11/11/2019

México SA de Carlos Fernández-Vega


Bolivia: otra vez
Golpe contra Evo

El queridísimo poeta boliviano Jorge Mansilla Torres –Coco Manto, Premio Nacional de Culturas 2019, mucho tiempo exiliado en México– solía comentar, de forma figurativa, que su país acumulaba más golpes de Estado que años de independencia, una racha que se congeló con la llegada de Evo Morales a la presidencia en enero de 2006.
A pesar de sus reiterados planes, en casi 14 años de mandato popular y progresista la oligarquía boliviana y sus padrinos gringos no pudieron desestabilizar al gobierno de Evo Morales. Sin embargo, finalmente sus intentonas –pésimamente disfrazadas de acciones democráticas, con un color verde olivo de fondo– lograron su objetivo: ayer el líder cocalero fue obligado a renunciar, de tal suerte que se reactiva la larguísima historia golpista en aquella nación sudamericana.
Se descongela la figura utilizada por el poeta años atrás y retoma su visión histórica, sin olvidar que tras las elecciones del pasado 20 de octubre Evo Morales fue acosado y cercado por la oligarquía, el gobierno de Trump –por medio de su marioneta en la OEA– y, a punto de turrón, el aparato militar autóctono, el cual exigió su renuncia y, una vez más, demuestra su ínfimo compromiso con la patria.
Las caras visibles del golpismo contra Evo son Carlos Mesa Gisbert y Luis Fernando Camacho, el Guaidó boliviano. El primero fue vicepresidente por poco más de un año entre 2002 y 2003, y presidente por menos de dos; Mesa (quien también fue obligado a renunciar) ocupó aquella posición al amparo del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada (El Gringo), sólo para ayudar a tumbar al propio Sánchez de Lozada, quien salió por piernas de Bolivia ante la insurrección popular y se refugió en Estados Unidos, su casa matriz. Y de la marioneta Camacho se sabe que preside el Comité Cívico de Santa Cruz, la meca de la oligarquía boliviana y centro golpista por excelencia.
En este enjuague no podía faltar la deprimente Organización de Estados Americanos, la facciosa OEA, que escandalosamente se le fue al cuello a Evo Morales mientras Lenín Moreno y Sebastián Piñera masacraban a sus pueblos sin que el gringo ministerio de las colonias (Che dixit) abriera a boca.
Evo integró y reivindicó plenamente, por primera vez en la historia boliviana, a la mayoría indígena y regresó a la nación el enorme inventario de recursos naturales con el que cuenta Bolivia (riqueza tradicionalmente explotada por las trasnacionales y la oligarquía autóctona), lo que impulsó a la economía de forma por demás notoria y permitió superar no pocos rezagos sociales.
En otras naciones latinoamericanas la débil situación económica ha sido el pretexto preferido en toda intentona golpista, pero en el caso de Bolivia eso ni lejanamente funcionó. Y fue así, porque con Evo Morales en la presidencia de Bolivia la economía de esa nación sudamericana registró una tasa promedio anual de crecimiento cercana a 5 por ciento, una de las mayores de la región.
En materia energética, antes de Evo, las trasnacionales del ramo obtenían para sí uno de los más altos índices de ganancia, dejando migajas al erario (ni eso en no pocas ocasiones). Informes oficiales del gobierno (aún con Carlos Meza en la presidencia) detallaban que esos consorcios tomaron el control de los ricos yacimientos petrolíferos y gaseros con los costos de producción más bajos del mundo, al haber recibido, sin mayores inversiones, los gigantescos pozos y campos desarrollados por el Estado. Todo ello terminó y los beneficios fueron a parar directamente al nivel de bienestar de los bolivianos. Pero el golpe cuajó.
Las rebanadas del pastel:
Lo que sigue en Bolivia resulta más que obvio: desarticulación del movimiento popular, fin de las reivindicaciones indígenas, retorno de la oligarquía al gobierno y de los bienes de la nación a manos privadas, especialmente trasnacionales, beneficios para el grupúsculo de siempre, vuelta en u de la historia. Entonces, como diría el poeta, Bolivia seguirá acumulando más golpes de Estado que años de vida independiente.

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