo a Domicilio, como una herramienta
necesaria para que el Ministerio pueda realizar inspecciones en los
puestos de trabajo de las bordadoras. Ahora, como próximo paso, enfilan
sus fuerzas hacia la Asamblea Legislativa, para que aprueben las
reformas y también ratifiquen el Convenio 177 de la Organización
Internacional del Trabajo, sobre el trabajo a domicilio.
A través de
todas estas acciones se ha puesto rostro e historia a esos bellos
vestiditos hechos con las manos hábiles de mujeres salvadoreñas,
mujeres que ahora se organizan, proponen y demandan al estado y a las
empresas para que sus derechos sean los mismos que tienen todas las
personas que laboran para las maquiladoras textiles.
De esta forma,
Cecilia está lista para participar en las diferentes acciones que la
campaña exige. Se ha reunido ya con la Ministra de Trabajo y con el
Procurador de Derechos Humanos, y su testimonio de fuerza y valor lo ha
compartido a través de entrevistas de radio y televisión. Ya no teme.
Está convencida de que su lucha es justa y espera, más pronto que
tarde, empezar a ver resultados.
Al mismo
tiempo, continúa trabajando. A las once de la noche, Cecilia deja el
bordado y se va a la cama. Sueña con la certeza de que se avecinan
tiempos de cambios, donde ella tendrá un trabajo en condiciones dignas
y un futuro mejor para ella y para sus hijos. Acompañemos esos sueños y
esa lucha desde el lugar donde nos encontremos.
(*) Montserrat Arévalo Alvarado es directora ejecutiva de la Asociación Mujeres Transformando.
Foto: Archivo AmecoPress.
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