Abraham Nuncio
Alfonso Elizondo le ganó una partida a Facebook en el ejercicio de la libertad de expresión y esto es digno de contarse.
Su historia es la de un exitoso ingeniero que también abrazó las letras. Terminada su carrera inicial se inscribió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León; fue fundador y director de Apolodionis, una de las revistas literarias de mayor prosapia en Monterrey, y militó –aunque por mínimo tiempo– en el Partido Comunista Mexicano.
La iniciativa del preparatoriano que fue lo condujo a fundar y dirigir el Club del Librepensador. Pronto el joven Alfonso se inició en la publicación periódica. Así logró obtener el premio de un certamen nacional de periodismo estudiantil. Carlos Fuentes le hizo la entrega del premio. Dueño de una memoria privilegiada, Alfonso lo recibió diciendo el primer capítulo de La región más transparente (Mi nombre es Ixca Cienfuegos. Nací y vivo en México, DF Esto no es grave, etcétera) Siendo Monterrey su lugar de origen y residencia él resulta un ave rara. Pero más rara es su historia como escritor y ensayista político. El escritor se descubre en una prosa dotada de imán: Yo nací en Monterrey hace algunos años y hasta ahora he podido asomarme a mi viejo baúl de fantasías y entre ternuras y asombros voy descubriendo la caterva opulenta de mis fantasmas, se lee en Copelia, uno de sus relatos que da título a un libro tan autobiográfico como de crónica de la ciudad en la que le tocó vivir –ni modo, diría la Gladys de La región más transparente–.
Ya entrado en eso que llaman la tercera edad, Elizondo empezó a escribir con periodicidad y disciplina sus ensayos sobre temas internacionales de acento geopolítico. Lo hizo por azar, que es como él concibe la vida. La idea se la sugirió un amigo y él la desarrolló. Aparecieron las redes sociales y él empezó a enviar esos ensayos a los contactos crecientes que fue reuniendo. El sentido de la necesaria amplitud sugerida por la globalización le indicó que la difusión de aquello que escribía no podía circunscribirse al español y dio a traducir sus ensayos al inglés. El registro de seguidores a su sitio (sesgo.org) dio un salto cualitativo. De los miles y acaso decenas de miles pasó a los cientos de miles y no tardó mucho tiempo en alcanzar el millón de ese tipo de lectores digitales.
Este año conseguía ya la cifra de más de 3 millones 200 mil. De pronto recibió una noticia tan sorprendente como artillada: Facebook, la red por la que hacía circular sus ensayos breves, ya no le iba a permitir seguirlo haciendo. La razón aducida por los directivos de uno de los monopolios de la ciberinformación no dejaba lugar a duda: el contenido de sus textos era comunista. ¿La medida la pudo haber dado directamente Mark Zuckerberg, el dueño de la extendidísima plataforma que también promueve la lectura de libros cuya ideología es cercana u orgánica al capitalismo? Un estudiante de primer año de Ciencias Políticas se habría reído; no así los guardianes de la ideología capitalista para los cuales un signo, una expresión diferente al discurso único de este régimen suena a alerta y la reacción se produce de inmediato: vade retro, satana.
Alfonso Elizondo estaba por resignarse ante el diktat de Facebook cuando le llegó una noticia reivindicadora. La organización que en Internet tiene la dirección edu.com había tomado su caso para defenderlo frente a la discriminación e intolerancia del negocio de Zuckerberg. Y le comunicaba haber hecho triunfar al derecho a la libre expresión, que es objeto de espionaje y medidas inhibitorias por los dueños de los medios de comunicación y sus extensiones virtuales.
Las cifras de los seguidores de Elizondo se dispararon luego del conflicto provocado por Facebook, y en cosa de días su sitio registró 300 mil visitas más. Y…contando.
El episodio vivido por alguien que hace uso de su libertad de expresión y emplea las redes sociales –supuestamente territorio libérrimo de la comunicación– para dar a conocer su pensamiento, no hizo sino refrendar algo que sus usuarios, por lo general ingenuos, suelen pasar por alto: tales redes sirven a potencias, capitalistas o no, como se ha hecho ver en varias ocasiones. Las plataformas correspondientes son enormes dispositivos de espionaje y vigilancia de sus usuarios. Y su libertad está determinada por el poder estatal de Estados Unidos. Ante cualquier conflicto de carácter internacional, Washington tendrá en sus manos la información necesaria para doblegar a su o sus adversarios extranjeros.
Por ahora la polémica en torno a los gigantes de la comunicación (GAFA, o sean: Google, Apple, Facebook y Amazon) es de carácter económico. Aparentemente, el gobierno estadunidense no sabe cómo controlar su poder creciente. Y no lo hará. Le han servido y le seguirán sirviendo. Así que lo menos que se puede hacer es cuidar la información y no dar por hecho que la nueva libertad está en tales monopolios.
Como sea, el pequeño gran triunfo de Alfonso Elizondo sobre Facebook es para celebrarlo.
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