Carlos Martínez García
Eran pocos, aunque muy
combativos. Vociferaron al tiempo que arremetieron contra propiedades y
personas. Un grito tal vez sea sintomático de algunas motivaciones que
tuvieron para embestir la sucursal de la librería Gandhi situada frente
al Palacio de Bellas Artes:
Leer es burgués. Acaso la consigna era una reivindicación del primitivismo, concibiendo éste como estado idílico, anterior a las transformaciones agrícolas, tecnológicas e industriales que subvirtieron la naturaleza.
Dejo asentado que no todo el progreso técnico ha resultado en mejoría
general para la población. Mucho de tal progreso ha sido depredador y
la generación que representa Greta Thunberg con toda razón señala como
mayor peligro la viabilidad del planeta, causado por un sistema
explotador y consumista. Dicho orden debe ser cambiado drásticamente, a
través de acciones globales y locales que perfilen una nueva forma de
ciudadanía responsable con el uso de los recursos y la sanación del
ecosistema.
El capitalismo depredador nos está llevando a la hecatombre
ambiental, y no es la mejor forma de enfrentarlo con tribalismos
autárquicos, sino a través de acciones y programas globales (en los que,
por supuesto, el horizonte local tiene gran importancia), que
replantean a fondo lo que se entiende por progreso y pongan drásticos
límites a la voracidad saqueadora del sistema/mundo impulsado por élites
cuya voracidad es infinita.
Una de las batallas para desmantelar discursos/ideologías que
sustenta la globalización depredadora es la de generar conocimiento de
cómo hemos llegado al actual estado de extremo peligro. Necesitamos más
conocimiento que sea contrapeso efectivo a quienes proclaman, por
ejemplo, que lo del cambio climático es un mito. Hoy es más posible que
nunca acceder a información y datos que son fundamentales para construir
conocimiento sólido que deconstruye las argucias en las cuales se
sustenta todo tipo de prácticas opresivas y degradantes. Y una vía para
construir el conocimiento liberador es la lectura de libros, revistas,
documentos de libre acceso en Internet, blogs y sitios web de grupos
interesados en construir un entorno más generoso para todos y todas.
Proclamar que leer es burgués significa rendirse ante los poderes que
nos han llevado al actual estado de cosas. Las luchas emancipadoras
siempre han ido acompañadas, tal vez sea mejor decir impulsadas, por la
difusión de conocimientos que desnudan al establishment y al hacerlo queda demostrado que sí hay opciones distintas al statu quo
presentado por sus defensores como único sistema viable. La estridencia
de los gritos y sombrerazos –en el caso de los autollamadados
anarquistas fueron martillazos y gasolinazos incendiarios– boicoteó
tanto la marcha por los cinco años de la desaparición forzada de 43
estudiantes de Ayotzinapa como la efectuda en conmemoración por el 2 de
octubre de 1968. Hicieron destrozos sabiendo que no enfrentarían
acciones de seguridad para contenerlos.
Dos grandes lectores, Karl Marx y Charles Dickens, documentaron los
estragos de la Revolución Industrial en Inglaterra. El primero se
trasladó a Londres e invirtió largas jornadas de lectura en la
Biblioteca Británica, combinando el estudio con la observación del
capitalismo más desarrollado de la época. Su método de abstracción
(descomponer las partes para comprender cómo funciona el todo) sentó las
bases para entender la construcción histórica del sistema sustentado en
la obtención de plusavalía. El segundo exhibió literariamente la forma
inmisericorde en la cual funcionaba la economía inglesa que se valía de
mano de obra infantil y depauperaba familias. El hábito de la lectura en
ambos les permitió elaborar críticas demoledoras contra quienes se
benedificiaban de la inhumanidad sistémica.
Leer no es una actividad liberadora en sí misma. No es una varita
mágica que cambia todo. Hay lectores y lectoras que privilegian la
exclusión, la intolerancia y niegan derechos a otro(a)s. Por otra parte,
siempre los defensores a ultranza de un orden opresivo han sido
enemigos de la libre circulación y exposición de las ideas y los medios
que las contienen. Regímenes de distintos signos han perseguido con
inclemencia a los que consideran personas y objetos malditos: libros y
sus autores. Lo hicieron la Inquisición con el Índice de Libros
Prohibidos, los nazis con la infame quema de libros juzgados disolventes
del discurso oficicial, los jemeres rojos en Camboya y su demencial
persecución contra los letrados, Pinochet en Chile y un largo etcétera.
Para todos ellos leer era sinónimo de peligro que debería extirparse.
Por muchas razones en México sigue pendiente la revolución del
alfabeto, en la que como resultado tengamos porcentaje creciente de la
población que lee por el mero gusto de hacerlo. Nuestra tragedia es que
el sector más escolarizado tiene un nivel de lectura precario. Leer para
ser capaces de imaginar otro entorno más justo es un logro
emancipatorio y no burgués.
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