-Sus postulados quedan cojos todavía, pero AMLO es la mejor opción
Debates
entre candidatos presidenciales en México. Mediciones de pocas
sorpresas. Las elecciones mexicanas están a un tris, este 2018. Para el 1
de julio falta poco más de un mes. Y otro debate de tres, conforme a la
autoridad electoral.
Para el relevo de Enrique Peña Nieto
quedan cuatro (de cinco, tras la retirada de Margarita Zavala)
candidatos, un independiente —Jaime Rodríguez Calderón— y tres
representando a partidos políticos. Dos alianzas que encabezan el PRI y
el PAN, el otro del nuevo partido Morena; todos con sus respectivos
aliados.
José Antonio Meade, el candidato “oficial”, o del
Presidente. Un Ricardo Anaya Cortés como representante del partido de
una derecha hoy desdibujada. Y Andrés Manuel López Obrador (AMLO), que
está compitiendo por tercera ocasión ya para la silla presencial.
Las
tendencias están claras, con un puntero y dos abajo que se disputan el
segundo lugar. Esta vez las preferencias están no solo en las encuestas,
como en los propios actos de campaña. Obrador es claramente el
favorito.
Los otros dos, Meade y Anaya, quieren subir pero
no saben cómo ante un AMLO que resulta inalcanzable. El candidato,
primero “ciudadano” y luego claramente “priista” para que levante en las
encuestas, no comunica ni conecta con la gente.
Al
segundo la honestidad no le alcanza —que no la juventud—; tampoco la
lealtad, la institucionalidad, la credibilidad y la corrupción. Es más,
posiblemente haya sorpresas en curso por el seguimiento judicial del
caso que persigue a sus bolsillos.
Obrador es el objetivo a
alcanzar para los demás. Pero se ve difícil, desde el propio arranque
de la actual campaña. Él encabeza las inconformidades del actual
sistema, no sólo las corruptelas del gobierno de Peña Nieto y de otros
miembros de su gabinete.
AMLO se compromete a sacar el
país del hundimiento en que lo han metido tanto el presidencialismo del
PRIAN, como la depresión económica —polarización entre ricos y pobres;
pésimos salarios, carencia de empleos, depresión del campo, escasez de
apoyos a las industria, la educación, la seguridad social, y un largo
etcétera—, generada por el neoliberalismo, vigente durante los últimos
35 años ya (de 1982 a la fecha) en el país.
Los demás
traen simples ajustes al actual proyecto de desestabilización en que
está metido el país. Sus partidos lo han demostrado durante casi 100
años: 81 del PRI, 12 del PAN y otros 6 del PRI.
Obrador es
la esperanza para la gente del campo, de las ciudades, las clases
medias, los empleados, los trabajadores sectoriales; pero también los
estudiantes, las madres solteras, los adultos mayores, etcétera. Pero
además, durante el actual proceso de campaña igualmente está conectando
con los empresarios.
No con todos, porque los de la cúpula
están inconformes, como el propio Carlos Slim —el que dio la cara por
el proyecto del nuevo aeropuerto—, Claudio X. González, y el resto que
representa la “cúpula de cúpulas” de este país, como principales
beneficiarios del modelo instrumentado desde Miguel de la Madrid
(1982-1988) a la fecha pero cuyo principal orquestador fuera Salinas de
Gortari (1988-1992).
Son los hombres más ricos de México,
los que se acuerpan en torno al Consejo Mexicano de Negocios (CMN). La
oligarquía que ha ganado con abrir las puertas al libre mercado, con
instrumentos como el TLCAN, las privatizaciones de empresas públicas, la
apertura indiscriminada del sector financiero, y demás beneficios
ligados con las exportaciones hacia el mercado estadounidense. La
oligarquía de los grandes negocios.
Pero de la cúpula para
abajo, los empresarios agrupados en torno a organismos como la Coparmex
(la patronal de México, con la que hay solo algunas diferencias, como
en materia fiscal), la Canacintra (la industria de la transformación) y
de ahí hacia los pequeños negocios están por un cambio de rumbo.
