Jazz
La antigua aduana de Tampico se ha convertido en un amplio centro cultural en las márgenes del río Pánuco, el río que
separaa Veracruz de Tamaulipas, y sus instalaciones fueron tomadas el último sábado de noviembre para continuar con un regio y multidisciplinario proyecto llamado Huapangueros, para que Jazzamoart nos obsequiara con la exquisitez efímera, irreverente y tremendamente lúdica de sus imágenes.
Sesenta o setenta huacales aparecían en largas mesas haciendo las
veces de caballete, todos ensamblados de dos en dos o de tres en cuatro,
aunque al principio se colocaban de espaldas para evidenciar su
asombrosa y huacalera existencia. Jazzamoart empieza entonces a
voltearlos uno a uno para enfrentar los papeles donde delinea, de tres o
cuatro pinceladas, un sinfín de rostros que, como siempre, parecen
tener vida propia (y que valga el pleonasmo). La instalación lleva el
título de Huapango, huacal, papel y máscara.
De principio a fin, el ir y subir de Jazzamoart es enmarcado de
frente por los sonidos de Evaristo Aguilar y Osiris Caballero, el uno en
un impresionante set de percusiones alrededor de su batería, el otro
pulsando violín, guitarra quinta y los elegantes y conmovedores cantos
del son huasteco.
Antes de atacar los toms de aire a todo lo que dan, Evaristo toma un
tambor y percute y repercute en argumentos de música contemporánea.
Osiris sube al escenario y, a capella, canta desde lo más profundo del
falsete y la tradición huasteca. Los enlaces entre voz y percusiones
provocan que esta fiesta huapanguera se convierta en una serie de ideas y
argumentos netamente vanguardistas.
Después llega el violín y el joven maestro lo pulsa con maestría,
haciendo estallar las cuerdas, improvisando de vez en vez, pero siempre
adherido a la usanza ancestral, a lo que heredó de los abuelos en el
norte de Veracruz y de los bisabuelos en el sur de Tamaulipas, de los
huapangueros que se juntaban hace más de un siglo frente a esta aduana y
se ponían a brindar y a festejar esto de la vida y sus asegunes. Igual
con la guitarra quinta, que le ayuda a cantar y a enlazar sur y norte
del Pánuco con eso de:
Tú eres jarocho moreno, yo soy jaibo y soy trigueño.
Llega un momento de respiro para las manos y los alientos, la fiesta
se relaja un tanto y da pie para que el silbato y las campanas de una
locomotora no muy lejana se integren al dueto en franca y total eufonía,
haciendo gala de tempo y sincronía, como si la coincidencia no
existiera. Mi subconsciente y yo nos preguntamos si alguien más notó
este jam.
A estas alturas, Jazzamoart y sus asistentes empiezan a lanzar
enormes tiras de papel estampado con los conceptos del pintor y piden a
la gente que los pasen a las filas de atrás, y la gente responde y
sonríe y los pasa y los lanza, y las gigantescas serpientes nos
envuelven y nos convierten en parte intrínseca de la propuesta visual
del maestro, que, feliz, toma otro trago de tequila y nos observa
satisfecho. Esta dinámica la ha repetido en diferentes foros, pero hoy
resultó particularmente efectiva y la gente la extendió y la disfrutó
más allá de lo esperado.
La música continuó en medio del happening. Una suerte de vanguardia
huasteca que logró volar todo el tiempo (y el tempo) a grandes alturas,
sin que los pies se despegaran un solo instante del suelo. Esto no es
jazz, por supuesto, pero bien podría ser un primo hermano.
Evaristo Aguilar, profesor e investigador de la Universidad de
Tamaulipas y culpable percusionista de todo esto, nos comentaba hace
tiempo:
En el libro Los trovadores huastecos en Tamaulipas el maestro Juan Jesús Aguilar León afirma que el huapango es el jazz de la huasteca; entonces, sin lugar a dudas, todos estos elementos de improvisación de nuestros trovadores de la tradición seguirán inspirando y dando sentido a las nuevas propuestas musicales innovadoras.
Salud
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