Plan B | Lydia Cacho
“Es un traidor, el hermano Presidente es un traidor”, asegura con una voz dolida uno de los representantes del pueblo huichol antes de denunciar cómo el gobierno federal ha vendido a una empresa canadiense su tierra sagrada. En 2008, el presidente Felipe Calderón fungió como testigo del Pacto Hauxa Manaka, bajo el cual gobernadores de diversos estados se comprometieron a preservar la tierra santa del pueblo Wixárica (llamado huichol en castellano). La promesa no duró más que dos años.
Contra recomendaciones de la UNESCO, el gobierno, por debajo de la mesa, ha vendido un territorio que durante miles de años ha sido, y es hoy en día, sitio sagrado de una de las pocas etnias vivas del México precolombino que no fue cooptada por al Iglesia católica y la modernidad.
“Cuando la UNESCO dijo que nuestro territorio es área natural protegida por su santuario de aves y además lugar sagrado, patrimonio de la humanidad, pensaron que nadie se atrevería a vendernos. Nuestra tierra sagrada no está en venta”. Dijo una huichola en la cumbre climática hace unos meses. El gobierno federal les mira condescendiente y no responde, porque el trato está cerrado con la minera canadiense First Majestic Silver, que el año pasado produjo, según datos de La Jornada, más de 6 millones de onzas de plata y cotiza en la Bolsa de Nueva York.
Ésta no es una historia más del arrebato de una tierra a un grupo indígena en un país racista como el nuestro. El pueblo Wixárica habita la Sierra Madre Occidental en Jalisco, Nayarit, Durango y Zacatecas, pertenecen a las etnias cora y tepehuana y su idioma es el huichol. Por miles de años este pueblo pacífico con fuertes raíces culturales, hace su peregrinación a la región desértica de San Luis Potosí, allí muy cerca de Real de Catorce, como peregrinos que van a la Meca o a la Basílica de Guadalupe. Las mujeres y hombres wixáricas caminan durante días, guiados por los maraakames, sacerdotes, chamanes y cantadores que les guían en una ceremonia en donde veneran a sus dioses, acuerdan por el bien de la humanidad, la salud de niños y niñas y agradecen a la madre tierra que con sus cuidados les alimenta y da un hogar. Basta visitarles, conocer sus costumbres, la noción de hermandad y ayuda mutua para entender que la tierra sagrada en la que “se trascienden los rencores” es, desde hace miles de años, parte de la identidad de todo un pueblo, que se ha resistido a ceder sus tradiciones, su idioma, su arte y cultura a los influjos de una modernidad que atrae a los grupos indígenas para luego arrastrarlos a la pobreza, la marginación y el desempleo. Durante siglos el pueblo Wixárica se ha resistido a convertirse en un grupo más de indígenas errantes, pordioseros de ciudades.
Toda la historia sagrada de una etnia viva fue vendida por 3 millones de dólares a 22 concesiones mineras, las cuales suman un total de 6 mil 326 hectáreas en plena tierra santa. Éste no es problema de una etnia, es nuestro, de todo México. Ya esa región fue explotada por mineros que dejaron tras de sí hambre, pobreza, tierra y agua contaminada con plomo y cianuro. La UdeG llevó a cabo un extenso estudio sobre la contaminación residual de las antiguas minas y prevé una catástrofe ambiental si se lleva a cabo la explotación minera en la región. La empresa canadiense asegura que no afectará el centro ceremonial de Wirikuta, porque estará a 2 kilómetros, sin entender que es toda una región sagrada de 500 kilómetros. Quienes vimos la película Avatar vivimos la indignación de la destrucción de árbol sagrado de los na’vi y el inhumano ataque destructivo para explotar minas ignorando una cultura milenaria. Este bien podría ser el Avatar mexicano y no debemos admitirlo.
Los gobernadores de los estados que junto a Calderón se tomaron la foto cuando se prometió proteger la tierra de la peregrinación sagrada de los wixárica, son corresponsables de este despropósito. Para ellos es un simple negocio con una transnacional que deja las aguas mexicanas plagadas de cianuro y plomo, para todo un pueblo es la tragedia del fin de sus días.
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