Un
cambio de país, es lo que le está faltando a México. Y si bien Obrador
no lo representa en el fondo, es el menos peor para un país que cosecha
lo peor de las secuelas del libre mercado, del presidencialismo, de unos
partidos carentes de representatividad y políticos de otro tanto.
Qué
decir del descrédito del resto de los poderes, judicial y legislativo.
Qué decir del rol de los militares, que metidos a tareas de seguridad
pública solo han padecido desgaste en una batalla que no les compete, la
llamada “guerra contra el narcotráfico”. Esa de Calderón de 2006 a la
fecha, que solo recoge cadáveres en todo el país. México padece una
situación de país en guerra, o peor. Una violencia que no cesa, porque
no se mide el problema en su dimensión geopolítica, para exigir la
corresponsabilidad del vecino del norte pese a la presencia de un Trump
en la Casa Blanca.
Ni Meade ni Anaya tienen visos de
modificar la marcha actual. Obrador, tampoco, pero abre algunos algunas
rutas de esperanza. Por eso la población está con él. Por eso no cae de
las preferencias, como se mide tanto en las encuestas como en los
mítines de campaña en cualquier parte del país donde se para.
Esta
vez las campañas de desprestigio en contra de AMLO, ninguna ha
funcionado; ni el “peligro para México”, ni la “injerencia rusa”, un
“Hugo Chávez” que conduciría al país hacia la venezolización, ni los
temas del dinero, de sus propiedades, ni nada.
Ese es el
temor de una buena parte de la opinión pública, de expresiones diversas
en redes sociales, de algunos analistas y un buen número de
simpatizantes, que temen acciones desde el gobierno, la autoridad
electoral e incluso poder judicial electoral, que se atrevan otra vez
como el 2006, a intentar cometer fraude desconociendo su triunfo y
colocando a otro. Meade o Anaya por AMLO.
Para hacerlo
aparecer perdedor de la elección del 1 de julio próximo. Una opción no
descartable, a sabiendas que tanto el actual Presidente Peña, como la
cúpula empresarial y sobre todo Washington que le apuestan por Meade.
Ni
el primero, ni apenas ayer el segundo debate, han movido las cosas. Las
tendencias seguirán. De la candidata que recién abandonó la contienda,
los tres puntos porcentuales que traía al final no son de peso.
Las
distancias entre primer y segundo lugar rondan por los 20 puntos. Una
diferencia abismal, para una precampaña y a punto del día de la
votación. Pero eso sí, si el candidato que evidentemente lleva la
ventaja no queda, el país puede entrar en un escenario que, estoy
seguro, nadie desea.
Desde luego que en el fondo está en
juego un gran proyecto de nación, un viejo anhelo que tiene pocos
adeptos porque —se dice—se trata de un deseo del pasado sobre todo ahora
en tiempos de globalización. Pero no, sin un proyecto nacional no se
sale adelante incluso en este contexto global.
Menos
sometidos al 100 a los designios y tuits de un Trump que no cesa en
ofender al país y a los mexicanos. Ante un gobierno pasmado que nunca ha
dicho esta boca es mía, o con gran timidez. De pena ajena. Porque
México tiene más calidad moral que ningún estadounidense, así sea el
Presidente, porque las deudas son históricas.
También la
política exterior debe cambiar, ajustarse a los tiempos en curso. La
geopolítica nos ayudará para ello. Porque los intereses del imperio no
son pocos, pero sus deudas son mayores. No cabe la sumisión en que han
caído los gobernantes mexicanos, los Chicago boys al apostarle todo a un
amigou que más resulta hoy un enemigo.
NB. Por cierto que
los neoliberales mexicanos están perdidos ahora —todos los herederos de
Salinas—, sobre todo desde la llegada de Trump al poder y su demanda de
renegociar el TLCAN, su principal instrumento. Pero ese es otro tema.
https://www.alainet.org/es/articulo/193002
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