Para dar continuidad a la escalada de críticas que se ha potenciado desde la fallida detención de uno de los hijos de Joaquín Guzmán, El Chapo,
los opositores al lopezobradorismo quieren convertir el asilo concedido
al dimitente presidente de Bolivia, Evo Morales, en un emponzoñado
pincel político que insiste en trazar líneas de similitud negativa entre
el Presidente de México y determinados mandatarios latinoamericanos de
izquierda, cuya figura y obra generan viva reacción adversa entre la
derecha que sigue buscando una vertebración eficaz, en lo práctico y en
lo discursivo, frente al tabasqueño políticamente jabonoso.
En el tema del asilo esa derecha vuelve a equivocarse. En México es
una honorable tradición abrir las puertas a perseguidos políticos y es
parte de las mejores páginas de nuestra diplomacia, sobre todo en
gobiernos que reivindicaron la Revolución Mexicana como fuente
doctrinal. El priísmo, en sus tres denominaciones (PNR, PRM y PRI) supo
ser candil de la calle internacional y oscuridad de la casa. El panismo,
palurdo, acuñó foxadas y despropósitos durante la docena trágica (
comes y te vas, por ejemplo, con Jorge Castañeda como fallido tutor intelectual) y de Peña Nieto ni qué decir: Relaciones Exteriores como instrumento del mercantilismo a cargo de Luis Videgaray, Claudia Ruiz Massieu y José Antonio Meade.
Recibir a Evo Morales en México (previo envío de un avión de la
Fuerza Aérea Mexicana) y reconocer como legítimo su gobierno, es un acto
de congruencia del presidente López Obrador. Por más retorcimientos
intelectuales y retóricos que se hagan, en Bolivia se cometió un golpe
de Estado, mediante la insubordinación expresa de los jefes policiacos y
militares y, en particular, la
sugerencia, que en realidad fue una amenaza concreta, del máximo mando militar de ese país sudamericano, el general irónicamente apellidado Kaliman, para que el titular del poder civil dimitiera.
En el fondo, lo que los opositores al lopezobradorismo tratan de
conseguir es la instalación de una narrativa de golpismo necesario.
Explican Bolivia como una reacción natural, comprensible y hasta
plausible ante un presunto hartazgo generalizado contra determinado
gobernante, en específico como una protesta ante un real o presunto
fraude electoral. Una evolución natural de ese pensamiento estaría
justificando, por ejemplo, que un general (Carlos Gaytán Ochoa, el
militar que criticó abiertamente el ejercicio político del presidente
López Obrador) se insubordinara y
sugirieraal tabasqueño que dejara el mando.
En esa tesitura están alineados varios medios de comunicación, grupos
empresariales y factores de poder, nacionales e internacionales. Acá la
irritación socialse está potenciando a partir de la espiral creciente de inseguridad pública, de la violencia salvaje y estremecedora de cárteles del narcotráfico que, por lo general, han tenido fuertes vinculaciones y dependencia de gobiernos estatales y de los anteriores ocupantes de Los Pinos. En Estados Unidos se tienen, por lo demás, suficientes hilos para jalar o mover las acciones extremas de esos cárteles conforme a necesidades políticas de las agencias de control del tráfico de drogas y de otras oficinas de inteligencia y seguridad nacional con sede en Washington.
No ha de dejarse de lado la reacción social de apoyo a Evo Morales en
Bolivia y de rechazo al montaje golpista que logró expulsar al
presidente indígena de su país. Las transformaciones profundas que logró
Evo, el bien documentado beneficio a las clases populares y las cifras
económicas positivas le dotaron de una base social que se está
movilizando a pesar de la fuerza policiaca y militar que ahora,
irónicamente, pretende ahogar las protestas públicas (porque son a favor
de Morales).
Y, mientras hoy Acción Nacional se lanza con todo, según ha
anunciado, para impedir la toma de protesta de Rosario Piedra Ibarra
como presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, ¡hasta
mañana!
Twitter: @julioastillero
Facebook: Julio Astillero
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